En un estudio, aún no publicado, efectuado en 429 ciudades chinas, el equipo de Mao Wang, de la Universidad de Sun Yat-sen en Guangzhou, ha analizado si el Covid-19, como otros virus respiratorios, es sensible a las altas temperaturas primaverales y veraniegas. Sus observaciones indican que su temperatura ideal serían los 8.72 ℃ con unos vértices de temperatura mínima y máxima de 6.70 ℃ y 12.42 ℃. Bajo la circunstancia de una temperatura más baja, cada aumento de un grado en las temperaturas promedio, mínima y máxima condujo a un aumento del número acumulado de casos en 0,83, 0,82 y 0,83 respectivamente. Es decir, hasta cierto punto la temperatura podría cambiar significativamente la transmisión del coronavirus, y podría haber una temperatura más confortable para la transmisión viral, lo que explicaría en parte por qué estalló por primera vez en Wuhan, en un periodo de temperaturas bajas.
En su blog, el virólogo Vicente Soriano aventura que “todo apunta a que la pandemia remitirá en verano. Los coronavirus, como otros virus respiratorios, se transmiten menos en las épocas estivales. Es lo que pasó con la epidemia del SARS en 2002-2003”. Y enumera cuatro razones que explican la menor propagación de las pandemias respiratorias víricas, como las ocasionadas por la gripe, el virus respiratorio sincitial o los rinovirus, en periodos más calurosos: “La temperatura elevada reduce la estabilidad de los virus en las superficies externas. Se estima que la viabilidad de los virus con envoltura, como el coronavirus, no va más allá de 4 horas. Los rayos ultravioleta solares inactivan a los virus, de modo que los días largos estivales actuarían como antisépticos. Las temperaturas altas reducen el riesgo de faringitis y de infecciones de las vías respiratorias. Y las aglomeraciones de personas son más frecuentes en invierno, cuando pasan periodos más prolongados en espacios cerrados. La proximidad favorece la transmisión viral”.
Más prudente se mostraba en una entrevista en El Confidencial el virólogo Adolfo García Sastre, que dirige en Nueva York el Instituto Global de Salud y Patógenos Emergentes en la Escuela de Medicina Icahn en el Hospital Mount Sinai: “Va a depender de si se comporta como un virus estacional… Esto no lo sabemos, porque no conocemos su comportamiento. Si realmente se transmite durante el invierno y muy poco durante el verano, como pasa con la gripe, tendremos una primera ola de infecciones ahora, que disminuirá durante el verano, de manera que las infecciones se concentrarán en el hemisferio sur, donde será invierno. Después volverá con una segunda ola de infecciones en nuestro próximo invierno”. Pero esboza otra posibilidad: “Que no se comporte de modo estacional y siga habiendo infecciones hasta que se alcance la suficiente inmunidad como para que empiece a bajar el número. ¿Cuántas infecciones tiene que haber para eso? Por lo menos tiene que estar infectada más del 10% de la población y yo creo que eso ocurrirá de aquí a un año. Eso quiere decir que tampoco tenemos que preocuparnos mucho de si nos vamos a infectar ahora, lo más fácil es que mucha gente acabe teniendo la enfermedad a pesar de las medidas que se pongan. Esas medidas, insisto, van a contribuir a que no ocurran todos los casos a la vez, pero tarde o temprano nos infectaremos”.
No hay que confiarse
Lo normal sería, por tanto, que el Covid-19 perdiera virulencia con la subida de la temperatura. Sin embargo, otros expertos no se confían. Un estudio, también en prepublicación, de otro grupo de investigadores, incluido el epidemiólogo Marc Lipsitch de la Universidad de Harvard, conocido por su predicción de que el virus habrá infectado en un año al 40%-70% de la humanidad, ha observado que la transmisión sostenida del coronavirus y el rápido crecimiento de las infecciones era posible en una amplia variedad de condiciones de humedad, desde provincias frías y secas en China hasta lugares tropicales, como la región autónoma de Guangxi Zhuang en el extremo sur del país y en Singapur, situada casi en el ecuador. “El aumento de la temperatura y la humedad a medida que llegan los meses de primavera y verano en el hemisferio norte no necesariamente conducirá a una disminución en el recuento de casos sin la implantación de amplias intervenciones de salud pública”, dice el estudio aún no publicado.
