¿Es posible un médico químicamente puro, sin relaciones o intereses que influyan en su objetividad profesional? Los códigos deontológicos, como el español o la reciente séptima edición del del American College of Physicians (ACP), animan a evaluar si un regalo, una ayuda empresarial para un simposio o un ensayo clínico son éticamente apropiados y si condicionarían su juicio clínico. Ante dichas evaluaciones, dice el manual de ética del ACP, los médicos deben considerar lo siguiente: ¿Qué pensarían mis pacientes y mis colegas de este acuerdo? ¿Cuál es el propósito de la oferta de tal compañía o institución?
En una sociedad libre y abierta, todos, incluidos los médicos, estamos sometidos a multitud de impactos publicitarios, amistosos, familiares y laborales. ¿El regalo de un paciente agradecido condiciona su futura atención? ¿La invitación remunerada de una compañía a participar en un simposio sesga los criterios prescriptores? ¿Las ayudas empresariales a una sociedad científica dictan los programas de sus congresos? ¿Los acuerdos publicitarios de una revista científica autocensuran algunos artículos? ¿Hay que expulsar a los visitadores comerciales de las consultas? ¿Hay que negarse sistemáticamente a avalar cualquier fármaco o dispositivo médico?
La tentación de completar por otras vías unos sueldos no muy acordes con la preparación y responsabilidad del médico es muy humana, y caer en ella no siempre es malo, siempre y cuando se mantenga dentro de la legalidad y de la ética médica, lo que a veces no es fácil discernir.
En la actual dialéctica socio-política, pensar que solo lo público es inmaculado es de una ingenuidad insultante y muestra una desconfianza maquiavélica en el ser humano. Los médicos son autoridades en su campo y su opinión, aunque algo mermada en estos tiempos de Google y autonomía del paciente, sigue siendo muy apreciada. Por eso se reclama su presencia. No se les prohíbe tener intereses en tal o cual negocio ni recibir ayudas públicas o privadas, pero su ética les debe dirigir hacia el bien del paciente y a denunciar y a huir de anuncios o declaraciones falsos, perjudiciales, dispendiosos o engañosos.
En algunos recientes y sonados conflictos de interés, el pecado consistía sobre todo en falta de transparencia, un valor que ha cobrado gran relevancia en las últimas décadas. Revelar sus intereses cuando sea preciso y defender su independencia de criterio, aun a costa a veces de esos intereses, redundará en el prestigio de todo el entorno sanitario, público y privado, y en último término en la mejor atención del paciente.
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