Hay dudas sobre si lo que vulgarmente se entiende como vocación es un factor de protección o de desgaste en el ejercicio de la Medicina. Un estudio que ha tratado de determinar si hay algún vínculo entre la vocación y el bienestar en médicos de primaria y psiquiatras concluye que tener vocación implica mayor satisfacción, un compromiso más duradero y mayor resistencia al agotamiento. Pero es muy difícil describir ese concepto de forma unívoca.
Hay muchas razones por las que una persona decide estudiar Medicina. Algunos hablan de vocación, motivación, entrega a los demás; otros son más terrenales y piensan en tener prestigio, buenos ingresos privados o la seguridad del estipendio público. Pero también los hay que estudian Medicina por “legado familiar”, como Eugeni Bruguera, director médico de la Clínica Galatea de Barcelona, con 7 médicos en su genealogía directa. “La vocación no es algo que tenemos o no tenemos, sino un proceso dinámico, como demuestran algunos estudios que evidencian que la llamada de la profesión se atenúa entre primero y tercero de Medicina”. Según este psiquiatra, el proceso vocacional estaría condicionado por tres etapas de transición: la de la capacitación para la Medicina, la del MIR y la de entrar a formar parte de la organización sanitaria.
“Son etapas intensas y estresantes, en las que los niveles de compromiso y satisfacción personal se ven amenazados y el médico necesita reencontrarse con su vocación”, afirma Bruguera.
La ‘llamada’
Los expertos se preguntan por qué en estos tiempos de mayor conocimiento médico y avances tecnológicos los profesionales sufren más que nunca estrés, ansiedad, depresión, adicciones y patologías mentales, con especial intensidad y frecuencia en las mujeres. Y aunque la vocación no parece muy influenciada por el género, el alto nivel de exigencia acaba pasando factura. Carmen Robles, decana de la Facultad de Medicina de Murcia, dice que “las mujeres prefieren profesiones que sirvan para ayudar a los demás, pero su predominio en las aulas de Medicina también tiene que ver con que maduran antes y sacan mejores notas en Bachillerato, lo que les facilita el acceso al grado”.
El VIII Congreso del Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (Paime), que se cerró el pasado viernes en Murcia, ha puesto sobre la mesa el binomio vocación/riesgo en la profesión. Según Bruguera, grosso modo, la vocación médica estaría relacionada con el factor externo de la llamada, el hecho de ejercer un trabajo con sentido de vida y el altruismo, condiciones “muy etéreas” que se entreveran con la estresante práctica asistencial del profesional.
Pedro Pozo: “Además de las notas, habría que valorar la fortaleza psicológica de quienes hacen Medicina”
“El estrés es inherente a la práctica médica por las dificultades para controlar el tiempo, los conflictos con los pacientes y la toma de decisiones, a veces entre la vida y la muerte”, afirma Pedro Pozo, coordinador del Paime en Murcia, que cree que “simplemente iniciar los estudios de Medicina implica un riesgo de estrés”. El problema, según él, se manifiesta en estudiantes o profesionales jóvenes vulnerables de por sí, pero los factores patológicos se activan ante situaciones de alta presión. Baja satisfacción laboral, sobrecarga, exceso de trabajo y neuroticismo son factores asociados con el incremento de la morbilidad psiquiátrica y el burnout.
En un estudio longitudinal sobre salud, estilos de vida y condiciones de trabajo de los MIR, firmado por la Fundación Galatea, se observa la evolución negativa que ellos mismos perciben entre el primer y cuarto año de especialidad: suben las tasas de trastornos afectivos y de ansiedad, así como de consumo de psicofármacos (especialmente en mujeres); se reduce el cuidado personal y aumenta el sedentarismo; y, aunque fuman menos que la población general, un tercio de los estudiantes de Medicina consume demasiado alcohol. En los tres años que abarca la encuesta de Galatea baja la satisfacción sobre las condiciones de trabajo y aumenta la preocupación por el futuro laboral.
“La vocación no se tiene o no se tiene; es algo dinámico entre la capacitación, el MIR y el ejercicio”, según Eugeni Bruguera
“De las muchas cualidades que se le piden a un estudiante de Medicina, es raro que figure el compromiso con el cuidado de su salud física y mental. Es obvio que necesitan fortaleza psicológica y mucha capacidad para tolerar el estrés y la frustración”, dice Pozo, que sugiere no fijarse sólo en las notas para acceder a Medicina, sino hacer una entrevista orientada a valorar esas fortalezas.
