En las últimas semanas son constantes los artículos publicados en todo tipo de medios que reflexionan sobre los múltiples cambios que esta pandemia va a suponer para nuestras sociedades. Otros apuntan a que el olvido al que somos proclives matizará la profundidad de las transformaciones.
Uno de los elementos que ha puesto sobre la mesa la epidemia es la imperiosa necesidad de tener información puntual y fiable para la toma de decisiones lo más acertadas posible. Aspecto que se está remarcando como especialmente vital al plantearse la llamada “desescalada” de las medidas radicales de confinamiento.
A diferencia de otras posibles experiencias anteriores la cantidad de datos disponibles son ingentes, con enorme cantidad de registros permanentes. Además del desarrollo actual de la capacidad y metodologías de análisis, impensable hace no mucho tiempo. Así inmediatamente se generaron, por ejemplo, modelos de evolución de la epidemia en numerosas universidades y centros de datos. Aparentemente estamos más preparados que nunca para poder disponer de información útil y potente. A pesar de ello existe una opinión generalizada sobre déficits y defectos de la existente. Siguen unas reflexiones sobre esta aparente contradicción.
La primera es histórica. Los mejores desarrollos iniciales en información de salud se dieron en torno a las enfermedades infecciosas, estando relacionado justamente con el nacimiento de la epidemiología. Así en el siglo XIX y primeras décadas del XX los mejores registros de datos se daban en esas enfermedades, problema de salud esencial en la época. Obviamente, aunque siguen existiendo, pasaron a un segundo plano desbancados por nuevos registros orientados a los problemas de salud más relevantes posteriormente.
La segunda es de método de registro ante un problema emergente. Siempre se ha mencionado como inadecuado la creación de nuevos sistemas de información para problemas emergentes sin considerar la posible existencia de registros aplicables. ¿Existía esa posibilidad ahora? Existen los sistemas de alerta epidemiológica y quizás eran adaptables con la ventaja de la experiencia. Y el rescate de los registros habituales de atención primaria y de hospitales sometidos a declaración inmediata en estos casos, quizás podían contribuir a ofrecer una imagen más completa.
La tercera es la definición muy específica de qué hay que registrar. Aquí es donde probablemente han existido defectos, llevándonos a una situación en la que es muy difícil la comparación entre comunidades o países, dificultando el aprovechamiento incremental de conocimiento que podía suponer. No sólo en España, también a nivel internacional la OMS no controló aparentemente este aspecto eficazmente. Obviamente había que contar casos de infectados por el SARS-CoV-2, pero es muy distinto si se cuentan por resultado positivo a una PCR (acompañado también del número de pruebas realizadas), por la llegada al hospital, por síntomas sospechosos etc., resultando, evidentemente en contajes no comparables si no son precisos y cada país o servicio de salud lo adopta diferente. Lo mejor es contar diferenciadamente todos ellos de forma específica y bien definida para reconstruir comparaciones factibles. Ello, obviamente, afecta a los cálculos de letalidad y cualquier otro indicador que no resultan comparables no siendo confiables las potenciales diferencias observadas en los diferentes territorios. Ello nos impide además hacernos preguntas relevantes sobre estas diferencias permitiendo avanzar en el conocimiento de las razones.
La cuarta es de aprendizaje de la experiencia para mejorar la organización de cara al futuro. No era conocido el momento ni el origen, pero en 2014 Obama advertía en una conferencia de la seguridad de aparición de epidemias futuras, apuntando las medidas e inversiones a hacer para estar preparados y creó entre otras cosas una estructura permanente para ello (eliminada por Trump hace un par de años). Y Bill Gates en 2015 apuntó en la misma dirección enfatizando la necesidad de prepararse. No estábamos preparados. No es la primera epidemia de este siglo, esperemos que reaccionemos mejor después de esta. Será mejor pensar con pausa cómo deberían definirse, recogerse y transmitirse los datos en situación de calma, una vez pasada la tormenta, y establecer las estructuras preparadas para una respuesta rápida en la próxima ocasión evitando la improvisación bajo la tensión de la explosión de una nueva epidemia.
Estaría bien no darle la razón al refrán “sólo te acuerdas de Santa Bárbara cuando llueve” y, una vez pasada esta fase aguda, iniciar la preparación para que, en la siguiente onda de esta epidemia, o una nueva, estemos mejor preparados en el campo de la información, con unas estructuras básicas capaces de activación y coordinación inmediatas.
Obviamente no es sólo éste el ámbito en el que debemos actuar para prepararnos, se ha puesto de relieve que los hay incluso más vitales, pero este artículo se centra en la mejora de la capacidad de generar información útil para la toma de decisiones en caso de crisis sanitaria. Para que en pandemia los datos tan necesarios no sean un pandemonio.
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