Muchos cirujanos, especialmente traumatólogos, otorrinolaringólogos, maxilofaciales y neurocirujanos, usan motores en sus intervenciones quirúrgicas, que generan movimiento de fresas, sierras o trépanos a altas revoluciones, produciendo lo que se llama ruido quirúrgico.
Jenaro Fernández Valencia, especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología del Clínic de Barcelona, reconoce que la preocupación en el colectivo “es entre nula y nimia”. Luis Lassaletta Atienza, presidente de la Comisión de Otología de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello, coincide en que son muy pocos los especialistas que se hacen controles para verificar si sufren “trauma acústico crónico”.
En su opinión, las consecuencias se suelen ver a largo plazo. La hipoacusia y los acúfenos pueden aparecer dependiendo de la intensidad del ruido y del número de exposiciones, “pero sobre todo se puede agravar un problema auditivo previo”, alerta. Valores por encima de 85 dB se consideran potencialmente lesivos para el oído interno, aunque la exposición sea corta, y la exposición continuada al ruido por encima de 65 dB puede generar hipoacusia. “El signo más claro de hipoacusia -prosigue Lassaletta- es pérdida selectiva en la frecuencia de 4000 Hz y si continúa la exposición, suelen afectarse otras frecuencias”.
La medida más efectiva es “evitar la exposición a ruido y, si es inevitable, limitar el tiempo”, indica Lassaletta.
Fernández aconseja que, si se abusa de los decibelios en quirófano, “hay que cuidar el oído el resto del tiempo y en otras situaciones”. Por ello, aconseja audiometrías regularmente. Y también conmina a la industria a crear instrumental menos ruidoso.
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