"Al revés te lo digo para que me entiendas". Le tomo el título del artículo prestado al recomendabilísimo reciente libro de Esther Samper, una compañera de fatigas en la lucha contra la desinformación en salud.
El "si escuece, cura" me ha traído a la cabeza uno de los primeros casos duros que conocí en estas andanzas contra las pseudoterapias. Por poner al lector en situación, se trataba de una adepta a la 'Nueva Medicina Germánica', tema ya tratado previamente en esta columna. La historia, una que luego se repetiría demasiadas veces: mujer con un cáncer muy pequeño de pecho y pillado muy a tiempo a la que han asustado sobre el tratamiento médico, la han mareado hasta hacerle creer que la NMG sería una alternativa, y ha rechazado sus opciones reales de curación para abrazar una muerte que se acerca tal y como su pecho se va hinchando más y más. Y, cuando pregunta si es normal que la mama vaya aumentando de tamaño, se vaya deformando, o incluso la piel se enrojezca, se descame, huela mal y quede la podredumbre interior expuesta, la respuesta es que eso es el proceso natural de curación y significa que todo va bien.
Por casualidades de la vida, también uno de los últimos casos recibidos en APETP tiene la particularidad en la que quiero enfocar este artículo: de nuevo una mujer que lleva dos décadas con un problema de salud para el que un charlatán ha conseguido hacerle creer que él la está curando durante todo este tiempo, inoculándole bien al comienzo un pavor casi atávico a la medicina y los médicos. Ante las crisis de dicho problema de salud, el discurso es "no entendéis nada, cuando sufro estos achaques no son los achaques normales como los del resto, es un efecto secundario de la terapia y sin ella estaría muerta". Todo esto por el módico precio de más de 50€ por sesión, una vez por semana, durante esos 20 años.
El truco para conseguir hundir en la miseria de esta forma a una persona es conseguir la denominada inversión de términos, un recurso muy usado en la manipulación sectaria. Pensemos en un momento en el caso más extremo que podemos encontrar de su uso: el suicidio inducido. Probablemente no nos cueste mucho recordar o dar con alguno de los más infames suicidios masivos cometidos por gurús sectarios.
¿Cómo es posible llegar a inhabilitar uno de los instintos –el de la autopreservación– que más a fuego lleva marcado todo ser vivo y conseguir que, de forma aparentemente voluntaria, una persona termine con su vida? No es distinto a conseguir que una persona ceda todos sus ingresos al gurú de turno que predica el desapego a los bienes materiales, o la gestión de su salud al charlatán que la aleja del sistema médico.
Para esa receta hace falta desmantelar a ojos de la víctima el criterio de quien pudiera hacerla reflexionar, y aprovecharse de sus ilusiones para halagar su oído con promesas futuras. Una vez encaminada hacia ella, toda desviación del trayecto entre la realidad y lo esperado recibirá una pieza que engrase la posible disonancia cognitiva.
En los ejemplos anteriores no cuesta encontrar, como primer ingrediente, el calificar de 'interferir en el proceso de curación' a quien no comparta el criterio del paciente, o de 'no estar lo suficientemente elevado espiritualmente' a quien considere raro que uno done todos sus bienes a otra persona, o de 'no tener la mente abierta' o 'no entender nada' a quien se espante ante la idea de que uno termine con su vida. Nada más fácil para ellos que pintar a la medicina de un sistema frío, inhumano y sometido a oscuros intereses económicos, y a los profesionales sanitarios como sus indiferentes o aprovechados secuaces. La primera pieza de la inversión ya la tendríamos: convencerte de que quien de verdad te quiere o se preocupa por ti, en realidad te odia o es un estorbo inconveniente en tu camino. Una vez conseguido esto, vía libre para seguir enredando en la mente ajena.
El segundo ingrediente te muestra a lo que podrás acceder alejándote de lo anterior y siguiendo estrictamente los criterios del gurú/terapeuta: la curación, la elevación espiritual, un nivel más alto de conciencia, la vida eterna… Esta segunda pieza es la inversión de que la verdadera salud es la enfermedad y la salud es en realidad una enfermedad encubierta, la pobreza es la verdadera riqueza y la riqueza una pobreza encubierta, la muerte es la verdadera vida y la vida una muerte encubierta… Con esto consigues el enganche, la dependencia y sumisión de la víctima a quien parece saber cómo llevarla a buen término.
Por supuesto, cuando la pobreza haga mella en el estilo de vida, el adepto recibirá el mensaje de que va por el buen camino, que eso lo convierte en más ajeno a lo material, por ejemplo. Al enfermo que empeora le insistirán en que sus síntomas significan que todo está mejorando. Al muerto no tendrán que decirle nada, claro.
Curar no implica escocer en absoluto. Escocer puede ser un efecto secundario de un tratamiento, de acuerdo. Pero escocer puede –y suele– significar solo que tu cuerpo te está alertando de que está sufriendo una agresión. Como fuera que esta gente medra por pura selección natural (si no eres buen charlatán, te quedarás sin audiencia), sus discursos para hacerte pasar una cosa por otra han evolucionado y se han sofisticado para ser persuasivos.
En una pequeña vuelta de tuerca más, dejo de deberes al lector pensar en lo complicado que puede ser convencer a un paciente oncológico que algo tan deletéreo como la quimioterapia le puede curar, y sus similaridades y diferencias si quisieran intentar convencerle de que casi cualquier otra cosa en el universo podría curarlo excepto la quimioterapia...
* Emilio Molina. Vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (Apetp) y colaborador del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial (OMC)
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