sábado, 6 de julio de 2024

Dicotomías desatinadas

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Sáb, 06/07/2024 - 09:59
Firma invitada: Isabel Martos Maldonado

El avance en las distintas disciplinas que se ocupan del sistema nervioso central y la salud mental pone cada día más de manifiesto el importantísimo papel que el lenguaje desempeña en el funcionamiento de nuestro cerebro, así como en el estado de nuestra psique. Con ello, podríamos encontrarnos en el camino idóneo para devolver a la palabra y a su hiperónimo lato, las letras, la relevancia que en las últimas centurias ha ido perdiendo.

La escisión del conocimiento humano en los dos mundos de las letras y las ciencias comienza a fraguarse en el siglo XVII. En esta época, el interés por la religión mengua a favor de la ciencia, y el rigor del método experimental, que abre las puertas a la verdad absoluta e incuestionable, empieza a ganar reputación. No obstante, no fue hasta el siglo XIX, con la especialización de las distintas disciplinas científicas, que la brecha categórica del saber adquirió los tintes dicotómicos que tiene en la actualidad. La oposición ha arraigado en nuestras estructuras sociales y educativas hasta tal punto, que parecemos estar obligados a decantarnos por una u otra ya en los albores de nuestra vida. Y de este modo, se nos pregunta en el colegio: «¿Qué te gusta más, Lengua o Matemáticas?». Sin embargo, con la madurez y el criterio que el tiempo otorga, hay quien se percata de que tal división es un constructo simplista, artificial y no del todo inocuo. Las letras y las ciencias cuentan con una conexión mucho más profunda de la que aparentan.

¿No motiva al científico su curiosidad filosófica, en su sentido etimológico de ‘amor a la sabiduría’? ¿No comparte este la respuesta a sus preguntas a través de la palabra? ¿No conviene que esta respuesta se exprese de forma correcta para ser entendida y acogida? Las fórmulas físicas y matemáticas no tendrían razón de ser si no se pudiesen explicar para ser comprendidas; la medicina no habría avanzado tanto si no se hubiese podido transmitir con precisión por escrito. A todo conocimiento científico subyace, pues, una pasión humana de la que se ocupan las letras. También desemboca este discernimiento en una satisfacción personal de la que, efectivamente, se vuelven a ocupar las letras. Con esta reflexión, no pretendo encumbrar a las letras en detrimento de las ciencias, ni mucho menos, sino conferir a ambas el lugar privilegiado del Olimpo cognitivo que merecen compartir. A propósito del Olimpo, era Apolo en la antigua Grecia dios de la curación, la enfermedad y las artes al mismo tiempo.

Decía que mi intención no era otra que la de situarlas en el solio que comparten. Con el fin de respaldar mi empresa y para demostrar que el culto a ambas no está reñido, aludo a las muchas personalidades célebres que, siendo de lo que hoy llamamos «perfil científico», demostraron su amor por la palabra y tributaron homenaje a deidades menos metódicas y exactas. Decía Antón Chéjov, médico ruso consagrado también al cultivo de las letras, que la medicina era su mujer legítima y la literatura su amante. Y es que especialmente estrecho se muestra el vínculo de las letras y las ciencias en una de las disciplinas científicas por antonomasia: la medicina.

Es nutrida la lista de médicos-escritores y escritores-médicos. Quizás porque el eje principal de la medicina y la literatura es el ser humano y todo lo que a él atañe no es ajeno a literatos ni galenos; quizás porque, en última instancia, todo el conocimiento del que se ocupa la ciencia afecta a la humanidad.

Sea como fuere y llegados a este punto, me gustaría citar dos próceres, médicos de profesión y escritores por devoción, a los que admiro profundamente. Por un lado, el ilustrísimo Ramón y Cajal. Este navarro que no necesita presentación, dedicó su vida a la medicina y la investigación, lo que le valió el Premio Nobel en 1906; pero cultivó igualmente su faceta como escritor literario y de cuya obra destaco los Cuentos de vacaciones, una colección de cinco relatos pseudocientíficos que rezuman ingenio y pulcritud en la palabra. Archiconocido también es el trabajo de divulgación del neurólogo británico Oliver Sacks. Con sumo respeto, esmero y delicadeza, Sacks nos acerca al fascinante mundo del cerebro y su funcionamiento (o sus disfunciones). Asimismo, este neurólogo humanista no dejó de dedicar páginas a la reflexión sobre la vida y la existencia.

Es la división del conocimiento, pues, una dicotomía artificial que deberíamos entender a lo sumo en términos de clasificación; no de elección. Ambas nacen de la habilidad única del ser humano para pensar, razonar y comunicarse mediante el lenguaje, por lo que ambas son una parte inherente de nuestra naturaleza y a las dos podemos honorar por igual. Para no perpetuar la dicotomía, cabría dejar de ofrecer la disyuntiva a nuestra prole, responder únicamente a la curiosidad innata del ser humano por aprender y avivar el impulso que nos lleva a querer expresarnos en palabras. ♦

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Isabel Martos Maldonado es traductora; máster en traducción médico-sanitaria por la Universidad Jaime I (UJI).

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