sábado, 27 de noviembre de 2021

El hartazgo dispara el abandono enfermero

Profesión
aliciaserrano
Vie, 03/12/2021 - 08:00
Laboral

La profesión enfermera lleva lustros sufriendo una continua y creciente vulneración de derechos laborales, abusos, amenazas, precariedad en el empleo y deficiente gestión de los recursos humanos, que ahora se ha visto agravada por la pandemia. Esta falta de reconocimiento salarial, junto a la alta temporalidad que sufre el colectivo -encadenando contratos de horas, días o semanas-, está llevando a muchas enfermeras a abandonar la profesión.

Estefanía Martínez Iniesta es una de ellas. Con 28 años le dijo adiós a la Enfermería para probar suerte en la docencia, y desde 2019 se dedica a impartir clases en un instituto de formación profesional en Elche.
Su mochila curricular carga varios contratos en atención primaria y en residencias de ancianos, así como su paso por cinco hospitales de Madrid -Infanta Sofía, 12 de Octubre, La Paz, La Princesa y Sanitas La Zarzuela-,  donde ejerció la Enfermería en varios servicios sin llegar a encontrar la estabilidad laboral que le hubiese permitido planificar su vida y afianzar su profesión. 

“Nunca olvidaré las condiciones de mi primer contrato en una residencia privada en Madrid: sola y en el turno de noche para 180 ancianos, y donde también tenía que dejar lista la medicación para la mañana siguiente. Me fui a los 15 días porque era impensable asumir dicha responsabilidad. También he trabajado en diferentes servicios hospitalarios (Cardiología, Endoscopias, Oncología…) hasta que entré en el equipo volante o pull del Hospital 12 de Octubre como interina, donde cada día te decían dónde hacía falta cubrir un puesto. En una ocasión me enviaron a la UCI, a pesar de que les dije que no sabía cómo manejar al paciente intubado. Lo pasé francamente mal, necesité asistencia psicológica y estuve un par de meses de baja con muchos dolores de cabeza y problemas de salud”, explica.

“Aquí no voy a matar a nadie”

La traumática experiencia de Estefanía en la UCI le llevó a dar carpetazo a la profesión que había elegido por vocación. “Regresé a Alicante y decidí empezar de cero en aras de mi salud mental. Hice el máster universitario de formación para el profesorado (antiguo Cap), que te habilita para dar formación en institutos, y empecé a impartir clases -Auxiliar de Enfermería y Farmacia, Laboratorio, Anatomía Patológica e Higiene Bucodental- a chavales de 16 y 17 años.  Ahora estoy tranquila porque sé que no voy a matar a nadie”, bromea.
A pesar de que tiene claro que no quiere regresar a la asistencia, se puso a disposición del Hospital de Elche durante la primera ola de la pandemia: “No podía quedarme en casa viendo cómo lo estaban pasando mis compañeros”. 

De enfermera a desarrolladora web

Patricia Contreras, de 30 años, llevaba seis y medio enlazando unos contratos con otros en el Servicio de Gestión de Camas del Hospital La Paz. “Me sentía estancada y frustrada en un trabajo no asistencial que era incapaz de cambiar al no tener una plaza en propiedad. Tampoco tenía posibilidades de progresar ni de que mis condiciones laborales mejorasen: llevaba con el mismo sueldo y horario desde el primer día”, asegura. 

Precisamente por ello, en noviembre del año pasado decidió saltar de la profesión sin tener un plan B debajo del brazo. “Estuve  en paro durante seis meses, que aproveché para formarme como desarrolladora web, que es también la profesión de mi pareja. Ahora soy dueña de mi futuro. He logrado un horario mejor y sé que mis condiciones económicas mejorarán en función de mi experiencia”.

Una historia de amor truncada

El caso de Diego (prefiere que no aparezca su apellido) también es una historia de amor hacia la Enfermería que se ha visto bruscamente truncada tras la pandemia. Estudió Medicina, pero pronto se dio cuenta de que el trato y la cercanía que quería tener con el paciente solo se conseguía desde la Enfermería. 
“Me estrené como enfermero hace un par de años, en plena pandemia, donde he ido encadenando un contrato tras otro, tanto de meses como de días sueltos. De hecho, en un año llegué a compilar 52 contratos en atención primaria”, asegura.

Reconoce que tiene una fuerte vocación enfermera, pero que no es lo suficientemente sólida como para echarse sobre las espaldas el peso de unas condiciones laborales que no le permiten planificar su vida, pedir una hipoteca ni saber cuándo se puede ir de vacaciones. “Dejo la profesión por hartazgo y frustración. Me he sentido tan maltratado en estos últimos años que he decidido tantear otras opciones laborales. En junio terminé un máster de investigación en Farmacología [trabajó para una empresa farmacéutica después de estudiar Medicina] y en diciembre comenzaré a trabajar como investigador para una fundación privada”, comenta aliviado.

Lo cierto es que la gran sobrecarga y tensión laboral sufrida por las enfermeras durante la pandemia ha pasado una clara factura a su salud física, psicológica y emocional, que ha hecho que se planteen los cimientos de su vocación. Estas profesionales, además, tienen aproximadamente el doble de probabilidades de suicidarse que la población femenina en general y un 70% más que las médicas, según un estudio de la Universidad de Michigan que se publicó antes de la pandemia en la revista JAMA Psychiatry

Una macroencuesta realizada el pasado febrero por Satse también pone sobre el tapete que las condiciones laborales están haciendo más mella que nunca en la salud de las profesionales y revela que siete de cada diez enfermeras sufre el síndrome del profesional quemado. Algunas, incluso, necesitan ayuda psicológica para sobrellevar el impacto que la pandemia ha dejado en sus vidas.

