El burnout o desgaste profesional es un problema cada vez más presente en la agenda de profesionales y gestores sanitarios. Para hacerle frente, el primer paso es conocer la situación real y, sobre todo, asumir que los condicionantes profesionales y sanitarios también se ven acompañados en muchas ocasiones por situaciones personales de los médicos, que multiplican aún más su impacto y consecuencias.
Según apunta José Manuel Gómez García, médico adjunto del Servicio de Medicina Intensiva del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid, “la prevalencia del burnout en el sector sanitario es muy elevada: en concreto, en los médicos las cifras rondan el 50%, aunque esto depende de muchos factores (especialidad, tipo de sistema sanitario, ordenamiento del trabajo, etc.)”. Macarena Gálvez, psicóloga del Proyecto HU-CI, añade que no es un estado al que se llegue por una sola causa, “sino que es más bien un proceso de carácter progresivo en el que intervienen múltiples factores ambientales, culturales y personales”. La pérdida del sentido del trabajo, clave en la comprensión del síndrome, “se va produciendo de forma prioritaria por el choque de las expectativas del profesional con la realidad organizacional que se encuentra en su día a día, donde los recursos no siempre son adecuados para el abordaje de las demandas”, apunta Gálvez. Gómez García y Gálvez coincidieron la semana pasada en el I Congreso Internacional de Humanización de la Asistencia Sanitaria, celebrado en el Hospital Universitario y Politécnico La Fe de Valencia.
La mayor parte de trabajos y estudios sobre el burnout delimitan mucho su origen a factores relacionados con el entorno profesional, como la presión asistencial o la función que realiza el médico en cada caso. “No es lo mismo, sobre todo en cuanto a la implicación emocional, trabajar en cuidados intensivos, en Cuidados Paliativos o en áreas oncológicas que en entornos de otras especialidades aparentemente menos duras“, afirma Sònia Miravet, vicesecretaria de la Junta de Gobierno del Colegio de Médicos de Barcelona (CoMB) y una de las coordinadoras de la Fundación Galatea.
Ciñéndose a los datos de los escasos estudios disponibles en España, Gómez García apunta que “los factores más importantes que influyen en la aparición del desgaste en nuestros médicos son falta de recompensa, tanto económica como emocional; pésima ordenación del trabajo, con un sistema de guardias que agota al profesional con años de experiencia; la falta de liderazgo, la ausencia de un verdadero y compasivo trabajo en equipo, la falta de participación en las políticas sanitarias y la digitalización y comercialización de la sanidad”.
Gálvez añade también “las demandas emocionales propias de la interacción con el dolor y la muerte, y con otras personas que se encuentran en un momento de vulnerabilidad, sufrimiento y miedo”.
Según una encuesta de Medscape, elaborada a partir de respuestas de los usuarios registrados en la plataforma, “los médicos españoles mencionaron que el pago insuficiente era el principal factor desencadenante de su desgaste, seguido de cerca por demasiadas tareas burocráticas”, comenta Bernardo Schubsky, director editorial de Medscape Global. Pero Miravet también hace referencia a otros factores menos tenidos en cuenta, pero que pueden ser muy influyentes en la percepción de malestar de los médicos: los que provienen del entorno personal. “A menudo, tendemos a separar lo profesional de lo personal; sin embargo, es más que evidente que hay factores de diferente naturaleza que forman parte de la esfera personal y/o familiar que pueden incidir en la sensación de desgaste profesional: un proceso de separación, una adolescencia complicada de algún hijo, una situación de dependencia de un padre o una madre… o bien todas esas cuestiones juntas”.
Miravet dice que emocionalmente no es lo mismo ejercer en Intensiva, Paliativos u Oncología que en entornos menos ‘duros’
Tomar conciencia, conocer las condiciones de trabajo reales y realizar una prevención activa en todos los niveles son elementos claves para minimizar el impacto del burnout en los médicos. Para Gómez García, el primer paso es “tomar conciencia verdadera por parte de las instituciones (colegios profesionales, hospitales, consejerías, ministerios, etc.) de la existencia de este importante problema, con consecuencias negativas para el profesional, los pacientes, las famlias (del profesional y de los pacientes) y para la institución sanitaria”.
