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lunes, 12 de noviembre de 2018

Pseudociencia, el lado oscuro: “La verdad os hará libres”

Me parece importante escribir sobre el asunto de la libertad de elección terapéutica. Tras leer Homicidio de un enfermo, en el que Julián Rodríguez hace un repaso durísimo de los factores que llevaron a la muerte de su hijo Mario tras rechazar su tratamiento, ahora me parece imprescindible tratar el tema desde la perspectiva del paciente envuelto en un entorno donde la pseudociencia y las pseudoterapias campan a sus anchas (es decir, de todos nosotros).

En el asunto es fundamental subrayar a los actores clave: el paciente, el profesional sanitario (usaré médico por brevedad), el charlatán, el juez y la sociedad. También vamos a anticipar el argumento estrella que se suele escuchar muy usualmente de boca de los charlatanes: “Los pacientes tienen que tener derecho a elegir con qué terapia quieren tratarse”.

No pienso llevarles la contraria en la afirmación, que me parece totalmente correcta. Incluso voy más allá: los pacientes deben tener derecho a escoger si quieren o no tratarse. ¿Cuál es el problema entonces? Que la integridad de una decisión está supeditada a la calidad de la información en la que se basa. Sin información veraz, no hay autodeterminación, sino la

“Sin información veraz, no hay autodeterminación, sino la mera ilusión de una elección libre. mera ilusión de una elección libre”

En una sucesión ideal de acontecimientos, lo que nos viene a la mente sería que el paciente acudiera al médico, éste le informara de las diversas posibilidades terapéuticas para su dolencia, explicándole pormenorizadamente pros y contras, y el paciente podría entonces tomar una decisión baremando lo que se le ha explicado.

Parece simple. Por desgracia, está en las antípodas de lo que está ocurriendo con frecuencia, que se parece más a lo siguiente: el paciente, en un estado de aturdimiento psicológico por un diagnóstico grave, recibe una avalancha de propuestas por parte de familiares y amigos sobre todo tipo de falsos remedios que «a mi cuñado le han funcionado» o «lo dice uno que sale en la tele» o hasta «lo dan en un máster de la universidad».

Revistas de ¿salud?

El paciente saca el móvil y echa un ojo a cada propuesta, obteniendo 977.000 resultados con innumerables lugares donde se practica ese falso remedio, incluso profesionales sanitarios que lo aplican en sus clínicas, que lo descubrió nada menos que un premio Nobel, infinidad de testimonios avalando su eficacia, etc. Es posible que hasta le suene el remedio por haberlo ojeado en una revista de salud.

Llama para pedir cita (o alguno de sus familiares o amigos se la piden) y le cuentan lo que ya sabemos: es un método fantástico para curarse seguro al cien por cien si se sigue todo a rajatabla, sin efectos secundarios, natural, que refuerza tus defensas y te ayuda a prevenir que te vuelva a pasar una vez te cures. Que ojo con cosas como la quimioterapia porque pueden interferir (pero cuidado, que yo no te digo que dejes el tratamiento que te paute tu médico; es más, te recomiendo que lo sigas). Que se le ha curado mucha gente que había sido desahuciada y había rechazado el tratamiento (pero cuidado, que yo no te digo que dejes el tratamiento). Que en fin, la de gente que se muere con lo que le recomienda el médico es una lacra y está muy feo que por su cerrazón no sepan reconocer un remedio simple y barato, porque seguramente los laboratorios farmacéuticos estén detrás y lo que les interese sea cronificar en vez de curar. Y que recuerde que tiene libertad para elegir con qué terapia quiere tratarse.

Emilio Molina es vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (Apetp) y colaborador del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial (OMC).

Con estas, el paciente llega a un médico de verdad en algún momento (o quizá ya ni eso, pero pongamos que lo hace). Éste le cuenta que tiene suerte de haber llegado a tiempo, que hay un porcentaje bastante elevado de curación para su dolencia. Que van a tener que seccionarle tal cosa y tal otra, biopsiarle unas cuantas veces, aplicarle unas cuantas sesiones de quimioterapia y/o radioterapia, y quizá quedarse a la espera de un trasplante para asegurar la curación definitiva. El paciente ha desconectado en «bastante elevado» y lleva desde entonces pensando «o sea, que me puedo morir de esta», y le comenta lo que le ha dicho su «otro doctor». El médico levanta la ceja y le viene a la mente el concepto social y deontológicamente grabado a fuego: «autonomía del paciente». Le dice quizá que no está probado que ese remedio sea funcional pero que, si no deja el tratamiento, haga lo que le parezca más conveniente para sobrellevar su dolencia (otro día hablaremos del márketing tras las pseudoterapias y cómo decir «complementario» te abre todas las puertas).

