lunes, 30 de diciembre de 2019

La esfera psicológica en la ecuación de la obesidad

“La obesidad es la quinta enfermedad más importante del mundo, así que podemos hablar de una pandemia”, afirma Montse Bascuas, directora del Programa Salud y Vida de ITA para el tratamiento de la obesidad, que define a ésta como una enfermedad “sistémica, crónica, progresiva y multifactorial”, convertida ya en un “problema de salud pública porque genera un incremento de la morbilidad asociada y un aumento de los costes sanitarios”. Según un estudio liderado por investigadores del Institut Hospital del Mar d’Investigacions Mèdiques (IMIM) y médicos del Hospital del Mar, para el año 2030 se prevé que en España 27 millones de adultos (el 80% de los hombres y el 55% de las mujeres) tendrá problemas de obesidad o sobrepeso, tres millones más que en 2016.

Como destaca en su definición Bascuas, la obesidad es una patología “multifactorial” que, sin embargo, se suele asociar muchas veces, de forma reduccionista, a la mala nutrición o al sedentarismo, dejando de lado un aspecto fundamental de la ecuación que conduce a la obesidad: el psicológico y psiquiátrico.

“La ansiedad, la falta de saciedad, los conflictos psicológicos y una elevada impulsividad se asocian también a la obesidad. De hecho, en estos casos es difícil abordar la obesidad si no tratamos la parte psiquiátrica de esta enfermedad”, asegura Marina Díaz Marsá, Jefe de Sección del Hospital Clínico San Carlos y presidenta de Sociedad de Psiquiatría de Madrid.

Su opinión la corrobora Bascuas, que incide en el alto índice de comorbilidad de la obesidad con psicopatologías como la ansiedad, las adicciones, la depresión o, entre otros muchos, los trastornos de la conducta alimentaria. “La relación entre obesidad y enfermedades mentales existe. Lo que no se sabe es si la obesidad es la causante de estas enfermedades o a la inversa. Al final el estado de ánimo influye en la forma en que nos alimentamos. El simple hecho de estar contento o deprimido puede influir en cómo comemos. Prueba de ello es que la comida se convierte muchas veces en el refugio más fácil y accesible para los pacientes, ya que la acción de comer genera en un principio sensación de bienestar y placer”, reflexiona.

La importancia del abordaje psiquiátrico           

Debido a la relación bidireccional entre obesidad y psicopatologías, según Díaz Marsá, la mayoría de los pacientes con obesidad se beneficiarían de un abordaje psicológico de ésta, “no solo por la contribución que los trastornos emocionales tienen en su etiología, sino por las consecuencias de baja autoestima y rechazo social asociados a esta enfermedad, que pueden contribuir al desarrollo de depresión y ansiedad añadidas”.

Bascuas, por su parte, destaca que la variedad de procesos psicológicos implicados en la obesidad plantea la necesidad de abordar la situación de cada paciente de forma individualizada, en función de su personalidad, y de su entorno.

“El plan de intervención siempre ha de ser integrador e interdisciplinar y es importante que busque romper la cadena de conductas que han favorecido el problema en la vida de los pacientes; así como abordar la dinámica de la vida del paciente en su totalidad, aportándole recursos emocionales, educativos y sociales que han de tener como objetivo trabajar las emociones que se generan alrededor de la enfermedad, así como capacitar al sujeto para diferenciar entre la ingesta emocional y la nutricional”, explica la directora del Programa Salud y Vida de ITA, para quien todos estos aspectos son básicos en un tratamiento que, de lo contrario, no sería eficaz. “Centrarse en la actividad física y la nutrición únicamente es ineficaz, obsoleto y hasta irresponsable, porque una enfermedad tan compleja no se puede solucionar poniendo paliativos a dos aspectos”, añade.

Mejorar el pronóstico

¿Y este abordaje psicológico, puede mejorar las perspectivas del tratamiento para la obesidad? “Claramente”, responde tajante Díaz Marsá, para quien el tratamiento de la ansiedad, del estrés y del malestar asociado a diferentes conflictos emocionales “mejora el pronóstico de la obesidad” y ayuda a que el tratamiento “sea exitoso y duradero a largo plazo”.

Bascuas señala que el objetivo final que persigue el tratamiento para la obesidad es que el paciente “pueda ser autónomo y autorresponsable con su vida”. Es decir, no se trata de evitar la comida, sino de hacer del acto de comer algo agradable y no patológico. “Hemos de capacitar a los pacientes para ser gestores de sus propios procesos. De esta manera, aprenderán a quererse y a cuidarse desde la propia autoestima, desde la propia conciencia, y no desde la obediencia. Cuando uno obedece no entiende los procesos, pero si uno es responsable de algo, lo gestiona distinto”, afirma.

Todo esto, sin embargo, no evita las recaídas. Es más, para Bascuas, éstas “forman parte del proceso de curación” de la obesidad, así que no deben verse como un fracaso. No obstante, reconoce que dotar a los pacientes de recursos emocionales, cognitivos y educacionales sobre la ingesta y la actividad posibilitan reducir esas recaídas.

“Cuando una persona llega a la consulta con obesidad, a lo mejor lleva 30 años con una gestión difícil de las emociones o con conductas negligentes. Es imposible que no haya recaídas. La gravedad, por tanto, no está en la recaída, sino en que la persona se desentienda completamente y se olvide de su gestión de la responsabilidad”, concluye.

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