domingo, 3 de octubre de 2021

IG Nobel 2021: Maullidos inteligentes y orgasmos descongestivos

Investigación
saradomingo
Dom, 03/10/2021 - 08:00
Ciencia inútil
El IG Nobel de biología ha sido para el análisis de la comunicación entre los felinos y sus dueños (ILUSTRACIÓN: Miguel Santamarina)
El IG Nobel de biología ha sido para el análisis de la comunicación entre los felinos y sus dueños (ILUSTRACIÓN: Miguel Santamarina)

Después de pasarse todo el día dormitando, probando con fruición la elasticidad, densidad y temperatura de las superficies más cómodas de la casa, el gato aprovecha las noches para torturarte. Su insistente maullido interrumpe tu sueño como la peor de las pesadillas. Entreabres los ojos y ahí está, al lado de la cama, observándote fijamente con sus pupilas dilatadas en la oscuridad, exigiendo vaya usted a saber qué. La traducción más fiel que consigues gracias al diccionario gato-español, aprendido tras un par de años de convivencia hostil, es: “Humano, eres un inútil, no sirves para nada”.

Hay quien se ha tomado esto de la comunicación entre los felinos y sus dueños bastante más en serio, por más que parezca una broma. Los expertos en fonética Susanne Schötz y Joost van de Weijer, de la Universidad de Lund, fueron los merecedores del premio Ig Nobel de Biología de este año tras un lustro analizando las variaciones en el “ronroneo, chirrido, parloteo, trino, murmullo, maullido, gemido, chillido, siseo, aullido, gruñido y otros modos de comunicación entre gatos y humanos”. A esta nueva ciencia la han llamado meowsic (en español, miausica) y viene a corroborar dos cosas: son los gatos los que nos han domesticado a nosotros y el protagonista de la canción de Rosario en la que cantaba “mi gato hace ui, ui, ui, ay, ay, ay” necesita ayuda urgente.

Los investigadores suecos descubrieron que los mininos utilizan distintas entonaciones, melodías y ritmos para comunicarse con nosotros y que, en un amplio porcentaje, somos capaces de identificarlos. Al reproducir doce grabaciones de gatos maullando mientras esperaban que les dieran de comer o entrar al veterinario, las 30 personas participantes en el experimento fueron significativamente mejores que el azar a la hora de determinar en qué situación se encontraba cada espécimen.

Eso sí, es una vía de comunicación de un solo sentido. Como cuenta el filósofo John Gray en el ensayo Filosofía felina (recientemente editado por Sexto Piso), los gatos que conviven con nosotros solo reconocen, con suerte, su nombre. Y también es posible que, más a menudo de lo que nos gustaría, no se preocupen en absoluto en responder si se les llama. Su aristocrático desapego es fácil de entender: no les interesa lo que les podamos decir porque, en muchos sentidos, son seres superiores.

Estos estudios en torno a los gatos son solo una pequeña muestra del espíritu gamberro que se gastan los responsables de los premios Ig Nobel, organizados por la revista Annals of Improbable Research desde 1991. La ceremonia de entrega de esta parodia de los eximios premios de la academia sueca, que por segundo año ha sido on line por culpa de la covid, siempre se cierra con la frase: “Si no has ganado un premio -y sobre todo si lo has hecho- ¡más suerte el año que viene!”. Una recomendación de lo más certera para otros de los galardonados este año, como el que demuestra la correlación de la obesidad de los gobernantes de un país con el nivel de corrupción o el de la evolución de la barba como protección frente a los puñetazos en la cara.

Pero el que nos ha robado el corazón, por causas evidentes, es el premio Ig Nobel de Medicina, totalmente merecido por el alemán Olcay Cem Bulut y su grupo de investigadores. Su revolucionario estudio ha desvelado que el sexo que concluye en orgasmo puede servir como descongestionante nasal. ¿Quién querría inhalar vapores de eucalipto o tomarse un antihistamínico teniendo semejante alternativa? Para llegar a esa conclusión contaron con la participación de 18 parejas, en las que la respiración mejoraba hasta 60 minutos después del orgasmo. Pruébenlo, nunca falla.

La ciencia está impulsada por la curiosidad. Sí, es posible que algunos temas sean más útiles que otros para la sociedad, como el tratamiento del cáncer o la manera de combatir el cambio climático, pero ninguna investigación está de más. Si no existieran los Ig Nobel, ¿cómo sabríamos cuál es la mejor manera de matar cucarachas en un submarino o las probabilidades de que Mijail Gorbachov fuera el Anticristo?

Unos Ig Nobel con acento español

En la edición de este año, el premio de Ecología ha recaído en el ingeniero agrícola valenciano Manuel Porcar Miralles como líder de un equipo de investigadores que ha estudiado las bacterias presentes en chicles desechados pegados en el suelo en cinco países diferentes. El objetivo era identificar esas bacterias, analizar la capacidad de biodegradación de los chicles y la presencia microbiana tras tres meses de exposición al aire libre.

No son los primeros españoles en lograr un Ig Nobel. Ese honor recae en Eduardo Segura, que en 2002 obtuvo el premio de Higiene por la invención de una lavadora automática de mascotas. Nuestros favoritos son, sin embargo, el premio de Química de 2006 ganado por Antonio Mulet, José Javier Benedito, José Bon y Carmen Rosselló por su estudio Velocidad ultrasónica en el queso cheddar afectada por la temperatura, y el premio de la Paz de 2018 otorgado a los responsables del Instituto Universitario de Tráfico y Seguridad Vial de Valencia por “medir la frecuencia, motivación y efectos de gritar y maldecir mientras se maneja un automóvil”.

Los científicos no tienen sentido del humor. Un tópico que salta por los aires cada año con la entrega de unos premios que galardonan aquellas investigaciones que hacen reír... y, después, pensar. Off Ismael Marinero Opinión Opinión Opinión Off

via Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3uAOBKP

No hay comentarios:

Publicar un comentario