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sábado, 6 de mayo de 2023

Retraso mental

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Sáb, 06/05/2023 - 16:44
El poder del lenguaje
"Trastorno del desarrollo intelectual" es la nueva etiqueta nosológica recogida en la CIE-11.

Lo he comentado ya en otra ocasión: por muy ‘inodoro’ que lo llamemos, el váter o retrete seguirá oliendo igual de mal. De nada sirve imponer en el uso un eufemismo mientras la sociedad no cambie el modo en que contempla cualquier fenómeno desprestigiado. Nos lo recordaba también Jesús Flórez en el Laboratorio del lenguaje al hablarnos de una sociedad, la española, que sigue viendo la trisomía 21 como algo malo o denigrante pese a haber sustituido el antiguo término ‘mongolismo’ por un tecnicismo supuestamente neutro como ‘síndrome de Down’, que ya está cargándose de connotaciones negativas.

Este proceso de desprestigio social continuo de un eufemismo tras otro es muy evidente en el caso de la discapacidad intelectual, que la sociedad percibe como algo claramente negativo y ello lleva a que, le demos el nombre que le demos, este pase raudo a usarse como insulto. Dada la intensa carga peyorativa y de lacra social que comporta el diagnóstico neuropsiquiátrico, los nombres que ha ido recibiendo a lo largo de la historia se fueron cargando pronto de connotaciones ofensivas en el lenguaje general, que obligaban a sustituirlos por otros en el lenguaje pretendidamente aséptico de la medicina. Hace relativamente poco, el término elegido por los psiquiatras fue retraso mental, al que se pedía dar primacía sobre un tecnicismo con solera como oligofrenia y otros sinónimos ya caídos en desgracia, como subnormalidad y deficiencia mental.

Ni que decir tiene, por supuesto, que bastaron un par de años para que ‘retrasado mental’ (e incluso ‘retrasado’ a secas) se cargara en el lenguaje general de connotaciones ofensivas parecidas a las que ya tenían ‘oligofrénico’, ‘deficiente mental’, ‘subnormal’, ‘imbécil’ o ‘idiota’, de modo que hacia el último cambio de siglo eran ya muchos los hablantes ―especialmente en los ámbitos de mayor proximidad a las personas con algún tipo de discapacidad intelectual― que reclamaban algún sinónimo menos ofensivo.

En inglés, de hecho, empezaron a usarse de modo creciente expresiones como cognitive disability, developmental delay, developmental disability, general learning disability, intellectual disability, learning disability, mental disability, mental handicap y mental impairment. Algunas de tales expresiones, no obstante, eran menos específicas que ‘retraso mental’; la expresión mental impairment puede usarse en inglés como eufemismo de ‘retraso mental’, sí, pero también para referirse a lo que nosotros llamamos ‘deterioro mental’; y la expresión developmental delay puede usarse en inglés como eufemismo de ‘retraso mental’, pero también para referirse a lo que nosotros llamamos ‘retraso del desarrollo neurológico (o psicomotor)’.

También en español eran cada vez más las voces que pedían reemplazar el término ‘retraso mental’ por otros menos denigrantes, como discapacidad intelectual, discapacidad mental, discapacidad del desarrollo, discapacidad cognitiva, etc. (la lista de eufemismos parece ser infinita). Y, por descontado, no decir nunca jamás «discapacitado intelectual» ―¡por Dios!―, sino «persona con discapacidad intelectual».

El 1 de enero de 2022, por fin, entró en vigor la nueva Clasificación internacional de enfermedades (11.ª edición) de la OMS, más conocida como CIE-11; en ella, el término mental retardation (retraso mental) dio paso a un nuevo eufemismo oficial recomendado: disorder of intellectual development (trastorno del desarrollo intelectual). Cambiado el nombre ―parecen pensar―, solucionado el problema; pero me temo que no.

Todos estos cambios, imagino, deben traer en jaque y en vilo a los responsables de las asociaciones y entidades que se desenvuelven en este campo. Una de las de mayor solera, por ejemplo, la fundó en Nueva York el médico francés Édouard Séguin, en 1876, con el nombre de Association of Medical Officers of American Institutions for Idiotic and Feebleminded Persons (AMOAIIFP); en 1906, mudó el nombre a American Association for the Study of the Feebleminded (AASF); en 1933, lo mudó de nuevo a American Association on Mental Deficiency (AAMD); en 1987, una vez más a American Association on Mental Retardation (AAMR); y en 2007 adoptó su nombre actual, American Association on Intellectual and Developmental Disabilities (AAIDD), que me apuesto un pincho de tortilla a que no será el último de la serie histórica.

Fernando A. Navarro

El 1 de enero de 2022 entró en vigor la nueva clasificación internacional de enfermedades (CIE-11) de la OMS, que no recoge ya el término "retraso mental", caído en desgracia. Off Fernando A. Navarro Off

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