sábado, 1 de febrero de 2020

Ya basta de ‘luchar’ contra el cáncer

Ante un diagnóstico de cáncer y tras el aturdimiento psicológico que provoca, es frecuente recurrir a un diálogo belicista con esas células mutantes que quieren acabar con su anfitrión: “Voy a vencerlo, no me rendiré, de esta batalla saldré con vida…”. Este fenómeno no se reproduce en otras enfermedades como el Alzheimer, el ictus, la insuficiencia renal o la septicemia. Adopta tintes de desafío deportivo, de competición empresarial: “Los vamos a derrotar, romperemos el asedio”, se grita frente a los adversarios. ¿Es una táctica psicosomática de supervivencia? ¿Eleva la inmunidad mental y física? ¿Contribuye a la curación?

“El cáncer no es una guerra”, escribe este mes en Scientific American Shikha Jain, oncohematóloga del Centro de Cáncer de la Universidad Rush, en Chicago, Estados Unidos. “Es una enfermedad que juega según sus propias reglas y no siempre responde de la forma en que se supone que debe hacerlo”. La dialéctica beligerante se exagera en los medios de comunicación cuando afecta a alguna celebridad que decide contar su enfrentamiento épico con el tumor, aunque no sea curable con las opciones de tratamiento disponibles. Considerar el diagnóstico de cáncer como un combate de boxeo del que se puede salir victorioso o noqueado significa que “si el paciente sucumbe es que no peleó lo suficiente o tiró la toalla”. A juicio de Shikha Jain, es un “tipo de retórica que puede ser perjudicial para los pacientes, sus familias y sus cuidadores”. El aguerrido vocabulario metafórico, empleado también por los médicos, “puede hacer que el paciente sienta que decepciona a los demás cuando el cáncer no responde a la terapia”.

Con el alma deprimida y el cuerpo desganado, lo último que desean muchos pacientes es una arenga para que salgan de la trinchera y salten las alambradas. “Como oncóloga, he tenido pacientes que usan este lenguaje para describir su diagnóstico, y también otros que se encogen cuando un miembro de la familia menciona la ‘batalla’ que se avecina. Hace poco, una mujer de 32 años con cáncer de colon metastásico me confió que había dejado de asistir a las reuniones familiares. Las constantes ‘analogías bélicas’ le hicieron sentir que no estaba haciendo lo suficiente, cuando solo intentaba sobrevivir y prosperar mientras disfrutaba de su incierta vida con sus hijos pequeños y recibía tratamiento”.

Decepciones más profundas

Los continuos avances contra el cáncer y las constantes promesas de nuevas moléculas o combinaciones, aun siendo reales, curando cada vez más tumores o extendiendo la vida de los afectados, inducen también crecientes esperanzas, por lo que, en caso de fracaso, el derrumbe psicofísico es más pronunciado que cuando se ha recibido un pronóstico realista; un exceso de optimismo de los médicos o de los familiares serían en tales casos contraproducentes y algo crueles. Y en ocasiones se puede sumar cierto grado de culpabilidad, alentado por voces revanchistas –“fumaba mucho, estaba muy gordo, no hacía ejercicio, desayunaba palmeras de chocolate”-, en pacientes que no han cumplido los cribados preventivos o seguido los estilos de vida saludables.

El psicólogo David Hauser, de la Universidad Queen en Ontario, Canadá, publicó un estudio a principios de este año en Health Communication que sugiere que “las metáforas de batalla podrían tener un impacto negativo en cómo piensan las personas sobre el cáncer, y esos pensamientos podrían socavar las intenciones de participar en comportamientos saludables”. En colaboración con Norbert Schwarz, de la Universidad del Sur de California, dedujo tras encuestar a mil pacientes que las metáforas belicosas causan resultados más fatalistas que las metáforas de viajes o el empleo de un vocabulario neutro. Los descriptores estándar de valientes, luchadores, guerreros y supervivientes ponen una gran presión sobre el enfermo. Los individuos describen sentimientos decepcionantes frente a amigos y familiares cuando no se les ve “luchando contra el cáncer”, actividad difícil de definir como no sea aguantar con estoicismo los molestos tratamientos sin quejarse demasiado. Términos como ‘vivir’ o ‘convivir’ con cáncer hacen que sea más fácil atravesar los altibajos inevitables del proceso, sin necesidad de mostrarse sudorosos o con las uñas desgarradas.