“En el invierno –explica Lipsitch en otro artículo en la web del Center for Communicable Disease Dynamics, de Harvard-, el aire es más frío y más seco, tanto en interiores como en exteriores. Para la influenza, se ha demostrado en laboratorio que la humedad absoluta, la cantidad de vapor de agua en el aire, afecta fuertemente a su transmisión, y las condiciones más secas son más favorables…, pero que yo sepa no hay estudios específicos sobre el papel de la humedad en los coronavirus. También puede haber algunas condiciones muy húmedas que favorezcan la transmisión de la gripe, especialmente relevante en los trópicos. De todos modos, hay muchas diferencias entre Singapur en febrero y una zona templada en verano: diferente duración del día, distinta radiación ultravioleta y otros factores que pueden ser importantes para el coronavirus. Pero no lo sabemos”.
La falta de inmunidad colectiva es un factor que asusta al epidemiólogo de Harvard. “Por ejemplo, en 2009, la pandemia comenzó en abril-mayo (fuera de la temporada de gripe), se calmó en el verano (tal vez debido a la importancia de los niños en la transmisión de la gripe) y luego se recuperó en septiembre-octubre, antes del comienzo de la temporada normal de gripe. La estacionalidad no restringe la expansión de los nuevos virus pandémicos de la misma forma que la de la los antiguos”.
El brote del SARS –explica Stuart Weston, de la Universidad de Maryland, en National Geographic- “comenzó en noviembre y duró hasta julio, y su contención puede haber sido el resultado de una intervención temprana. En otras palabras, ¿desapareció con un clima más cálido o funcionaron los esfuerzos de tratamiento y prevención? Y el MERS comenzó en septiembre de 2012 en Arabia Saudí, donde las temperaturas son generalmente altas; a diferencia del SARS nunca ha estado completamente contenido, y ocasionalmente se informa de casos nuevos”.
Cambios inmunes
En sus especulaciones Lipsitch apunta también a que la condición del sistema inmunitario de una persona sea peor en invierno que en verano. “Una hipótesis se ha centrado en la melatonina, que tiene algunos efectos inmunes y está modulada por el fotoperíodo, que varía según la estación. Otra con más evidencia es que los niveles de vitamina D, que dependen en parte de la exposición a la luz ultravioleta (mayor en verano), modulan nuestro sistema inmune de manera positiva. La mejor evidencia de esta hipótesis es que la suplementación con vitamina D reduce la incidencia de infección respiratoria aguda”.
Los científicos plantean asimismo la hipótesis de que la baja humedad, que a menudo ocurre en invierno, podría afectar la función del moco en la nariz, utilizado para atrapar y expulsar cuerpos extraños como virus o bacterias. El aire frío y seco puede hacer que esa mucosidad normalmente pegajosa sea menos eficiente para atrapar virus.
Otros expertos, como Hassan Zaraket, subdirector del Centro de Investigación de Enfermedades Infecciosas de la Universidad Americana de Beirut, se aferran también a que “a medida que las temperaturas se calientan, disminuya la estabilidad del virus… Si el clima nos ayuda a reducir la transmisibilidad y la estabilidad ambiental del virus, entonces quizás podamos romper la cadena de transmisión”. El beneficio sería mayor en áreas que aún no han visto una transmisión comunitaria generalizada de Covid-19, algo cada vez más difícil.
Mike Ryan, director ejecutivo de emergencias sanitarias de la Organización Mundial de la Salud, aconseja prudencia y no pensar en que la epidemia desaparecerá automáticamente en el verano. “Tenemos que asumir que el virus seguirá teniendo la capacidad de propagarse. Es una falsa esperanza decir que desaparecerá como la gripe… No podemos hacer esa suposición. Y no hay evidencia”. Afortunadamente, para bien o para mal, todo se aclarará dentro de un par de meses.
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