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domingo, 9 de junio de 2019

El pediatra puede contribuir a reducir el riesgo por tóxicos ambienteles

En los últimos años han crecido los estudios de diversa índole que vinculan sustancias químicas sintéticas habituales en nuestro entorno -están en la comida y sus envoltorios, en los productos de higiene, en los muebles y en los dispositivos electrónicos- con un mayor riesgo de enfermedades metabólicas y del neurodesarrollo, entre otras. El máximo exponente de esa influencia nociva son los disruptores endocrinos, definidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como compuestos exógenos (solos o combinados) que alteran las funciones del sistema endocrino y causan efectos adversos en el organismo. Su efecto sobre la salud se ha puesto de manifiesto con trabajos como los del pediatra Leonardo Trasande, director del Centro de Investigación de Peligros Ambientales de la Universidad de Nueva York.

Este especialista ha asistido al 67 Congreso de la Asociación Española de Pediatría (AEP), en Burgos, donde impartió la conferencia de clausura sobre el peligro de los tóxicos ambientales, uno de los temas que se destaca en el encuentro científico. María José Mellado, presidenta de la AEP, apostilla que “el efecto del medio ambiente en la salud es incuestionable, repercutiendo especialmente en la salud infanto-juvenil, y destacando la responsabilidad como clínicos de implicarnos todos en el desafío de la salud del planeta”.

Trasande lamenta que “el estudiante de Medicina apenas tenga dos horas de formación directa sobre los efectos del entorno en la salud. El conocimiento sobre estos temas es insuficiente”. Por ello, considera que el pediatra puede ser un agente de relevancia a la hora de modificar la exposición a esos tóxicos.

“En las últimas dos décadas han surgido evidencias sólidas sobre la influencia negativa de las sustancias químicas sintéticas del ambiente sobre la salud infantil. La dosis hace el veneno, decía Paracelso, pero este concepto de hace cinco siglos por el que una sustancia tóxica puede ser inocua en cantidades mínimas puede no ser aplicable cuando nos referimos al organismo en desarrollo y a los niños. El riesgo también puede existir en los niveles bajos de exposición. La pregunta que nos debemos hacer siempre es: ¿qué nivel de riesgo es aceptable sin cambiar el límite de exposición?”.

Existen entre 80.000 y 140.000 sustancias químicas sintéticas en el medio ambiente, de las que unas mil se han estudiado por su potencial riesgo. La exposición combinada también supone un reto para los investigadores, pues el efecto perjudicial puede potenciarse con la suma de diferentes sustancias. La obesidad, diabetes, reducción del coeficiente intelectual, adelanto de la pubertad, trastornos mentales, malformaciones urogenitales, cáncer testicular, problemas cardiovasculares y baja calidad seminal son algunas de las enfermedades que se han vinculado con estas sustancias tóxicas.

Los agentes más dañinos, según lo demostrado hasta ahora en diferentes estudios, son los pesticidas; los compuestos organobromados con los que se fabrican retardantes de llama para plásticos y textiles; los ftalatos, presentes en plásticos, y los bisfenoles, que pueden integrar a envases alimentarios y latas.

Fuente: 2018, ‘Pediatrics’

Tiroxina

Una de las principales alteraciones de los disruptores endocrinos se refleja en el funcionamiento del sistema tiroideo. “Los pediatras conocemos bien la utilidad de las pruebas de sangre para detectar el hipotiroidismo congénito, pero ahora sabemos que los bebés no producen tiroxina hasta la semana 25 de gestación. Así, bastan pequeñas alteraciones en los niveles de la tiroxina, que pueden estar dentro de los rangos considerados normales, para producir efectos negativos en el recién nacido. Entre esos daños se incluye una mayor susceptibilidad para presentar déficit cognitivo, trastorno del espectro autista (TEA) y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)”.

La exposición continuada a tóxicos también puede influir en la aparición de enfermedades metabólicas y cardiovasculares. “Por ejemplo, el bisfenol A puede aumentar el tamaño de los adipocitos, así como inhibir el funcionamiento de la adiponectina, que es una proteína cardioprotectora. Incidiría en el desarrollo de la obesidad y la diabetes tipo 2”. Sobre la influencia de esas sustancias en una menarquia precoz se muestra más cauto: “Es un tema que se está estudiando, porque hay datos sólidos que demuestran que ha descendido la edad de la pubertad en las chicas. No obstante, también hay sustancias químicas específicas que pueden retrasar la pubertad y el crecimiento. Por eso es complejo determinar esas influencias”.

El efecto negativo de los pesticidas en el cociente intelectual se conoce por investigaciones en el laboratorio, así como por estudios que han identificado las relaciones entre exposición y efecto en amplias cohortes de nacimiento, tanto en Estados Unidos como en otros países. También, destaca Trasande, se han establecido esas asociaciones con pruebas de imagen como la resonancia magnética, “en áreas cerebrales que son consistentes con los déficits obtenidos en las pruebas neuropsicológicas que revelan déficits cognitivos y de la atención”.

El grupo de Trasande también ha estudiado el impacto económico del potencial daño de los tóxicos. “Hemos calculado que el coste en la Unión Europea (UE) de los disruptores endocrinos debido al gasto asociado al tratamiento de las enfermedades con las que se relacionan es de 163.000 millones de euros anuales. Esto equivale al 1,2% del PIB anual de la UE. Y es una estimación a la baja, porque nos centramos solo en unas cuantas alteraciones crónicas, para las que hay más evidencias”.

Pese a que dibuja un horizonte en el que el cambio climático -con la desertización y un menor acceso al agua limpia- puede empeorar la salud global, Trasande se resiste a caer en el derrotismo: “Como sociedad podemos cambiar algunas cosas y en los últimos años hemos avanzado mucho. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la eliminación del bisfenol A en productos infantiles, que además atrajo mucha atención sobre este problema. A los padres también se les pueden trasladar algunas recomendaciones para disminuir la exposición a los tóxicos ambientales, como limitar el consumo de plásticos y el de la comida ultraprocesada y envasada. Otras sencillas pautas son ventilar la casa para reciclar el aire y permitir que salga el polvo para disminuir el contacto con retardantes de llamas”.

Además, confía en que la comida orgánica, libre de pesticidas, se abaratará a medida que aumente la producción por una mayor demanda. “Ya hay estudios que identifican una disminución en los niveles de pesticida en orina cuando se interviene para favorecer el consumo de alimentos orgánicos”.

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