El paciente sopesa toda la información que tiene hasta el momento. Ha buscado algunas cosas sobre las propuestas de este último médico y ha palidecido encontrando un aluvión de mensajes críticos sobre una forma tan primitiva y poco eficaz de atajar su problema, que solo alimenta la voracidad de la oscura farmafia. El paciente concluye, como haría cualquier persona racional, que tiene más posibilidades con su doctor integrativo-holístico-natural. Si hay gente que no ha necesitado el tratamiento oficial para curarse, ¿qué más garantías necesita? Y en algún punto de la función, retrasa, rechaza o interfiere el tratamiento.

Al paciente se le ofrecen engaños en el que se le presenta en igualdad de condiciones una terapia real y un fraude terapéutico

Más adelante en la historia el juez le preguntará al familiar del ya fallecido paciente si ese tipo le dijo explícitamente al paciente en algún momento que fuera médico, y la respuesta franca será que no. Aunque tuviera una clínica en la que pasa consulta con una bata y en su web aparezca sonriente frente a un hospital, y se llame especialista en medicina ortomolecular. Le va a preguntar si es que el paciente era tonto. El mismo juez que probablemente, como tampoco hace nadie, se haya molestado en comprobar si su dentista es realmente dentista o esos títulos que adornan su despacho se los ha hecho su sobrino con el «photoshop», porque da por supuesto que las cosas funcionan como deben funcionar. Y, con esa falsa premisa, le despacha con un «era mayor de edad y ha elegido libremente, la justicia no protege al incauto», y el no-doctor se va de rositas a no-tratar al siguiente de la lista en su no-clínica.

La sociedad, por su parte, insistirá en que el paciente tiene derecho a la autodeterminación terapéutica y probablemente coincida en que, si ha tomado una mala decisión, ha sido en virtud de su libertad como individuo. Entre todos le mataron, y él solito se murió.

“No tenemos ni remota idea de medicina”

Como ciudadano y paciente, os contaré una confidencia, queridos profesionales de la salud: por lo general, no tenemos ni remota idea de medicina. Acudiremos a vuestra consulta asustados, llenos de prejuicios y altamente desinformados. Es posible que lleguemos con tal desinformación que vuestro criterio ya no nos parezca tan autoritario como el que hemos encontrado por otras vías.

La integridad de una decisión está supeditada a la calidad de la información en la que se basa

Pero es posible que aún podáis cogernos de la mano y, sin dejar resquicio para la duda (y a la vez con mucho tacto), dejarnos claro que vuestras propuestas son las únicas válidas y que hay mucho desalmado o desnortado que se gana la vida a costa de los enfermos. En las peores circunstancias, recordadnos que si la medicina (aún la experimental) no ha llegado ahí, es que nadie lo ha hecho. En cualquier caso, incluso si no podéis ayudarnos por nuestro alto grado de manipulación mental (quizá necesitarais formación o asesoría de psicólogos expertos en sectas para ello), tal vez sí podéis indagar sobre quién nos ha engañado de esa manera, y documentar la situación para denunciarla ante la justicia (el tema de cómo corregir la cantinela judicial es otra batalla titánica), igual que probablemente lo haríais ante un paciente que ha sufrido una agresión sexual.

En este asunto, vosotros podéis marcar la diferencia entre un paciente decidiendo en libertad y un paciente sucumbiendo a un engaño en el que se le ha presentado en igualdad de condiciones una terapia real y un fraude terapéutico. No es la opción fácil, ni cómoda, ni agradable, pero es la única que realmente intentaría proteger nuestra libertad. Por favor, leed «Homicidio de un enfermo». Lo explica mucho mejor de lo que yo podré hacerlo nunca.

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