Nadie duda hoy en día de que vivimos en una era de potente desarrollo tecnológico. De hecho, quizá estemos atravesando por una etapa en la que la velocidad a la que avanza la tecnología está muy por encima de la capacidad que tiene gran parte de la población para asimilarla y adaptarse a ella. Si a esto le añadimos los cambios en las relaciones interpersonales que se vienen produciendo desde el nacimiento de internet y las redes sociales, y sumamos la guinda que ha supuesto la pandemia de covid-19, que según algunas estimaciones ha acelerado hasta en 15 años algunos procesos digitales, tendremos un cóctel perfecto para darnos cuenta de que probablemente estamos inmersos en un nuevo momento de transformación histórica.
A nada de esto escapa la sanidad y, por supuesto, la farmacia comunitaria, especialmente si tenemos en cuenta que los países desarrollados tienen problemas serios vinculados al envejecimiento poblacional, la dependencia, la cronicidad de las enfermedades y la falta de adherencia terapéutica. Por tanto, al reto que supone reforzar los sistemas de salud para dar respuesta a las necesidades sanitarias de la población y mejorar la eficiencia en la gestión de los recursos disponibles hay que añadir su adaptación a la era digital mediante la aplicación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Esto no es nuevo, pero ahora se antoja imprescindible, por lo que cabe preguntarse en qué casos y en qué condiciones debe darse esa digitalización de los servicios sanitarios que va más allá de la provisión telemática (a distancia) y si, en el caso que nos ocupa, la farmacia comunitaria está preparada para ello.
Esta es una de las preguntas a las que en SEFAC hemos tratado de dar respuesta en las 15 jornadas científico-profesionales que desde septiembre hemos celebrado por toda España. La digitalización debe incorporarse con sentido a los avances de la farmacia asistencial, para lo cual lo primero sería introducir el concepto de teleatención farmacéutica (TAF) en lugar de telefarmacia, que es un término con una gran connotación comercial o vinculada solo a la provisión y/o suministro del medicamento. Pero la TAF es mucho más, pues se trata de la herramienta que utiliza las TIC para complementar y optimizar la práctica de la atención farmacéutica (AF) en el ámbito comunitario, tanto en objetivos como en sus procedimientos, sin perjuicio de la atención personalizada y presencial que precise el paciente, especialmente con patologías crónicas.
Esto último es especialmente relevante, ya que la digitalización en la prestación farmacéutica, al igual que en otros servicios sanitarios, debería basarse, hoy por hoy, en un modelo dual que se apoye en la tecnología (desde la que ya existe como la receta y la historia clínica electrónica hasta otras como el big data) para determinados tipos de consultas (por ejemplo, seguimientos periódicos a distancia) y pacientes (principalmente personas con dificultades de desplazamiento, etc.). Todo ello sin caer en el riesgo de la deshumanización, ya que los pacientes son personas que siguen necesitando hoy por hoy, y en su mayoría, el contacto cercano, la empatía, la seguridad y la confianza que transmiten las relaciones humanas presenciales.
Sin duda, queda aún mucho por hacer en este proceso de digitalización que nos debe ayudar a que la prestación farmacéutica aumente la disponibilidad de algunos servicios profesionales farmacéuticos asistenciales, mejore la seguridad en el uso de los medicamentos y ayude también a que los profesionales compartan información y colaboren en beneficio del paciente. El tren está en marcha y debemos ser los propios profesionales los que lo dirijamos si no queremos que nos lleve a un destino que no hayamos elegido previamente y que, sobre todo, rompa nuestro vínculo más directo con la población a la que atendemos.
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