lunes, 29 de abril de 2019

Flexibilidad estructural y tecnificación marcan el presente y el futuro de la arquitectura hospitalaria

La evolución de las necesidades asistenciales y organizativas, así como de las demandas de los usuarios (tanto profesionales como pacientes), ha llevado a un cambio en los requerimientos a los que debe dar respuesta la arquitectura hospitalaria y, por extensión, la arquitectura de todos los centros sanitarios.

Este fue el punto de partida de una mesa redonda celebrada en Roca Barcelona Gallery, que inauguraba el ciclo Arquitectura Hospitalaria, en la que participaron arquitectos especializados en este campo que han desarrollado sus proyectos principalmente en Cataluña pero también en Europa, América Latina y África. Todos ellos coincidieron en que el presente y, sobre todo, el futuro vienen marcados por los cambios en los programas funcionales de los hospitales, que exigen una gran flexibilidad estructural; por la tecnificación creciente de equipamientos e instalaciones, y por la profundización en la humanización y la sostenibilidad de estos edificios.

Poniendo como ejemplo la experiencia catalana de cuatro décadas desde las transferencias sanitarias, Martí Ballart, arquitecto, jefe de la división de Recursos Físicos del CatSalut y comisario del ciclo, señaló que, con cerca de 70 hospitales y 500 centros de atención primaria, la extensión de la red sanitaria pública “está cerca de su límite, por lo que el presente y el futuro están centrados en la renovación o sustitución de edificios”. Aunque aumenta la hospitalización por el envejecimiento poblacional, en estos años ha descendido el número de camas hospitalarias, se ha incrementado la asistencia ambulatoria y los hospitales son cada vez más multidisciplinarios y tecnificados. Conviven, a un tiempo, la centralización de los grandes hospitales terciarios, la descentralización de los comarcales y los nuevos centros especializados. Y, en todos los casos, la arquitectura debe adaptarse a sus demandas.

Planes funcionales cambiantes

A la hora de proyectar, Mario Corea, de Mario Corea Arquitectura, subrayó que el principal parámetro a considerar es el “cambio continuo de los planes funcionales”, lo que obliga a que el edificio “sea capaz de evolucionar organizativamente sin cambiar físicamente el módulo estructural o la fachada, porque el hospital es un sistema vivo que no puede interrumpirse para transformarlo”. En esta dirección, Albert Pineda, del despacho Pinearq, advirtió de la obsolescencia de los planes funcionales, “porque se van modificando en los diez años que tardamos en construir, un periodo en que cambian personas y demandas”. Por ello son necesarios planes funcionales “flexibles o adaptables” y ha emergido el concepto de hospital resiliente, aquel cuya arquitectura debe ser capaz de aceptar y afrontar esas demandas cambiantes.

Sobre las virtudes del modelo tipológico actual, Lidia Planas, de Sanabria & Planas-Gallego Arquitectes, remarcó que “hemos pasado de los grandes hospitales herméticos, compactos y encorsetados a edificios más permeables, accesibles e integrados en el entorno, ya sea la trama urbana o la naturaleza en los hospitales periféricos”. Y abundando en la flexibilidad de los edificios, señaló que la estructura imperante, en malla reticular, “facilita las futuras ampliaciones de los centros, que antes implicaban meros adosados”, al tiempo que reduce la necesidad de reformas obligadas por nuevas instalaciones, una de las lacras de los grandes edificios actuales.

Hospital tecnificado

Por su parte, Patricio Martínez, del despacho PMMT Arquitectos, vaticinó un “cambio radical” de los hospitales en las próximas décadas, que vendrá de la mano de la tecnología. La expansión de la telemedicina, la cirugía a distancia y, sobre todo, de la inteligencia artificial transformará el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades pero también la propia morfología de los hospitales. “Pasarán de accesibles a universalmente accesibles, para personas con déficit sensoriales o cognitivos; de energéticamente eficientes a autosuficientes; estarán construidos con materiales que contribuyan a la salud y, evidentemente, serán el máximo de flexibles”. “De hecho -sentenció- lo que quedará antes obsoleto no serán los materiales o la construcción, sino la tecnología y los conocimientos médicos”.

Pineda destacó asimismo la interrelación creciente de asistencia, investigación y docencia, que llevan a integrarlas en un mismo edificio. “Paradójicamente, hemos pasado de sacar los laboratorios de los hospitales a volver a llevarlos dentro”.

Humanización y sostenibilidad

Sobre el concepto en boga de humanización de la arquitectura hospitalaria, Martínez admitió que le parece “un fastidio”, ya que su mera mención “supone que algo estamos haciendo mal”. Sin embargo, ahí están, por ejemplo, los esfuerzos en mejorar la movilidad. Corea resaltó la consolidación de la separación de las circulaciones públicas y técnicas así como “el empleo de escaleras mecánicas y rampas para salvar desniveles, evitar la verticalidad y lograr un hospital sin barreras”. Otras medidas de mejora del confort de los usuarios son, evidentemente, la iluminación natural, la integración de la vegetación o el uso de materiales y colores agradables, “porque se ha visto que contribuyen a mejorar las condiciones de trabajo de los profesionales y a la recuperación de la salud de los pacientes”.

En cuanto a la sostenibilidad, Planas recordó que “un buen edificio ya debe ser sostenible en sí mismo”. Comenzando por la sostenibilidad pasiva, que incluye la orientación este-oeste o el conocimiento del clima, “lo que nos obliga a entender el lugar”, hasta los elementos de sostenibilidad más activa. En este terreno, todos los expertos coincidieron en la bondad de los hospitales urbanos, más sostenibles y accesibles en transporte público, a pesar de que su rehabilitación sea más costosa que la edificación de un nuevo hospital periférico.

Sobre estos últimos, Ballart reconoció que quizás se ha abusado de la horizontalidad de los edificios, lo que obliga a hacer largos recorridos a los usuarios. En esta situación tiene mucho que ver la creciente demanda social por habitaciones individuales. “En realidad, es una cuestión cultural -apuntó Pineda- porque en países con el nivel económico de Alemania, por ejemplo, las habitaciones son de cuatro camas, ya que no existe tanta tradición de visitar a los enfermos por parte de familiares y amigos”.

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