sábado, 21 de diciembre de 2019

¿Deben aceptar los médicos regalos de sus pacientes?

Joel Dunnington, un radiólogo que se retiró en 2014 del Centro de Cáncer MD Anderson de la Universidad de Texas en Houston, es un Papá Noel habitual. El año pasado, horneó y distribuyó 50 tartas de frutas (usando la receta de su madre) y 150 pastelitos entre el personal del Anderson. Pero cuando se trata de obsequios de pacientes agradecidos, Dunnington se transforma en un Scrooge despreciativo: no acepta ningún regalo. Según confiesa en MedPage Today, “estos obsequios generalmente solo crean conflictos entre pacientes y  médicos”, como el sesgo preferencial que se puede establecer.

La Navidad es tiempo de aguinaldos, de regalos a parientes y bienhechores, de recuerdos y sentimientos de gratitud hacia quienes nos han ayudado, como ese médico de cabecera que nos aguanta con tanta paciencia o aquel otro que nos puso la prótesis. ¿Deben los médicos aceptar esas expresiones de gratitud envueltas en papeles de colores? ¿Cuál sería un valor monetario razonable? ¿O habría que declinar cortésmente? La respuesta no es unánime. Hay una especie de instinto ancestral de recompensar al que se preocupa por nosotros, aunque se le haya pagado la tarifa estipulada. Las propinas a un taxista o camarero reflejan las diferencias de atención. Lynda Gorov, escritora y editora de Los Ángeles, confiesa cierta congoja por no haber mostrado su gratitud a los médicos que la han tratado: “Siempre me pregunto por qué le doy propina a la persona que me sirve el café, pero no a la persona que me hace una extracción de sangre perfecta”.

“No existen regulaciones definitivas sobre la aceptación de obsequios de los pacientes, y existen puntos de vista opuestos”, escribía hace unos años en Canadian Family Physician la psiquiatra Lara Hazelton, de la Universidad Dalhousie, en Halifax. “Algunos creen que los médicos nunca deberían aceptarlos porque podrían influir en la atención o debilitar la relación; otros piensan que en ciertas circunstancias permiten a los pacientes expresar gratitud y fortalecen el vínculo médico-paciente”.

Ética de los incentivos

Hace unos años, en un informe de la Organización Médica Colegial titulado Ética de los incentivos a los profesionales sanitarios y dirigido por Diego Gracia y Juan José Rodríguez Sendín, se leía que “desde el punto de vista de la ética profesional, no es lo mismo aceptar un presente que trae el paciente (o familia) que ha establecido una relación más allá del mero acto médico, que recibir un regalo por actuar de una determinada manera. Lo segundo aleja al profesional sanitario de su tarea de informar y tratar al paciente de manera objetiva basada en criterios clínicos, y de su obligación de respetar el principio de justicia y no discriminar injustificadamente y tratar con equidad a todos los potenciales receptores”. Tanto la OMC española como la British Medical Association, la Canadian Medical Association o el American College of Physicians coinciden en que lo más adecuado es supeditar la decisión a la particularidad de cada caso, si bien hay unanimidad en que no deben aceptarse regalos que condicionen o puedan condicionar la profesionalidad del médico.

Dunnington, que fue delegado de la American Medical Association (AMA), se decantó por prohibir todos los obsequios, pues conducirían a favoritismos, por ejemplo en las listas de trasplantes. Una encuesta realizada en 1980 a casi 400 médicos británicos concluyó que el 20% recibieron regalos en los últimos tres meses. El valor promedio de los obsequios fue inferior a 15 dólares, siendo las bebidas alcohólicas lo más común, seguidas de bombones y dinero en efectivo. No faltaban viajes en cruceros o entradas para un partido de fútbol o un concierto.

El Consejo de Asuntos Éticos y Jurídicos de la AMA actualizó sus principios deontológicos en 2016 después de una revisión de ocho años. Al no haber un consenso claro, decidió permitir a los médicos cierto margen de maniobra para aceptar o rechazar un regalo.