El factor culpa
Pedro Gil-Monte, catedrático de Psicología Social y de las Organizaciones de la Universidad de Valencia, ha incidido en la génesis del burnout, que comienza con deterioro emocional, agotamiento y desgaste, en un periodo en que el profesional culpa a los pacientes de esos problemas. “Los que tienen este perfil, finalmente suelen desentenderse de la profesión con indolencia, dejadez y apatía; pero hay otros que, por cuestiones de vocación, valores o ética profesional, suman la emoción social de la culpa, porque piensan que no dan la calidad de servicio que se espera de ellos, y terminan apareciendo las patologías”.
El psicólogo explica que cuando ya no funcionan las estrategias de afrontamiento, aparece la depresión, e insiste en que el burnout no es estrés, ni tampoco una enfermedad psiquiátrica, sino una alteración del estado de ánimo derivada de la actividad laboral. “Vivimos en la sociedad de la queja y las expectativas que pesan sobre medicina son muy altas. Hay pacientes que creen que el médico es infalible o tiene una varita mágica para hacer maravillosos diagnósticos; y el profesional tiene la presión de dar respuesta a esa infabilidad”, dice Gil-Monte.
Preocupa especialmente el desgaste emocional de los MIR, uno de los colectivos sociales con mayor riesgo de suicidio. “No hay una explicación única, pero quizás el paso de no tener experiencia clínica a tomar decisiones importantes sea una”, aduce Bruguera.
Gil-Monte: “Vivimos en la sociedad de la queja, y las expectativas que pesan sobre medicina son muy altas
En una profesión muy feminizada, también inquieta que sean las mujeres las más afectadas por las patologías que aborda el Paime. “El punto de partida de la mujer que estudia Medicina sí que suele ser la vocación, pero superamos al varón en factores de riesgo, y ello conduce a un mayor agotamiento emocional”, dice Mar Sánchez, coordinadora del Paime en Castilla La Mancha. Entre las principales rémoras, cita la falta de representatividad en cargos de responsabilidad, la precariedad laboral, la reducción de jornada para cuidado familiar y las mayores dificultades de conciliación en general. Su receta: que la organización apueste por el liderazgo femenino.
En la misma línea, Isabel Montoya, presidenta del colegio murciano, recuerda que las mujeres tienen un permanente hándicap, porque todavía no hay una igualdad real en conciliación y eso sigue paralizando muchas carreras. “Es difícil definir la vocación, pero si no hay una motivación importante, como la empatía con el paciente, no se podría continuar con la profesión más de un año”. Montoya percibe cambios en los residentes jóvenes, que ahora prefieren especialidades “más cómodas” -las primeras plazas MIR que se agotan suelen ser siempre de especialidades sin guardias- o las que permiten actividad privada.
Fernando Bandrés, catedrático de Medicina en la Universidad Complutense, resume el sentir de muchos facultativos: “En este nuevo tiempo y en un quehacer tan complejo, pueden aflorar en la biografía del médico quiebras que afectan de manera seria a su autonomía, solidaridad, empatía e ilusión por el ejercicio profesional”.
Discreción ‘versus’ estigma
La estigmatización del médico enfermo es una indeseable carga, presente desde que se detecta su adicción o patología mental, pero también durante el tratamiento en el Paime y cuando se reincorpora al trabajo.
“El estigma puede impactar negativamente en varias parcelas de la vida, como el empleo, la vivienda o las relaciones sociales. Favorece una pobre salud mental y una debilitada salud física, y retrasa las terapias, la recuperación y la reinserción”, subraya Francisco Pascual, presidente de Socidrogalcohol.
Según Roberto Sabrido, director de la Gerencia de Coordinación e Inspección del Servicio de Salud de Castilla La Mancha (Sescam), la mejor herramienta contra la estigmatización es “la discreción desde el principio al fin del proceso, pero, cuando el acceso al Paime es tardío, es más fácil perder la confidencialidad, y ello aumenta el estigma”. Sabrido achaca esa demora a falsos compañerismos, desconocimiento, falta de formación, situaciones de empleo precario y el temor a la apertura de expedientes disciplinarios.
Sabrido reconoce que la discreción también se pierde al aplicar estrictamente la Ley de Salud Laboral, y cree que sería oportuno diseñar protocolos específicos, e incluso modificar la legislación para excluir estas patologías de los expedientes disciplinarios y desarrollar el artículo 25 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.
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