Ayer fue el primer día que se permitió la salida de las personas adultas desde que se inició el confinamiento. Es una buena noticia que, sin embargo, no puede hacer olvidar lo sucedido. Porque España es el primer país del mundo en número de casos de infección por SARS-CoV-2 (4.639 casos por millón de habitantes); el segundo en número de fallecidos (24.543 a fecha 3 de mayo), y el primero en número de sanitarios infectados, con cerca de 25.000.
Preguntarnos cómo ha podido ocurrir todo esto, es necesario para identificar los errores y que no se vuelvan a repetir.
Es cierto que el mundo no estaba preparado para esta pandemia, y que, mayoritariamente, desoyó la primera alarma que sonó en China. Pero cuando llegó a Italia, mientras que la mayoría de los países se preparó, el nuestro no lo hizo. Al contrario: menospreció el riesgo, autorizando actividades colectivas que facilitaron la difusión del virus, de tal modo que la eclosión de la epidemia fue la más abrupta y masiva del mundo, y cogió desprevenidos a la población y al sistema sanitario.
"En España, la eclosión de la epidemia fue la más abrupta y masiva del mundo"
La valoración del riesgo por parte de las autoridades sanitarias fue equivocada, lo que les llevó a una actitud contemplativa con la que afrontaron la epidemia desde el principio. En esta actitud, hay dos decisiones claves que no se deberían repetir.
La primera fue, que la definición de caso en investigación -es decir, los criterios que debía cumplir un paciente para poder realizarle la PCR frente a SARS-CoV-2- estuvo basada exclusivamente en criterios epidemiológicos hasta el día 25 de febrero, lo que impidió conocer que el virus llevaba semanas circulando en nuestro país. La segunda fue la no obligatoriedad de llevar mascarillas desde el inicio del confinamiento. Esta no decisión ha sido una de las razones que más ha contribuido a que el número de infectados y particularmente de sanitarios sea el más alto del mundo.
Es necesario volver a poner en marcha el país y el sistema sanitario. No existe una cifra mágica de población inmune que asegure que el fin del confinamiento será seguro. Por ello, la vuelta a la normalidad entraña riesgos de una segunda oleada de la pandemia, y son muchas las incertidumbres que rodean esta decisión difícil, pero existen dos lecciones de la primera oleada que no deberíamos olvidar: el diagnóstico inmediato con PCR de los pacientes basado en criterios clínicos y la identificación de los contactos, y la mascarilla obligatoria.
La primera corre el riesgo de ser olvidada, confundida en el inmenso lío creado con las pruebas de diagnóstico por determinación de anticuerpos. La segunda también, ésta por la falta de convicción con que la transmiten quienes tienen la responsabilidad de hacerlo.
Si cumplimos estas dos medidas, es muy probable que lo sucedido no se vuelva a repetir, y que el número de nuevos casos que genere el desconfinamiento pueda ser controlado. No podemos volver a equivocarnos.
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