viernes, 13 de octubre de 2023

Comprar bebés

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Vie, 13/10/2023 - 08:29
Firma invitada: Lorenzo Gallego Borghini
Representación medieval de una operación cesárea. [Imagen tomada de Old Book Illustrations]
Representación medieval de una operación cesárea. [Imagen tomada de Old Book Illustrations]

Oí la palabra surrogacy por primera vez hará veinte años, en una fiesta en Los Ángeles. Allí había dos papás —una pareja de dos hombres— con su hijito y alguien me explicó en voz baja cómo lo habían tenido. Deriva de surrogate (del latín subrogare) y se documenta en inglés en el siglo XVII con el significado de ‘delegado’ o ‘sustituto’ de una autoridad.

Hay pocas controversias bioéticas en las que el término elegido delate con tanta claridad la postura que uno defiende. Lo hemos visto este año en la polémica sobre la «hija-nieta» de Ana García Obregón, nacida en Florida mediante un contrato de este tipo: en un extremo están quienes la acusan de ir a Estados Unidos a «comprar bebés»; en el otro, quienes hablan de «maternidad subrogada», con una denominación entre culta y emotiva (aunque en este caso sería más propio hablar de «abuelidad subrogada»).

La polémica estuvo cargada de acritud y, en mi opinión, de machismo. Contra la actriz se vertieron críticas que no se habían oído, o no con la misma animadversión, cuando los comitentes eran un varón solo o una pareja de dos varones, amparados por cierta «inmunidad gay»; cabe decir, en este sentido, que en los últimos años el negocio ha instrumentalizado en su beneficio un discurso progresista contrario a la discriminación de los homosexuales. En todo caso, la polémica ha marcado un punto de inflexión en España: la opinión pública, que ya empezó a mudar con motivo de los bebés atrapados en Ucrania durante los primeros confinamientos de la era covid, parece haberse vuelto ahora netamente contraria a esta práctica. Hace unos días, por ejemplo, José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo, tachaba el «alquiler de vientres» de «contrato nulo e inmoral», rayano en la esclavitud.

En su libro Gestación por sustitución: ni maternidad subrogada ni alquiler de vientres, la jurista y bioeticista Eleonora Lamm recoge una buena cantidad de sinónimos: alquiler de útero, madres suplentes, madres portadoras, donación temporaria de útero, gestación por cuenta ajena, gestación subrogada, maternidad sustituta, maternidad de alquiler, maternidad de encargo o madres de alquiler.

Para ella, el término ‘subrogación’ y sus derivados no son correctos jurídicamente, porque deberían referirse a los supuestos en los que la gestante aporta tanto el proceso de gestación como su material genético, circunstancias que no concurren en la mayoría de los casos; por otro lado, Lamm rechaza ‘maternidad’ porque la gestante no es la madre genética y porque el concepto engloba una realidad mucho más extensa que la gestación, y descarta ‘vientre de alquiler’ por considerarlo vulgarismo y por sus matices peyorativos. El libro puede descargarse gratis de la Colección de Bioética de la Universidad de Barcelona.

Por los motivos que apunta Eleonora Lamm, entonces, quizá lo mejor sea utilizar el término sancionado por la legislación española, ‘gestación por sustitución’, al menos si queremos entrar al debate con una mínima apariencia de neutralidad. Efectivamente, es la Ley 14/2006, sobre técnicas de reproducción humana asistida, la que establece, en su artículo 10, titulado «Gestación por sustitución», que será «nulo de pleno derecho» el contrato de la mujer que renuncie a la filiación materna a favor del contratante o de un tercero, con o sin precio.

Eso, por supuesto, si se desea exhibir cierta moderación. El debate va para largo y las posiciones son enconadas, así que nada nos impide elegir uno u otro término en función de la opinión que, de entrada, queramos expresar.

 

Lorenzo Gallego Borghini es traductor médico y máster en bioética.

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