En tiempos revueltos -¿cuándo no lo han sido?- de convulsiones nacionales e internacionales, de alertas apocalípticas y de incertidumbres económicas, cuesta más distinguir las noticias positivas por las que, por otro lado, algunos medios parecen sentir alergia.
No es novedad que la ciencia española, a pesar de los recortes, sigue dando resultados básicos y clínicos de interés mundial. Pero la semana pasada concentró cuatro anuncios científicos de enorme relevancia.
Por un lado, el equipo de María Blasco, del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, publicaba en Nature Communications el desarrollo de los primeros ratones nacidos con telómeros hiperlargos: sin modificación genética, esos animales viven más con mejor salud, sin cáncer ni obesidad.
Después, esta vez en la revista Cell, el equipo de Juan Carlos Izpisúa informaba de la creación de embriones sintéticos de ratón, blastoides, que supondrán un avance para conocer, sin necesidad de utilizar embriones naturales ni gametos, el desarrollo de los primeros estadios embrionarios, las causas de abortos espontáneos o la aparición de enfermedades como el Alzheimer, y aportará información valiosa para el viejo sueño de crear órganos humanos para trasplantes.
El mismo día se presentaba el primer fármaco de terapia celular (darvadstrocel) desarrollado y fabricado en España por el equipo de Damián García Olmo, de la Fundación Jiménez Díaz, la compañía Takeda y otros expertos del CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid. Dirigido al tratamiento de fístulas perianales complejas, frecuentes en Crohn, el Ministerio de Sanidad, lo financiará mediante un acuerdo de riesgo compartido. Y en el Interterritorial del lunes pasado se informó, entre otras cosas, de la financiación pública del NC1, otra terapia celular para mejorar funciones en lesionados medulares, desarrollada en los últimos veinte años por el equipo de Jesús Vaquero, del Hospital Puerta de Hierro.
Se trata de terapias y hallazgos que se sitúan en la vanguardia de la investigación mundial y que son fruto de muchos años de trabajo silencioso. Sus cuatro firmantes principales son ya científicos veteranos, bien conocidos en sus ámbitos respectivos, y que simbolizan los esfuerzos callados de tantos otros que mantienen encendido el pebetero investigador de nuestro país. Al igual que con los héroes deportivos, han de servir para alentar nuevas vocaciones científicas y mostrar la rentabilidad de esa investigación tan olvidada.
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