¿Pero cuando un regalo se convierte en un soborno? Tampoco hay directrices diáfanas ante este dilema. La AMA no establece límites en dólares, aunque algunas instituciones sí lo han hecho. Así, el MD Anderson limitó el valor de los regalos a 50 dólares. Y claro, siempre hay clases: los resultados clínicos de un cirujano o un pediatra son más visibles que los de un radiólogo o un anestesiólogo, y también por tanto las ofrendas que se les hacen. 

George Annas, especialista en Ética Médica en la Universidad de Boston, dice que debería haber límites, pero con matices. “¿Qué pasa si su paciente se presenta con un salmón ahumado? Probablemente valga entre 25 y 50 dólares. Realmente creo que no vale la pena discutir por eso, si bien algunas personas demasiado puristas lo rechazarían”. La cuestión básica es si los pacientes están comprando un tratamiento especial con sus obsequios o sencillamente manifiestan su agradecimiento: “Habría que preguntarles a ellos”. La AMA dictaminó que los médicos deben “rechazar los obsequios que sean desproporcionadamente o inapropiadamente grandes, o cuando el médico se sentiría incómodo si sus colegas supieran que había aceptado ese regalo”.

Consejos orientadores

En un artículo publicado el año pasado en Actualización en Medicina de Familia, revista de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc), y firmado por los médicos de atención primaria Ana Valverde Prados y José Antonio Castro Gómez, de Granada, y Rosario Perez García, de Tarragona, se brindaban algunos criterios útiles: el mejor antídoto contra la perversión del regalo es la transparencia; nunca debe importarnos que se conozcan los regalos que recibimos; no es ético aceptar un regalo de carácter íntimo, como lencería; no es ético aceptar un regalo que sea caro (concepto que varía, claro, según el país o lugar en el que se trabaje); los regalos que se hacen con la intencionalidad de modificar la relación médico-paciente para obtener un beneficio por parte del último (un trato especial respecto al resto de los pacientes) han de ser rechazados.

Lara Hazelton se enfrentó a un problema de límites cuando un paciente anciano que le había obsequiado con galletas, bizcochos y libros, le insistió en “hacer algo especial” por ella. Hazelton le sugirió que hicieran una donación al hospital cuando finalizara el tratamiento. Y le explicó que los dulces los repartiría entre el personal del centro y los libros los donaría a la biblioteca de pacientes. Martha Howard, médico de familia de Chicago, suele rechazar los regalos, pero cuando trabajaba en los Servicios Sociales hizo una excepción cuando sus “maravillosos pacientes mexicanos a veces me traían tamales porque veían que no tenía tiempo para almorzar. Me los comí con gratitud”.

Flores, libros, tiestos, alimentos caseros, cerveza artesanal, bolsas de fruta o de tomates son regalos habituales en ciudades pequeñas o ambientes rurales. Paul Speckart, médico generalista y endocrinólogo en San Diego, California, está acostumbrado a esos pequeños detalles, resultado de los estrechos vínculos con algunos pacientes. “Uno de mis pacientes piensa que tengo un gran déficit cultural y me trae dos entradas para la ópera cada año. Y en Navidad recibiré seis u ocho tiques de regalo para restaurantes locales”. Pero hace unos años se enfrentó a una ‘oferta’ de 40.000 dólares. Procedía de un paciente, empresario retirado y también amigo personal, que sabía que los ingresos de Speckart eran de unos 150.000 dólares al año y que a su hijo lo habían aceptado en la Universidad de Stanford, cuya matrícula en 1991 costaba 40.000 dólares. Speckart, ex miembro de la Junta Directiva del American College of Physicians, sabía que los obsequios en efectivo generalmente no eran apropiados y que uno tan grande parecía indecoroso. Pero después de consultarlo con algunos socios, aceptó el regalo de su amigo. Eran otros tiempos.

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