A lo largo de muchos años he explicado en mis clases como la teoría de la regulación, ante la incertidumbre en los efectos de la contingencia que se confronta (los beneficios así de evitarlos) y la incertidumbre en los costes (totales, sociales incluidos) impuestos por los instrumentos para combatirla, debía adoptar el supuesto de que se podía presentar el peor escenario, y por tanto, aquel que se debería confrontar.
Ello viene a cuento a que la aparición del Covid-19 y la emergencia con la que se presentó nos ubicó creo yo en aquel escenario; por lo que la cancelación de los grandes acontecimientos que teníamos en puertas me pareció, en la duda, lo correcto. Aunque las medidas, adaptadas a cada país y en cada momento, no son estrictamente homologables, la experiencia nos permite ya pasar de la incertidumbre a la asignación de alguna probabilidad, y hablar así de riesgo. Visto lo ocurrido en otros países podemos pensar cuál será la evolución de la epidemia antes de entrar en la parte plana de la curva.
Es curioso como la respuesta de las autoridades económicas se ha olvidado de toda regla de proporción, con aquello de ‘lo que haga falta, cuando haga falta y en la cuantía que haga falta’. ¿En qué lugar queda así la evaluación económica para un economista de la salud?
A lo largo de muchos años me he posicionado contrario a la utilización global indiscriminada de la evaluación económica ante este tipo de situaciones límite para determinar el curso de la acción en política sanitaria, y menos en salud pública cuando tantas externalidades están presentes. Por ello considero razonable la respuesta dada por nuestras autoridades en un momento de convulsión social. Esto viene a cuento porque si hoy ante el Covid.19 alguien valorase los beneficios incrementales (muertes marginales evitadas respecto del no tomar medidas), en relación con los costes adicionales impuestos a la sociedad por las medidas tan drásticas tomadas (confinamientos, hundimiento de la economía, paro y depresión…), todas ellas con impactos significativos en salud, y en su componente de calidad de vida, me temería lo peor.
Ciertamente los años de vida ajustados por calidad (AVACs) son una muy buena guía de valoración de resultados, pero cuando reiteradamente algunos economistas le añaden el famoso umbral de coste soportable, es probable que lleven a la propia contribución económica al análisis sanitario por el pedregal. Pero hoy no toca otra: lo que haga falta es el ‘maximand’. Ello no nos ha de arrojar sin embargo en brazos de los que quieren más de todo, especialmente si es nuevo y a cualquier precio mientras incorpore algo de beneficio independientemente de su coste. La sensatez impone limitaciones en ambos bandos.
En lo que atañe a la respuesta financiera, ésta es parecida a la que Draghi ya probó con la crisis bancaria, aunque esta vez el virus es diferente, con una mayor definición y acotamiento de lo que supuso el virus financiero de activos estructurados, títulos subordinados y derivados fuera de todo control del supervisor. Observemos en todo caso que las medidas financieras europeas se están tomando en nombre de ‘la protección primordial del sistema sanitario’. Pero de nuevo no nos engañemos. Los sistemas de salud europeos son muy diferentes y dependen de los niveles de desarrollo de los países. El nuestro está en manos de CC AA con todas sus precariedades y falta de medios en la contingencia actual; con unos recursos que no se improvisan ni que se imponga una coordinación central.
Por otra parte, avales y créditos a través de las entidades financieras tampoco pueden aquí hacer mucho en el corto plazo para asegurar suministros y amliar capacidades, tratándose de una cuestión de oferta y no de capacidad de financiar la demanda.
A nivel de presupuesto público ello no es ahora irrelevante, ya que no vamos a cuestionar si comprometemos o no gasto urgente y necesario para nuestros profesionales por falta de partida. En nombre de la sanidad pues se inyecta liquidez en gran cuantía a la economía, ciertamente por la urgencia económica general, pero con escasa relevancia para solucionar ahora los problemas sanitarios de quien no supo prever las capacidades asistenciales de nuestros hospitales ante lo que nos venía.
Por lo demás, asombra que sea una contingencia tan desgraciada como el Covid-19 que ponga en un brete (por desconocimiento de parámetros esenciales de la epidemia y la necesidad, a un tiempo, de atender los pacientes graves) y a la vez lo ponga en valor (si por ello entendemos cómo se responde a esta contingencia con los mimbres que tenemos). Es como si el coronavirus hubiera salido al rescate de la falta de consideración tenida con buena parte de los agentes que apuntalan nuestro sistema; aunque no nos hagamos ilusiones, ya que la purga del reajuste económico que seguirá a esta crisis se olvidará posiblemente de los aplausos que hoy oímos desde los balcones.
Escribo desde Cataluña tras poner en evidencia en un estudio reciente para el Cercle de Salut –‘La malaltia de la Sanitat catalana’ (La enfermedad de la sanidad catalana)-, su infrafinanciación y déficits de gobernanza. El sometimiento a determinada interpretación central de lo que constituye ‘necesidad de gasto` para los distintos territorios, ahogando todo intento de mejora de financiación por capacidad fiscal, hoy muestra los descosidos de un sistema que ha gastado lo que no podía presupuestar, que se ha financiado con cargo a proveedores (este es el milagro que permite la concertación hospitalaria), ha debido ser tolerante con las compatibilidades profesionales –profesionales que pese a todo en los momentos claves han estado a la altura de las circunstancias-, y se ha visto vilipendiada ante cualquier propuesta de avance en su gobernanza por los diablillos de la supuesta privatización sanitaria.
Todo ello viene a cuento de reivindicar la importancia de contar con buenos estudiosos y analistas de la actividad pública al servicio de los ciudadanos, de mostrar que hay vida inteligente fuera del sector privado. Este es otro descosido de nuestro sistema: más de la mitad de la renta y riqueza del país viene interferida por la mano visible de las instituciones públicas y aún así, buena parte del talento de nuestros jóvenes economistas se orienta hacia el estudio de la prestancia de la mano invisible de la asignación privada. Y eso cuando tenemos hoy, más que nunca, pruebas evidentes de la importancia social de calidad de las instituciones ante la precariedad de la economía en su conjunto y de la fragilidad de los mercados en los embates de las crisis en particular.
Finalmente, el coronavirus nos fuerza hoy a una cura de humildad: en un tiempo en que la ciencia se muestra dispuesta a hacer perenne la raza humana, con biogenética, medicina híper personalizada y medicamentos antienvejecimiento, la pandemia nos devuelve a la realidad.
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