Las discusiones realistas y sinceras sobre el estado del tumor, los objetivos de las terapias y la expectativa de vida clarificarán y facilitarán la toma de decisiones. Sin olvidar que, como añade Jain, “los pacientes tienen diferentes preferencias y métodos que les ayudan a lidiar y manejar las noticias y el tratamiento. En algunos, la terminología combativa les puede estimular haciéndoles sentir que participan activamente en el tratamiento y que ejercen cierto control sobre la enfermedad”; sin embargo, en otros ‘la lucha contra el cáncer’ supone un esfuerzo ímprobo en un proceso que ya es emocional y físicamente agotador.

Desafortunadamente, el cáncer no es un oponente que se deje pisotear a voluntad, a fuerza de determinación o persistencia. Un argumento, bastante polémico, fue el estudio publicado en 2015 en Science por el equipo de Cristian Tomasetti y Bert Vogelstein, del Centro de Cáncer Kimmel de la Universidad Johns Hopkins. Concluía que el 66 por ciento de la variación en el riesgo de cáncer en adultos puede explicarse por la “mala suerte” y estaría por tanto fuera del control de cualquiera. “Todos los tumores están causados por una combinación de mala suerte, entorno y herencia”, resumían. La metáfora de la ‘batalla’ no considera esa aleatoriedad. Cargarle al paciente con la responsabilidad de ‘vencer al tumor’, como si todo dependiera de sus esfuerzos, es abusivo, engañoso y nada pacifista.

 

Por quién tocan las campanas

En 1996 se introdujo en Estados Unidos la práctica de tocar una campana cuando un paciente finaliza su tratamiento contra el cáncer, en medio de la alegría de familiares y personal sanitario. Ahora es común en los centros oncológicos de todo el país, incluidos 51 de los 62 centros designados por el Instituto Nacional del Cáncer. Si bien este rito altamente simbólico puede sonar a gloria celestial para los que terminan las sesiones de quimio o radio, puede desalentar a los que no las han concluido o a los que han recaído, despertándoles sentimientos de ira o depresión, pues quizá nunca lleguen a tocar las campanas, salvo en su funeral.

En Estados Unidos, la mayoría de los centros oncológicos disponen de una campana para celebrar el fin de un tratamiento.

Un estudio publicado el pasado octubre en International Journal of Radiation Oncology * Biology * Physics por un equipo de la Universidad del Sur de California en Los Ángeles analizaba algunas consecuencias no deseadas de esta ceremonia de graduación terapéutica y se preguntaba sobre la conveniencia de suprimirla. Una encuesta entre más de 200 pacientes con cáncer, la mitad de los cuales tocó la campanita al final del tratamiento y la otra mitad no, concluyó que los que tiraron del badajo recordaban después el tratamiento de forma más angustiosa que los que se fueron sin meter ruido. “En contra de lo que esperábamos, tocar la campana en realidad empeoró el recuerdo del tratamiento, y esos recuerdos se hicieron aún más pronunciados con el paso del tiempo”, dice el oncólogo Patrick A. Williams, que dirigió el trabajo. “Creemos que se debe a que genera un ‘flash de memoria’ que se incrusta en la vida de un paciente, es decir, una instantánea vívida de sus recuerdos de esa época. En lugar de resaltar los sentimientos positivos que implica completar el tratamiento, tocar la campana parece encerrar los sentimientos estresantes asociados con la terapia recibida”.

“¿Le gustaría estar semana tras semana conectado a un poste de estadio IV mientras otros celebran el fin de sus terapias?”, se preguntaba en un artículo de 2018 Katherine O’Brien, de la Metastatic Breast Cancer Network. Además, esta ceremonia, que significa el comienzo de una vida libre de cáncer, también podría crear falsas esperanzas en las personas cuyo cáncer reaparece, advierte Williams. “Si bien el final del tratamiento activo, ya sea quimioterapia o radioterapia, es sin duda un hito, para muchos no es el final del proceso ni de los efectos secundarios”, escribe Anne Katz en el libro After You Ring the Bell: 10 Challenges for the Cancer Survivor.

Williams propone celebraciones más tranquilas como un pequeño obsequio o un certificado si lo desean. “Lo importante es no provocar emociones fuertes al final del tratamiento. Muchas prácticas bien intencionadas pueden conducir a malos resultados. Deberíamos estudiar este tipo de intervenciones antes de implantarlas”.

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