Una obligación, comercial, legal y ética, de las empresas dedicadas a la salud es investigar a fondo la eficacia y seguridad de sus productos. Y luego informar verazmente de los resultados. Como es sabido, esto no siempre se cumple: la eficacia a veces se exagera, los resultados negativos se esconden y en ocasiones los positivos se inventan. Un ejemplo reciente ha tenido como escenario la Universidad australiana de Sidney: tras las denuncias de los periódicos The Age y The Sydney Morning Herald, ha tenido que retractarse de un estudio aparecido en su web y difundido ampliamente que aseguraba que las bayas de saúco ayudan a combatir la gripe. En primer lugar ocultó en la nota de prensa que el estudio estaba financiado en parte por Pharmacare, que vende remedios para la gripe a base de saúco (Sambucol). Después tuvo que reconocer que no había pruebas sólidas que respaldaran a esas bayas como antigripales: el análisis se había efectuado en células humanas regadas con zumo de saúco; ni siquiera se había ensayado en ratones. No es ningún desdoro que las universidades acepten fondos privados para investigar sus productos, pero no parece muy honrado que los disfracen hasta la falsedad ni que se avergüencen de citar a los patrocinadores. Un caso más que debe animar a la transparencia y a la ética investigadora.
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