![José Ramón Bauzá, farmacéutico, eurodiputado de Ciudadanos y ex presidente del Gobierno de las Islas Baleares.](https://statics-diariomedico.uecdn.es/cms/2020-04/Captura%20de%20pantalla%202020-04-17%20a%20las%2013.jpg)
En una farmacia como la mía podemos recibir un flujo de 300 pacientes diarios. Población de riesgo, asintomáticos contagiados, familias con sintomatología incipiente que puede derivar en nada relevante o en complicaciones que impliquen el ingreso hospitalario. En cualquier caso, y mucho más en estas circunstancias en la que el acceso a los centros de salud queda desaconsejado, las boticas somos el establecimiento sanitario de referencia para la inmensa mayoría de españoles confinados.
En una pandemia de estas características, con el grado de inmunidad poblacional que manejan los expertos, se calcula que puede haber unos 7 millones de españoles con Covid-19. Redondeando en términos estadísticos, uno de cada seis ciudadanos podría haber sido infectado cuando termine este brote. Habida cuenta del número oficial de contagios, la inmensa mayoría de la población pasará la enfermedad de forma asintomática, o con dolencias tratables en atención primaria. Pacientes que no necesitarán tratamiento hospitalario, pero que son un foco de contagio equivalente al de cualquiera que sí haya desarrollado sintomatología grave o muy grave.
El número de contagiados que acude diariamente a las farmacias es incierto, pero todos nuestros pacientes lo hacen por alguna necesidad. En estos tiempos los diabéticos siguen necesitando insulina, los enfermos de cáncer siguen requiriendo tratamiento complementario al hospitalario, las enfermedades crónicas siguen existiendo y la medicación diaria se sigue dispensando.
A pesar de las infinitas medidas de seguridad que tomamos los farmacéuticos (en mi oficina vamos hasta con un casco de desbrozar hierbas como complemento para tapar por completo nuestra cara), cualquiera de los pacientes contagiados que acude a nuestros establecimientos podría infectar involuntariamente a nuestro personal. Y el problema ya ni siquiera es nuestro propio contagio, al que estamos expuestos por estar en primera línea de lucha contra la enfermedad, sino el que estando infectados de manera asintomática seamos nosotros los que transmitamos el Covid a pacientes en población de riesgo o con patologías previas que acuden diariamente a las farmacias a que les dispensemos los medicamentos que requieren.
Los boticarios no queremos caridad del Gobierno. No pedimos que nos regalen mascarillas ni equipos de protección, pero al menos solicitamos que nos den acceso a comprarlas para protegernos, algo que desde febrero está prohibido por la racionalización de material sanitario que ya hizo entonces el Ejecutivo.
Nuestra protección personal y el reclamo de EPIs no es un capricho del sector, tan denostado por Fernando Simón de manera inmisericorde, sino una necesidad imperiosa para acabar con una curva que nosotros estamos contribuyendo como el que más a aplanar.
Señores del Gobierno, ayúdennos a seguir salvando vidas. O por lo menos, no entorpezcan mientras otros lo hacemos.
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