Según Schubsky, “cuanto más se saque a la luz el tema del desgaste profesional, más médicos estarán dispuestos a hablar de ello. Una comunicación más abierta permitirá que otros sepan que no están solos; que experimentar un desgaste profesional grave no es nada de qué avergonzarse, y nada que deba mantenerse en secreto. Con suerte, la comunicación continuará fluyendo y se alentará a los médicos a que busquen ayuda y sepan que no es una falla personal; y que el estigma al identificar el estrés de la persona disminuirá a medida que se reconozca más”.
A ello, Gálvez añade que la evaluación del burnout será prioritaria para conocer la fotografía real del problema. Y los estudios “se deben complementar con el análisis de las condiciones de trabajo que sabemos facilitadoras y desencadenantes del síndrome (mediante otros instrumentos de evaluación cuantitativa o cualitativa). Atender a esos factores para su corrección y fomentar lugares de trabajo saludables será la verdadera prevención primaria”.
A modo de ejemplo, Miravet señala que “la Fundación Galatea, desde sus inicios, ha tenido como objetivo, no solamente ofrecer asistencia a los médicos y otros profesionales de la salud (enfermeras, farmacéuticos, psicólogos, odontólogos, veterinarios, trabajadoras sociales, fisioterapeutas) cuando lo precisan, sino también a través de toda una línea de estudio, formación y prevención sobre el bienestar y la salud mental de esos profesionales. En este sentido, podemos decir que, actualmente, disponemos de estudios sobre la salud, estilos de vida y condiciones de trabajo de todos esos perfiles de profesionales de la salud y los podemos comparar entre ellos y también con la población general”.
Gómez García hace hincapié en que las instituciones “se asesoren adecuadamente con expertos y proyectos, como es Proyecto HU-CI, que conocen este tema en profundidad, para poner en marcha el remedio adecuado”. Ello incluye la puesta en marcha de medidas concretas, “tales como la creación de la figura del profesional senior, que deberá eximirse de guardias nocturnas sin que esto suponga un recorte drástico en el salario, porque resulta realmente desmoralizante que un profesional de 50 años, con más de 25 años de experiencia, tenga que depender de la realización de guardias para seguir manteniendo un salario adecuado. Otras medidas deben incluir la formación de los profesionales en las denominadas habilidades blandas, tales como el trabajo en equipo, el liderazgo, la comunicación, la compasión, el mindfulness, etc”.
La prevención secundaria “implicará medidas para la detección temprana de los casos de burnout y la intervención ante los primeros indicadores del síndrome”, comenta Gálvez. En este sentido, la formación a los profesionales sobre burnout, el desarrollo de competencias psicosociales y emocionales (para las que la formación es escasa o nula durante el periodo académico) y el fomento de una práctica médica humanizada, “permitirán al facultativo la reconexión con la esencia de su profesión, y el fomento de factores que moderan el proceso de desgaste profesional y minimizan sus consecuencias”, añade la psicóloga.
Finalmente, apunta Gálvez, es esencial la prevención terciaria o intervención ante aquellos profesionales cuyo nivel de burnout ya está generando serios problemas de salud. “Conocemos la estrecha relación del síndrome con alteraciones emocionales, ansiedad, depresión, conductas de aislamiento social y de abandono de la profesión. Facilitar la ayuda profesional (psicológica y psiquiátrica) que pueda ser necesaria, romper entre todos el estigma que, incluso entre los profesionales de la salud, existe sobre los problemas emocionales y la salud mental, fomentar líneas de actuación desde los servicios de prevención de riesgos laborales, favorecer las prescripciones de los médicos del Trabajo sobre posibles necesidades de adaptación del puesto o la reincorporación laboral tras una incapacidad… son algunas tareas pendientes en las que aún nos queda mucho por hacer. Salud mental y salud laboral van de la mano y son cosa de todos”.
En Cataluña, ejemplifica Miravet, “además del Paime, el mismo Patronato de la Fundación Galatea decidió poner en marcha el Servicio de Apoyo Emocional a los Profesionales de la Salud, con el objetivo de dar respuesta al sufrimiento emocional, relacionado o no con la práctica profesional, pero que, sin duda, puede tener repercusión en la atención a sus pacientes. Podemos decir que, a pesar de las limitaciones de ese servicio (son cinco sesiones de atención psicoterapéutica), los resultados son satisfactorios. A veces, si las estrategias de intervención son adecuadas, con poco, se puede hacer mucho”.
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