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sábado, 8 de junio de 2019

Exageraciones en 3D

El pasado mes de abril la revista Advanced Science publicó un estudio de un equipo de biólogos y biotecnólogos de la Universidad de Tel Aviv, en Israel, titulado 3D Printing of Personalized Thick and Perfusable Cardiac Patches and Hearts. Rápidamente, los medios de comunicación entraron en vibración endorfínica: “Primer corazón impreso en 3D utilizando las propias células de un paciente”. Un vídeo mostraba un corazón de aspecto saludable flotando en un depósito de líquido rosado. Según comenta en The Conversation Cathal D. O’Connell, del BioFab3D, el laboratorio de bioimpresión del Hospital St Vincent en Melbourne, en un mes la historia había sido recogida por 145 medios de comunicación, tuiteada 2.390 veces a casi 4 millones de seguidores y el vídeo explicativo se había visto 3 millones de veces.

En el artículo original, los científicos israelíes describen que el objetivo principal era imprimir un “parche” cuadrado de células cardíacas y vasos sanguíneos utilizando una tinta biológica “personalizada”, en la que las células y materiales provienen del paciente (las tintas biológicas habituales suelen contener algunos materiales sintéticos o derivados de animales). Como resultado final, el equipo también imprimió las celdas en forma de corazón en miniatura. El texto aclara que la estructura impresa en forma de corazón no es un corazón real y carece de la mayoría de las características necesarias para hacer funcionar un corazón.

“El trabajo es importante -reconoce O’Connell- pero los informes de los medios dan la impresión de que nuestro campo de investigación está mucho más avanzado de lo que en realidad está”. A su juicio, el exceso de informaciones médicas no es ético, y en ocasiones es peligroso. “El sensacionalismo abunda en el periodismo científico. Y el campo de la bioimpresión en 3D está actualmente alimentado por una ‘tormenta perfecta’ de exageraciones: se basa en el aura mágica de la tridimensionalidad, es fácil de entender y combina ideas de ciencia ficción con un impacto potencial en resultados de salud”.

Luego recuerda otras bioimpresiones magnificadas. Por ejemplo, la Universidad de Wake Forest tuvo que emitir una nota de prudencia después de airearse a los cuatro vientos que su científico Anthony Atala había impreso un riñón humano. Y en diciembre de 2015, la prensa mundial anunció que un niño de 14 años se había convertido en el primer humano en implantarse una “nariz impresa en 3D”; en realidad, la impresión 3D solo se usó para hacer una plantilla que ayudara al cirujano a juntar piezas de cartílago de donante. “Nos quedamos con la sensación de que la bioimpresión 3D es una tecnología madura y clínicamente disponible, cuando actualmente no lo es”.

Las representaciones positivas de una nueva tecnología en los medios de comunicación pueden afectar al consentimiento del paciente para someterse a un tratamiento y descontrolar la inscripción en ensayos clínicos. “Lo he visto yo mismo. Cada vez que se informa de nuestra investigación, especialmente en la televisión, a la mañana siguiente recibo llamadas de personas que desean acceder al tratamiento. Rara vez se informa de que todavía estamos en una etapa experimental y que las pruebas en humanos tardarán varios años”. El entusiasmo inicial con las células madre para fines estéticos o anticancerígenos o las fallidas tráqueas sintéticas del cirujano Paolo Macchiarini alientan expectativas falsas y peligrosas.

O’Connell indica que estas informaciones exaltadas siguen la Curva de Sobreexpectación de Gartner: primero se elevan a un “pico de expectativas infladas” antes de caer al “abismo de la desilusión” hasta llegar con el tiempo, si llegan, a una tranquila meseta de productividad tras una rampa de consolidación.

El efecto bola de nieve de algunos avances beneficia a científicos, revistas, universidades y periodistas. “El arte de vender se ha convertido en una habilidad indispensable para los científicos” y sus necesarias subvenciones”. A finales de 2015, British Medical Journal publicó un análisis de la Universidad holandesa de Utrecht sobre el uso de adjetivos positivos y negativos en los abstracts de la base PubMed entre 1974 y 2014: la frecuencia absoluta de palabras positivas aumentó del 2,0% (1974-80) al 17,5% (2014), un aumento relativo del 880% durante cuatro décadas. Todo era más “robusto”, “novedoso”, “innovador” y “sin precedentes”. La frecuencia de palabras negativas pasó del 1,3% (1974-80) al 3,2% (2014), un aumento relativo del 257%. En ese periodo no se registró variación aparente en el uso de palabras neutrales o aleatorias. “Los científicos -alecciona O’Connell- deben tener cuidado con esta tendencia, especialmente porque los posibles pacientes y las asociaciones de pacientes tomarán sus palabras muy en serio. Las revistas y los revisores han de garantizar una ciencia de la mejor calidad, y que el lenguaje empleado sea preciso y sin estridencias; esto incluye el título del artículo, que a veces es lo único que leen los periodistas y los afectados”.

No ignora que, tal y como están los tiempos periodísticos actuales, algunos reporteros regurgitan los comunicados de prensa literalmente. Los no especializados pueden no entender un ámbito con el suficiente detalle para cuestionarlo, comprobarlo con otro experto o no tienen tiempo para situarlo en un contexto clarificador. Se ha dado una simbiosis de supervivencia entre científicos y periodistas: los primeros necesitan que los medios mejoren su exposición y factor de impacto para la próxima solicitud de ayudas, y los segundos quieren científicos con hallazgos esperanzadores que se puedan compartir (y que son demasiado raros). “Existe una gran discrepancia entre los requerimientos actuales de una noticia (novedad, impacto) y la realidad de la investigación médica (lenta, meticulosa y gradual), lo que a veces genera distorsiones. Cuando estas presiones fuerzan la historia, se puede terminar escribiendo un cuento de hadas. Y en investigación médica, los cuentos de hadas pueden ser peligrosos”. Un titular más anodino quizá no sacuda las neuronas de la opinión pública ni se dispare en Twitter, pero sí está cumpliendo una de las misiones del periodismo y de la ciencia: el respeto a la verdad.

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