Si enseñas las vergüenzas de la sanidad...

Víctor Aparicio Martín es enfermero de UCI Cardíaca en el Hospital Gregorio Marañón y desde septiembre está de baja laboral y en tratamiento psicológico. Conoce a fondo lo cruel que puede llegar a ser un sistema que tapa la boca a los que levantan la voz y enseñan las vergüenzas de la sanidad.

“En el hospital quisieron abrirme una sanción disciplinaria por hablar abiertamente en los medios de comunicación y en las redes sociales sobre las condiciones laborales de las enfermeras durante la pandemia, aunque me dijeron que el origen de la investigación era otro: haber entrado una vez y durante dos minutos con mi contraseña (que se comparte con alumnos, otros enfermeros...) en la historia clínica de un paciente de Medicina Interna”. 

El proceso se cerró hace meses sin consecuencias disciplinarias para este enfermero, al que no le gusta la sumisión ni el servilismo de la Enfermería, pero abrió una herida que no sabe si algún día podrá cicatrizar: “¿Qué pasa si cometo un fallo en la UCI? Ahora pido las instrucciones por escrito... Me siento castrado laboralmente y no creo que vuelva a la asistencia, y mucho menos a la UCI”.

¿Ejercer de especialista?

Son muchas las autonomías que siguen sin contratar a enfermeras especialistas en sus servicios de salud, lo que lleva a una merma de la calidad asistencial y a una frustración laboral y profesional que en ocasiones también deriva en abandono. 

Es el caso de la enfermera pediátrica Laura Romero, de 42 años, que lleva unos diez años trabajando en la urgencia de adultos en el madrileño Hospital Infanta Leonor, y que lamenta que haya enfermeros generalistas ejerciendo en servicios pediátricos. “He decidido reducir mi jornada un 50% porque ya no lo aguanto más. De hecho, estoy complementando mi sueldo con trabajos esporádicos como modelo. Como interina no puedo elegir el servicio donde trabajar, a pesar de que he pedido varias veces a Salud Laboral que me reubique porque durante una época tuve serios problemas de salud ocasionados por el estrés”, dice.

Una oportunidad en noruega

Antes de abandonar la profesión y ante la falta de oportunidades, muchas enfermeras deciden probar suerte en otros países, que les ofrecen sueldos y condiciones mucho mejores que las del SNS. En los últimos años, de hecho, ha emigrado casi una promoción entera, unas 8.000 profesionales (en España se gradúan 10.000 al año). 

Así, España se ha convertido en la principal suministradora de enfermeras low cost a países como Alemania, Gran Bretaña, Suecia o Noruega, que se ahorran todos los gastos de formación de estas profesionales. 
En este último país aterrizó hace dos años Noelia Sánchez Chueca, de 25 años. Trabajaba en el Hospital Niño Jesús, donde la cambiaban continuamente de servicio y solía encadenar un contrato tras otro. “Decidí emigrar para tener un futuro mejor, ahorrar y volver a España con la posibilidad de comprar una casa, algo impensable si me hubiese quedado”, dice.

De momento lleva año y medio en Oslo como enfermera domiciliaria -le facilitan un coche para visitar a los pacientes- y tiene previsto quedarse tres años más. “En Noruega te hacen un contrato anual, tengo once días libres al mes y un sueldo aproximado de 4.100 euros netos, que varía en función de las horas que trabaje [un enfermero recién graduado en España gana 1.300 euros brutos al mes, según Satse]. La sanidad pública noruega, además, me paga la casa, la luz, el agua y cinco viajes de avión a Madrid al año”, dice. 

También se está preparando el certificado noruego de idiomas para optar a hacer la especialización. “A diferencia de España, las especialistas aquí ganan mucho más y se les reconoce la especialidad”.

Lo cierto es que el Sistema Nacional de Salud (SNS) sufre un histórico y crónico déficit estructural de enfermeras que se está agudizando con la pandemia. “Llueve sobre mojado... No hay una adecuada política de recursos humanos por parte del Ministerio de Sanidad ni de las consejerías, y por ello cada vez son más las enfermeras que abandonan la profesión o que buscan nuevas oportunidades laborales en el extranjero”, añade José Luis Cobos, vicepresidente III del Consejo General de Enfermería.

No obstante, reconoce que de momento no se está notando un impacto alto en el abandono de la profesión, “pero sí estamos viendo muchas bajas laborales por depresión y por secuelas físicas, y sabemos que son muchas las profesionales que se están planteando tirar la toalla”. 

Recuerda que el Consejo Internacional de Enfermeras (CIE) -Cobos es miembro de su Junta Directiva desde hace poco- estima que podrían abandonar la profesión unos dos millones de enfermeras en todo en el mundo, un 10% de ellas, por las precarias condiciones laborales y los estragos causados por la pandemia. ”En los próximos meses, el CGE tiene previsto realizar un análisis pormenorizado sobre la repercusión de la incidencia del abandono enfermero en España”, indica.

Las precarias condiciones laborales que ofrecen los distintos servicios de salud están provocando la fuga de talento enfermero hacia otras profesiones. Off Alicia Serrano Profesión Profesión Profesión Profesión Profesión Profesión Off

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