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domingo, 8 de septiembre de 2019

La falsedad corre más deprisa que la verdad

El año pasado, la revista Science publicó un estudio del Media Lab del Instituto de Tecnología de Massachusetts sobre la difusión de noticias falsas. El equipo de Soroush Vosoughi utilizó un conjunto de datos de cascadas de rumores en Twitter de 2006 a 2017. En ese periodo unos tres millones de personas difundieron alrededor de 126.000 rumores. Las noticias falsas llegaron a más personas que las verdaderas: las principales cascadas de noticias falsas llegaron a entre 1.000 y 100.000 personas, mientras que las auténticas rara vez se difundieron a más de 1.000 personas. La falsedad, la mentira, siempre ha tenido los pies más ligeros que la verdad.

En la era de internet y las redes sociales, ningún ámbito se libra de los rumores y las noticias falsas. La jungla cibernética es un animalario de fotos y vídeos antiguos o trucados, de conspiraciones inventadas y de bulos infundados. Se aprovechan de la ignorancia y la credulidad.

Una foto amañada de platillos volantes o extraterrestres puede desatar cierto pánico transitorio entre algunos ilusos, pero sembrar la confusión con las vacunas se lleva por delante vidas de personas vulnerables, en especial niños, como se está viendo en los últimos años.

El abrumador advenimiento de las redes sociales ha pillado en fuera de juego a buena parte de la sociedad, indefensa culturalmente y sin un entrenamiento crítico adecuado. En ese marasmo compulsivo de memes, alarmas, insultos y ‘diez cosas que deberías hacer antes de morir’, proliferan remedios mágicos contra el cáncer, acusaciones sin fundamento contra los alimentos transgénicos y falacias pseudocientíficas. Una mina para charlatanes y embaucadores.

El riesgo se agudiza cuando un político, un futbolista o un científico respaldan la falsedad. No hay más que recordar el artículo que en 1998 publicó en The Lancet el médico británico Andrew Wakefield, en el que relacionaba la vacuna triple vírica (sarampión, parotiditis y rubeola) con el autismo. Gran parte del actual resurgimiento del sarampión procede de aquella alarma luego desmentida.

Aunque gestores de redes, autoridades, científicos y periodistas son cada día más conscientes de los peligros de la manipulación informativa, es necesario educar ya desde la infancia en un sano escepticismo que someta a la reflexión y a la crítica el aluvión de mensajes que asfixia el buen juicio y la verdad, y en la habilidad para distinguir entre alienígenas y vecinos.

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