Según cuenta la leyenda, el rijoso dios Pan se hallaba persiguiendo con ánimo lúbrico a la náyade Σΰριγξ (Sýrinx, Siringa) cuando esta, para escapar de él, se transformó en cañas. Pan quebró las cañas, no obstante, y descubrió que soplando a través de ellas producía sonidos melodiosos. Había inventado así uno de los instrumentos musicales más antiguos del mundo, presente en diversas culturas, que los griegos llamaban siringa, y nosotros, zampoña o flauta de Pan.
Por semejanza con cualquiera de las cañas huecas que forman la flauta de Pan, los médicos medievales dieron en llamar syringa, en latín, a los rudimentarios instrumentos tubulares empleados para lavar heridas o introducir líquidos, como la lavativa. Del latín pasó al castellano inicialmente como siringa o xiringa y, ya a partir del siglo XVIII, jeringa.
En la segunda mitad del siglo XIX, la aparición de las primeras agujas huecas de acero hizo posible la fabricación de unas jeringas más pequeñas que permitían la inyección intradérmica, subcutánea, intramuscular e intravenosa de medicamentos. Había nacido la moderna jeringuilla hipodérmica, hoy ubicua tanto dentro como fuera de los establecimientos sanitarios, tristemente vinculada también a las toxicomanías por vía intravenosa. ‡‡
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