sábado, 26 de septiembre de 2020

Pseudociencia, el Lado Oscuro: Incendios

Emilio Molina
saradomingo
Sáb, 26/09/2020 - 08:00
Bombero apagando fuego
Donde hay, humo hay fuego

"Donde hay humo, hay fuego", pero no todos los fuegos son iguales. Recurrentemente en el mundo de las pseudociencias surge la cuestión de si, con la intención de señalarlas públicamente, no se está contribuyendo precisamente a su difusión.

Desde mi experiencia, la respuesta es que es así, pero esto no es necesariamente malo. Y que, en cualquier caso, hay ciertas heurísticas que se pueden aplicar para decidir si reclamar atención pública o no ante un problema de pseudociencias.

Lo primero sería señalar lo más obvio: en el mundo de la charlatanería hay todo un espectro en cuanto a la prodigación y maquinaria de marketing (factores estrechamente relacionados entre sí) que tiene una propuesta.

Por un lado, encontramos grupos internacionales y multimillonarios detrás de la homeopatía o la bioneuroemoción, de la venta del dióxido de cloro como curalotodo hasta retiros de ayahuasca con cualquier excusa. Grupos con una estructura muy estudiada, con gente profesional a las riendas de la comercialización, con páginas web que ya quisieran para sí las entidades gubernamentales. Estos grupos cuentan con un escaparate espléndido (y una trastienda horrorosa, algo en común con los grupos sectarios de los que, además, varios conforman) y se nutren por las presas que les van llegando vía redes sociales, publicidad en google, vídeos en YouTube, y en los casos más extremos, incluso algún patrocinio de equipos deportivos. Grupos que crecen a un ritmo de seguidores de varios miles mensuales en sus redes sociales.

Por otro lado, está un cualquiera que intenta abrirse camino con el enésimo grupo de Facebook con cinco seguidores sobre una pamplina cuántica, con una web cutre e incluso disfuncional que a veces sigue trayendo los textos de relleno (como el famoso Lorem Ipsum) aquí y allá.

Definitivamente, un particular con mil, diez mil o hasta cien mil seguidores si es un destacado “influencer” no va a ser el que le salve la vida promocionalmente hablando a un componente de los del primer grupo: ellos ya se saben hacer muy bien el marketing solo, sobre todo si no hay nadie que les tosa, si quienes podrían criticarlos se callan para “no hacerles publicidad” (estoy recordando con tristeza un episodio que había olvidado ya con un investigador español destacado que me esgrimió ese argumento como excusa para no mover un dedo ante un grupo de los del primer tipo que tergiversaba sus estudios para adaptarlo a sus intereses).

Criticarles públicamente hará que posiblemente la gente de tus círculos les conozcan si no lo hacían antes, sí, pero lo harán contigo controlando el mensaje que quieres hacerles llegar: puedes exponer sus tretas argumentales, sus mentiras por sofisticadas que sean, puedes alertarles para que, si les llega (y les acabará llegando) su maquinaria publicitaria, recuerden de qué iba el tema y estén mejor preparados para no caer en sus garras. Si no los conocían y lo primero que les llega es esa publicidad sofisticada y persuasiva, lo más fácil que puede pasar es que también acaben conociendo el grupo, pero creyendo en sus premisas, confundidos sobre cómo funciona la realidad.

En el otro extremo sí podríamos encontrar algún reparo. A fin de cuentas, con algunos de los datos con los que trabajamos en nuestras asociaciones, el ritmo de desaparición de páginas web de estos charlatanes de medio pelaje es moderadamente alto, siendo un porcentaje de alrededor de la mitad de webs las que han cerrado o se ha dejado morir el dominio un año después de su creación. ¿Es conveniente dar la voz de alarma? ¿Mejor callarse?

En mi experiencia, la respuesta es similar a la que se puede dar cuando estamos ante un incendio forestal. Parece fácil entender que ante un incendio de cierta magnitud debemos alertar a las brigadas forestales a la mayor presteza. Pero si un incendio es muy pequeño, el ciudadano debe intentar apagarlo con seguridad con los medios apropiados, y alertar si no le resulta posible controlarlo. Dicho de otro modo, no tiene sentido movilizar a toda la brigada ante una pequeña mata que ha prendido por tirar inconscientemente un cigarro al suelo y que podemos apagar con algún pisotón o echándole tierra encima con los pies, pero intentar apagarlo sin seguridad podría ser contraproducente (como echando agua a un fuego eléctrico).

Por tanto, el factor al que se puede atender es al de la tendencia que observamos en ese fuego. Si el fuego no empieza a crecer mientras lo observamos, mejor centrar los esfuerzos en otros campos. Pero sin olvidar que el más grave de los incendios puede surgir de tan solo esa colilla mal apagada; la homeopatía empezó solo con Hahnemann, la bioneuroemoción con un grupo local de adeptos, etc.

Que los charlatanes no se aprovechen de nuestro silencio: si ves un fuego que crece rápido, sin importar el tamaño absoluto que tenga, mejor actúa cuanto antes.

Agradecimientos a Ignacio Villaverde (@WildlandFirefig en Twitter), por su ayuda con la analogía ígnea.

* Emilio Molina. Vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (Apetp) y colaborador del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial (OMC)

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