Prolongar la vida con una salud aceptable ha sido y es una de las ambiciones de la humanidad. Muchos alquimistas se intoxicaron en busca de elixires mágicos y otros contribuyeron con sus arriesgados cócteles al progreso de la química. Aunque no se perciba con claridad -siempre se anhela más-, ese sueño se ha cumplido en parte en el último siglo: aumento de la esperanza de vida y achaques más llevaderos gracias a los avances médicos.
En el último número de la revista Aging, el ruso Mijaíl V. Blagosklonny, biólogo y oncólogo del Instituto del Cáncer Roswell Park, en Buffalo (Estados Unidos), en un atrevido intento de forzar la ansiada longevidad, afirma que “es más peligroso no usar los actuales fármacos antienvejecimiento que usarlos”. Su preferido, y sobre el que centra su artículo, es la rapamicina, un inmunosupresor que apareció hace veinte años para tratar a los trasplantados renales. Este inhibidor de la proteína mTOR, implicada en la multiplicación celular y por tanto en los tumores y parece que en la senescencia, sería el principal ingrediente de lo que llama ‘fórmula Koschéi’, en homenaje a un villano inmortal del folclore eslavo.
La receta de la longevidad
Blagosklonny añade a la rapamicina el antidiabético metformina, inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina (ECA), aspirina, inhibidores de la fosfodiesterasa 5, como el sildenafilo contra la disfunción eréctil, junto con un poco de restricción calórica o de ayuno intermitente. Todos ellos, explica, se utilizan para tratar enfermedades relacionadas con la edad -hipertensión, cardiopatía isquémica, diabetes, cáncer, hiperplasia de próstata- por lo que pueden considerarse como medicamentos antienvejecimiento, pues además, y a diferencia de otras panaceas fallidas como los antioxidantes o la hormona de crecimiento, extienden la vida útil, según numerosos ensayos en animales y según la larga experiencia en humanos. “Si no fueran medicamentos comunes para enfermedades humanas, los gerontólogos los llamarían agentes antienvejecimiento”.
Blagosklonny insiste por otro lado en el carácter polivalente de sus elegidos: la metformina trata la diabetes tipo 2, la prediabetes, la obesidad, el síndrome metabólico, el cáncer y el síndrome de ovario poliquístico; la aspirina no solo reduce la inflamación (marca distintiva del envejecimiento), sino también el riesgo cardiovascular, la trombosis y un tercio de tumores colorrectales, gástricos y esofágicos; el sildenafilo y sus análogos también son efectivos contra la hiperplasia benigna de próstata y la hipertensión arterial pulmonar y mitigan el cáncer colorrectal. “El envejecimiento es la suma de todas estas enfermedades… La rapamicina y estos medicamentos pueden complementarse entre sí en una formulación antienvejecimiento; por ejemplo, la metformina contrarresta la hiperglucemia inducida por rapamicina”.
Para convencer a los quimiofóbicos, que temen los efectos secundarios, argumenta que, curiosamente, “el miedo al tabaco es menos intenso que el miedo a la rapamicina. Pero mientras que fumar acorta la esperanza de vida, la rapamicina la extiende. El tabaco aumenta la incidencia de cáncer y otras enfermedades de la edad; la rapamicina previene el cáncer en ratones y humanos. Fumar en exceso acorta la vida en 6-10 años. En ratones de mediana edad, solo 3 meses de tratamiento con dosis altas de rapamicina fueron suficientes para aumentar la esperanza de vida hasta un 60%. Cuando se empieza a tomar en el inicio de la vejez, la rapamicina aumenta la esperanza de vida en un 9-14%, equivalente a 7 años. En comparación, los fumadores que dejan de fumar a los 65 años ganan entre 1,4 y 3,7 años. Siguiendo la analogía, se podría decir que en los ancianos no tomar rapamicina o análogos como everolimus puede ser aún más peligroso que fumar”. Por si fuera poco, “la rapamicina beneficia a fumadores y ex fumadores al disminuir el cáncer de pulmón”. Asimismo, más que suprimir la inmunidad, elimina la hiperinmunidad, es decir, “rejuvenecería la inmunidad”; de ahí su protección contra algunas infecciones y algunos tipos de cáncer.
A pesar de su entusiasta defensa de estos fármacos no niega sus efectos secundarios, desaconseja la automedicación, anima a que se estudien dosis y combinaciones, y a que se establezcan clínicas geriátricas, y confía en que tales elixires vayan inspirando sucesores más seguros, si bien, por ejemplo, con respecto a su querida rapamicina, cuenta el caso de una joven de 18 años que intentó suicidarse con 103 pastillas del fármaco y lo único que consiguió fue un aumento del colesterol. Entonces, “¿la rapamicina suprime el envejecimiento y prolonga la vida previniendo enfermedades o previene enfermedades frenando el envejecimiento? Ambas opciones reflejan en realidad el mismo proceso”.
Matiza sin embargo que, aunque revierte algunas manifestaciones del envejecimiento, es más efectiva como prevención -del cáncer, la osteoporosis, la ateroesclerosis y el Alzheimer- que como remedio. “En otras palabras, los medicamentos antienvejecimiento extienden la duración de la salud y son más eficaces antes de que las enfermedades dañen a los órganos o causen pérdidas funcionales”. Así, recuerda que la restricción calórica y el ayuno intermitente extienden la vida útil, pero ofrecen poco beneficio cuando se practican en la vejez: “Inhiben la vía mTOR en ratones jóvenes pero no en los viejos”. Aun así, nunca es tarde, concluye con optimismo: “Incluso si ya hay una o algunas enfermedades derivadas de la edad, otras aún se encuentran en etapas previas, y estos fármacos pueden retrasar su desarrollo, así como la progresión de las enfermedades existentes”. Es, en fin, frente a la ardua alternativa de dieta, ejercicio y vida sana, la vía farmacológica hacia la longevidad, la que mantiene vivos por otro lado a muchos ancianos.
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