La infección por Clostridium difficile, un indeseado habitual de centros hospitalarios y sanitarios, puede provocar efectos dañinos más allá del episodio intestinal agudo. Es sabido que los ancianos tienen más riesgo de sufrir la infección por este grampositivo, además de con mayor gravedad y peor respuesta al tratamiento. Una investigación realizada en el Hospital Universitario de Móstoles, en Madrid, en colaboración con investigadores del Centro Médico de Veteranos de Salem, en Roanoke, y de la Universidad de Virginia, en Charlottesville, sugiere que esos efectos de la infección bacteriana pueden además trascender el ámbito intestinal y el evento agudo, e impactar tanto en la mortalidad como en el deterioro funcional y cognitivo de los pacientes mayores meses después de haber sufrido los episodios de diarrea.
La autora principal del grupo de Móstoles, María José Fernández Cotarelo, del Servicio de Medicina Interna, expone a DM que “partiendo de esa hipótesis de que en pacientes hospitalizados mayores la infección por C. difficile puede tener consecuencias más allá de la propia infección intestinal, diseñamos el estudio e incluimos a pacientes tanto del hospital de Veteranos como del centro de Móstoles. En total, analizamos 106 casos que cumplían las características de ser pacientes ingresados mayores de 60 años con diagnóstico de infección por esta bacteria. Alrededor de la mitad presentaban criterios de infección grave. Dos terceras partes la contrajeron en el hospital durante su ingreso por otros motivos, lo que deja a un tercio en los que la hospitalización se debió a la infección”.
El estudio comparó los casos de ancianos infectados con otro grupo de pacientes mayores, también hospitalizados y con comorbilidad equiparable, transcurridos uno, tres y seis meses. Los resultados se han publicado en The Journal of General Internal Medicine. Entre los datos destacables de este trabajo, Fernández Cotarelo enumera que “la mortalidad hospitalaria fue de un 11% en los pacientes con la infección respecto al 2% en el grupo que no la tenía. A los tres meses, casi una cuarta parte de los pacientes infectados habían fallecido frente al 8% de los ancianos con comorbilidad, y a los seis meses, era más de un tercio respecto al 19% en el grupo de los controles”.
El impacto de la infección también se observa en el deterioro funcional y cognitivo de los pacientes estudiados. Así, a uno de cada tres pacientes con C. difficile se le da de alta a una residencia o centro de media o larga estancia, frente al 12% en el grupo de los controles, lo que constituye un indicador a corto plazo de deterioro funcional o cognitivo. No se registraron diferencias significativas en los reingresos.
Sí se apreciaron, en cambio, diferencias en cuanto al desarrollo de delirio, cuadro confusional típico que presentan algunos ancianos cuando se les ingresa en un centro hospitalario. “Más de una cuarta parte de los pacientes infectados desarrollaron delirium, el doble que los pacientes hospitalizados por otras enfermedades”, apunta la especialista. “En los enfermos que presentaron ese cuadro confusional durante el ingreso, también se registró una mayor probabilidad de fallecimiento. Además, los pacientes que ya presentaban deterioro cognitivo o demencia también fueron los más afectados, y en los que más impactó la mortalidad a largo plazo”.
Para María José Fernández Cortarelo, este estudio es un reflejo en la clínica diaria del posible vínculo entre la microbiota intestinal y el sistema nervioso central (SNC), el llamado eje intestino-cerebro, que se está estudiando en patologías tan diversas como el autismo, la enfermedad de Alzheimer y la de Parkinson, por citar algunas. La presencia de patógenos como Clostridium altera el ecosistema microbiano que aloja en simbiosis nuestro organismo. “En los últimos años, se está viendo que de alguna manera las bacterias intestinales se comunican con el sistema nervioso central mediante diferentes vías, de momento, objeto de investigación, como ciertas sustancias que generan las propias bacterias o a través de la inervación intestinal”. Los trabajos clínicos como este muestran las consecuencias tangibles de esos mecanismos que se estudian en el labotorio.
Esta investigación ha sido fruto de la estancia que María José Fernández Cotarelo realizó en Estados Unidos entre 2014 y 2015, financiada por la Acción Estratégica en Salud del Instituto de Salud Carlos III, la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) y la Sociedad de Medicina Interna de Madrid-Castilla la Mancha (Somimaca). Junto con esta investigadora, completan el grupo español de autores del trabajo Leticia Jiménez Díez-Canseco y Jorge Sánchez Redondo, del Servicio de Medicina Interna, y María Teresa Pérez Pomata, del Servicio de Microbiología.
De la evolución favorable al trasplante fecal
En la mayoría de los casos la evolución de una infección por Clostridium difficile es favorable con tratamiento. No obstante, puede complicarse llegando al punto de que se requiera una cirugía para resecar el colon, o incluso da lugar a una sepsis de pronóstico fatal, recuerda María José Fernández Cotarelo, del Hospital Universitario de Móstoles. De hecho, una vez que la bacteria se aloja en el intestino, en un tercio de los pacientes pueden producirse recidivas, susceptibles de ser graves. Una de las estrategias terapéuticas más recientes para eliminar esta infección es el trasplante de microbiota intestinal, de forma que se cambia la microbiota enferma del paciente, exhausta para contrarrestar las infecciones, por la de un donante sano. Este tratamiento se emplea ya en los pacientes que han tenido al menos tres episodios de la infección.
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