Varias universidades británicas publicaron en marzo de 2016 en British Medical Journal un metanálisis de 18 estudios sobre cómo influye el conocimiento de riesgos genéticos en cambios de conducta relacionados con el tabaco, la dieta y la actividad física. No hallaron ningún efecto significativo, ni tampoco sobre el consumo de alcohol, el uso de fármacos y programas de cribado y la protección solar. Los mayores o menores riesgos tampoco parecían afectar a los niveles de depresión o ansiedad. Como recuerda Kristen Hovet en Genetic Literacy Project, “fue un duro golpe contra quienes sostienen que las pruebas genéticas motivan cambios de comportamiento más fructíferos que el conocimiento de otros marcadores biológicos (como la presión arterial, el colesterol o el antígeno prostático específico)”.
Sin embargo, datos presentados en junio del año pasado en el congreso de la Sociedad Europea de Genética Humana sobre el proyecto finlandés GeneRISK avalaban que proporcionar información genómica personal sí tiene un efecto importante a largo plazo en el estilo de vida. El GeneRISK se centra en el riesgo genético de enfermedad cardiovascular de 7.328 personas: casi el 90 por ciento de los participantes con dicho riesgo dijeron que les había ayudado a controlar el peso y el hábito tabáquico. El truco parece estar en una herramienta web llamada KardioKompassi que permite pronosticar el riesgo de enfermedad cardiaca a diez años vista. “Cuando el riesgo es elevado, KardioKompassi aconseja al afectado que se ponga en contacto con su médico para analizar la mejor manera de reducirlo”, explicó Elizabeth Widen, del Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Helsinki. La inclusión de ese reloj de arena de riesgo y las sugerencias sobre las conductas parecen haber sido responsables del éxito del proyecto. Cuando se evaluó a los participantes del GeneRISK un año y medio después de su primer contacto con KardioKompassi, el 17 por ciento de los fumadores habían dejado de fumar y casi el 14 por ciento habían controlado el peso, un 10 por ciento más de media que con las ayudas convencionales.
El auge de los test genéticos sin prescripción gracias a su abaratamiento y comercialización por compañías como 23andMe, Full Genomes, Veritas, Promethease, Color o Genomapp los ha convertido tanto en un ejercicio de mera curiosidad como en motivo de ansiedad hipocondriaca y en filón científico. El acuerdo de julio pasado entre 23andMe y GlaxoSmithKline le proporciona a la farmacéutica inglesa a cambio de 300 millones de dólares acceso a datos genéticos derivados de los cinco millones de clientes de la conocida compañía californiana para desarrollar nuevas terapias.
Misterios genéticos
El entusiasmo y las inversiones dan la impresión de que, quince años después de la primera secuenciación del genoma humano, la biociencia confía buena parte de sus progresos en sondear los misterios genéticos. En octubre pasado, Nature publicó los resultados del mayor análisis realizado hasta la fecha: los genomas completos de los 500.000 participantes del UK Biobank en los que cuantificó casi 100 millones de variantes; se completa con imágenes RM cerebrales, cardiacas y abdominales de 100.000 participantes. El propósito es conocer a fondo la genética de las enfermedades y las interacciones entre genes y estilos de vida. Uno de los mil proyectos previstos en torno al UK Biobank es el análisis genético de la estructura y función cerebrales en 100.000 participantes. La primera fase, con 10.000, se publicó también en Nature y describe 3.144 medidas diferentes que han conducido al descubrimiento de cien áreas del genoma que influyen en el cerebro.
Otros proyectos más modestos en esta línea, el BabySeq y el MedSeq, del Hospital Brigham and Women y del Hospital Infantil de Boston, se presentaron también en octubre en la reunión de la Sociedad Americana de Genética Humana: se encontraron variantes de riesgo en 16 de 110 adultos y en 18 de 159 niños.
Aunque este masivo inventario de las variedades genéticas puede ayudar a los detectives de las enfermedades raras o monogénicas y en la medicina farmacológica de precisión, como la oncológica, no parece tan útil por ahora en patología compleja. Un metanálisis sobre farmacogenética en depresión grave dirigido por el neuropsiquiatra Bruce Cohen, del Hospital McLean, en Massachusetts, y aparecido en mayo pasado en JAMA Psychiatry, concluía que dicho trastorno está determinado por un gran número de genes. “Más que los genes, los factores demográficos y el entorno, la salud general, las características clínicas y la polimedicación son más importantes que los hereditarios del metabolismo y la respuesta a los fármacos”.
Prudencia
Y aunque la precisión genética sea ahora mayor, siempre quedan incertidumbres. ¿Es conveniente saber si se lleva el gen ApoE4 que incrementa en casi quince veces el riesgo de Alzheimer?, se preguntaba en agosto pasado en The Conversation el profesor Troy Rohn, de la Universidad Estatal de Boise, en Idaho. Si tal fuera el caso, se pueden tomar medidas preventivas o participar en ensayos clínicos a cambio de estrés personal y familiar. Es un gen de susceptibilidad, lo que no asegura el Alzheimer. “Lleves o no el gen, muchos otros factores parecen contribuir al Alzheimer. Lo que se come, la edad, el ejercicio que se hace, la educación, el tabaco, la actividad mental y otros elementos desconocidos también influyen”. Sopesar los pros y los contras, saber que hay test buenos, limitados o inservibles, y acudir al consejo genético antes de mandar una muestra de sangre o de saliva a 23andMe, es el dictado de la prudencia, sobre todo ante una enfermedad indomable como el Alzheimer.
Si, por otra parte, algunas de las soluciones para muchos trastornos consisten en llevar una vida sana, quizá sea más lógico cuidarse, con independencia de los genes perniciosos o protectores. Una persona con un genoma limpio podría confiarse y descuidarse, y sucumbir antes que otra más deteriorada genéticamente y que modera sus apetencias. Y como en tantos avances y promesas de la ciencia, aunque las pruebas genéticas tengan un papel cada vez mayor en las estrategias de salud, deberán combinarse con otros análisis e intervenciones.
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