Ha muerto de una larga y penosa enfermedad” es un circunloquio que suele significar que el aludido ha fallecido de cáncer. A pesar de vivir en la Sociedad de la Transparencia, como ha titulado el filósofo coreano Byung-Chul Han uno de sus libros, en el que conjuga la vigilancia orwelliana con el voluntario impudor de las redes sociales, perviven muchos tabúes y silencios en torno a algunas enfermedades, barreras que obstaculizan tanto el diagnóstico como el abordaje. Hay por un lado una reserva precavida, de etiqueta aristocrática, expresada por ejemplo en el mayordomo de Batman, cuando le responde que “un caballero no debe hablar de sus enfermedades” al enterarse el superhéroe de que su fiel servidor padece un proceso terminal. Y, más comprensible, una discreción sobre infecciones algo vergonzantes o sobre trastornos que revelan desequilibrios mentales.
Aunque el cáncer se percibe hoy de forma más ‘normalizada’, como constataba la semana pasada en DM Laureano Molins, cirujano y presidente de la AECC en Cataluña, las enfermedades de transmisión sexual continúan entrando por la puerta trasera, y las psiquiátricas no dejan de buscar eufemismos huyendo de la estigmatización que sufren.
El suicidio y los intentos autolíticos, en su mayor parte debidos a un cuadro psiquiátrico, serían el paradigma de enfermedad o muerte silenciadas. Hasta el punto de que en los medios de comunicación sigue respetándose, salvo contadas excepciones, el criterio pactado hace varios años de no informar de ellos por el riesgo de contagio, y mucho menos de los métodos empleados.
La incontinencia fecal de la que se habla en el reportaje Incontinencia anal: el silencio impide un tratamiento eficaz sería otro ejemplo de patología invisible. En ella concurren la vergüenza y repugnancia escatológicas, la pérdida del autocontrol y el declive fisiológico. No se trata de ir aireando en los telediarios un problema más frecuente de lo que se piensa, sino de que mediante campañas de sensibilización y educación sanitaria se anime a los afectados a acudir en busca de las ayudas terapéuticas que existen, y al resto de la sociedad, a no extrañarse de otra de las muchas disfunciones corporales con las que hay que convivir y esforzarse en controlar y comprender. Al fin y al cabo, todos los humanos compartimos un mecanismo similar y los desperfectos pueden ocurrir en cualquiera.
El conocimiento de un problema es el primer paso para enfrentarse a él. Ocultarlo no hace por lo general más que agravarlo.
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