Aunque se habla poco de ello, la Iglesia católica ―que defiende el carácter sagrado del matrimonio como íntima comunidad de vida y amor de naturaleza unitiva y procreadora, creado por Dios y, en consecuencia, regido por sus leyes― sigue considerando inmorales la inmensa mayoría de las técnicas habituales de reproducción asistida: inseminación artificial; donación de óvulos o de semen; fecundación in vitro; inyección intracitoplásmica de espermatozoides; selección de ovocitos o de embriones; cultivo, crioconservación, transferencia o eliminación de embriones. En unos casos, porque los métodos empleados reemplazan el acto conyugal o lo violan con la presencia de terceros; en otros casos, por tratarse de métodos artificiales o incompatibles con la dignidad de la personita concebida, o que ocasionan su muerte intencionada. El matrimonio no confiere a los cónyuges el derecho a tener un hijo, sino solamente el derecho a llevar a cabo los actos naturales que de suyo vayan encaminados a la procreación.
Ello no quiere decir, sin embargo, que la Iglesia se oponga a toda técnica de tratamiento de la esterilidad o infertilidad. Según la Instrucción Dignitas Personae sobre algunas cuestiones de bioética, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 2008: «Son [...] admisibles las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad. La Instrucción Donum vitæ se expresa en este modo: “El médico está al servicio de la persona y de la procreación humana: no le corresponde la facultad de disponer o decidir sobre ellas. El acto médico es respetuoso de la dignidad de las personas cuando se dirige a ayudar al acto conyugal, ya sea para facilitar su realización, o para que el acto normalmente realizado consiga su fin”».
Se explica así el éxito que, entre los matrimonios católicos más tradicionales, vienen cosechando en España, desde hace cosa de cinco años, las técnicas naprotecnológicas de fecundación in vivo por métodos exclusivamente naturales en el seno de la pareja. Pero ¿y el nombre que recibe? ¿Se han preguntado alguna vez de dónde viene el término naprotecnología?
A primera oída suena a griego, pero no. Desarrollada a partir de 1985 por el ginecólogo Thomas Hilgers y su equipo en el Instituto Pablo VI (hoy San Pablo VI) para el Estudio de la Reproducción Humana, en Omaha (Nebraska, EE.UU.), la naprotecnología toma su nombre del inglés NaProTechnology, formado por acronimia de natural procreative technology (tecnología de procreación natural). Y busca abiertamente ser eso mismo: un proceso natural de optimización de la fecundidad que evita la fecundación in vitro y la destrucción de embriones. ♦
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