En la biografía que el neurocirujano Harvey Cushing escribió sobre William Osler recordaba el rito osleriano de la tarde de los sábados: “Pasaba una hora discutiendo el trabajo de la semana y cada estudiante era interrogado sobre sus pacientes y lecturas. Después, acompañados de bizcochos, queso y cerveza, les hablaba con emoción de uno o dos de sus autores preferidos, quizá de Sydenham una semana, de Fuller o Milton la semana siguiente, ilustrándolos con la presentación de ediciones antiguas de sus obras. Este era el Osler que sus alumnos de los años de Baltimore recuerdan con más gusto. A través de esos encuentros informales, él, con naturalidad, llegaba a conocerlos individualmente en un nivel de profundidad inusual en aquel tiempo para alguien de su posición”.
El sistema de formación de residentes que estableció Osler en el Hospital Johns Hopkins a finales del XIX, consolidado en 1910 por el informe de Abraham Flexner, fue entrando gradualmente en España de la mano de Federico Rubio y Galí, Carlos Jiménez Díaz, Gregorio Marañón y otros pioneros, si bien el primer programa lo instauraron en 1963 Carles Soler Durall y Fernando Alonso Lej en el Hospital General de Asturias. La Clínica Puerta de Hierro en Madrid lo implantaría en 1964 con el impulso de Segovia de Arana. Las bases legales se establecerían en 1978 y luego en 1984 y en 2008.
Adaptación desigual e incompleta
La adaptación del decreto de 2008, de Formación Sanitaria Especializada, ha sido desigual e incompleta, y para algunos expertos ya se ha quedado desfasado ante la polémica troncalidad. María José Cerqueira, vicepresidenta de la Sociedad Española de Formación Sanitaria Especializada, decía en DM que “es el momento de pasar del voluntarismo, que ha presidido hasta ahora la acción tutorial, a la profesionalización. La estructura de nuestra formación sanitaria especializada no puede depender tanto de la generosidad y del entusiasmo de los profesionales”.
Aunque pueda haber docentes vocacionales y voluntaristas como Osler o Jiménez Díaz, la calidad del sistema, su futuro, depende hoy en día de una organización asistencial que privilegie la formación del residente, y por tanto valore y recompense a los tutores. Muchos de ellos, a veces por amor al arte (médico), compaginan la docencia, la investigación y la asistencia por puro instinto profesional. Su disponibilidad y capacidad, alentadas y protegidas desde el ministerio y hasta su servicio, son claves para que su principal legado sean discípulos mejores que ellos mismos.
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