A principios de los noventa, después de varios años trabajando en el Hospital Ramón y Cajal como bióloga en reproducción asistida, con un contrato de facultativo especialista de área como interina, me comunicaron en el departamento de recursos humanos que tenían una buena y una mala noticia: la buena noticia era que no me iban a despedir y la mala, que me cambiaban el contrato por el de técnico de laboratorio. En aquella época, éramos muy pocos los biólogos que nos dedicábamos a la biología de la reproducción, y muchos menos a la reproducción humana. Y, por supuesto, menos aún en la sanidad pública. Pero, sin lugar a dudas, éramos sanitarios.
Aunque solicité que la propuesta me la enviaran por escrito (cosa que nunca sucedió), mi decisión, aunque triste, fue clara: dejar la sanidad pública y trabajar en la privada, lo que llevo haciendo desde hace 35 años.
Desde entonces hasta ahora, poco o nada ha cambiado. En aquellos años unos pocos fundamos Asebir, la Asociación para el estudio de la Biología de la Reproducción, y desde su junta directiva tratamos de dar visibilidad a nuestra profesión. A pesar de que se adoptó la denominación de "embriólogo clínico" en una profesión no reconocida por la Administración, nuestro trabajo ha ido en aumento, y ahora son miles los biólogos que se dedican a esta especialidad. Y aunque he de reconocer que la definición de "embriólogo" no es del todo de mi agrado (trabajé durante muchos años en el laboratorio de andrología, no con embriones sino con espermatozoides), eso es lo de menos. Ahora, Asebir cuenta con casi 1.200 socios.
Siempre nos hemos adelantado a los acontecimientos, hemos sido previsores con los riesgos e implantado procedimientos antes de que la "calidad en el laboratorio" fuera una norma.
Lo mismo ha pasado con la covid-19: los protocolos habituales dentro de los laboratorios de reproducción asistida son más que suficientes para evitar el contagio, tanto entre los profesionales como entre las muestras biológicas (hace ya mucho tiempo que existen enfermedades infecciosas como el HIV, la hepatitis…).
"No somos meros ejecutores de las normas de seguridad, sino que nos anticipamos a ellas"
El estricto cumplimiento de las normas de higiene y bioseguridad -como son el uso de gorro, mascarilla, guantes y ropa específica de laboratorio-, la existencia de campanas de flujo laminar apropiadas para utilizar el material biológico, el trabajo con circuitos de aire diseñados para mantener una presión positiva y las renovaciones de aire adecuadas..., todo ello forma parte desde hace muchos años del día a día del biólogo.
Incluso, la norma no escrita de limitar el número de personas en el mismo espacio del laboratorio, con una distancia de seguridad adecuada, con el fin de evitar accidentes con las muestras y poder trabajar adecuadamente, es algo que ya existía antes de la pandemia actual.
Las y los biólogos no somos meros ejecutores de las normas, sino que somos nosotros quienes, previamente, impusimos las reglas para poder trabajar adecuadamente, sin riesgos para nosotros, los gametos y embriones y los pacientes. Nadie nos dijo cómo teníamos que trabajar, pero siempre hemos sido lo suficientemente críticos como para querer mejorar día a día. Somos nosotros quiénes indicamos a las y los médicos que no pueden entran en el laboratorio con perfume o sin la vestimenta apropiada.
Y también somos nosotros quienes chequeamos cada uno de los equipos diariamente para que estén en perfecto estado. Con lo cual, debemos considerar que las normas de bioseguridad establecidas en nuestros laboratorios son más que suficientes para evitar la transmisión de coronavirus. Sin embargo, estamos al día de las nuevas recomendaciones internacionales que puedan surgir, ante la responsabilidad que tenemos todos de abordar esta situación desde la prudencia, para minimizar los riesgos potenciales de contagio e intentar focalizarlos hacia un escenario de riesgo mínimo.
Mucho más que laboratorio
Pero la profesión de embriólogo clínico va más allá del laboratorio: estamos especialmente comprometidos con los pacientes que acuden a nosotros para que les expliquemos los procesos de su tratamiento de reproducción asistida: por qué, en algunos casos, no fecundan sus óvulos, o cómo es la calidad de sus embriones. Vivimos con ellos la angustia de la espera, día a día, en el camino de conseguir un hijo. Nos implicamos con sus angustias, tratamos de desvanecer sus dudas… Formamos, en fin, un equipo junto con las y los profesionales de la Medicina (Ginecología, Urología…) y de la Enfermería, tratando de encontrar, en las sesiones clínicas, el mejor modo de que las pacientes consigan su embarazo, con los mínimos riesgos.
¿Y no somos biólogos sanitarios? ¿Cuánto tiempo tiene que transcurrir para que seamos reconocidos como tales?
Quizás, si, simplemente un día, cualquier burócrata de la Administración se pasara por una unidad de reproducción asistida, podría comprenderlo, y reconocer su error.
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