Tanto el acoso escolar como el acoso laboral tienen una relación bidireccional con la depresión. Las personas depresivas son carne de cañón para ser acosadas y, por otro lado, el acoso termina provocando síntomas depresivos en las víctimas. Es la pescadilla que se muerde la cola, un mecanismo que sólo podrá interrumpirse, o al menos paliarse, con medidas de prevención e intervenciones en centros escolares y de trabajo. Aunque sean fenómenos diferentes, quienes han sido acosados en la escuela tienen mayor riesgo de serlo en el entorno laboral.
“Diversos estudios longitudinales muestran que el riesgo de acoso se mantiene en algunas personas a lo largo de la vida por el hecho de ser distintos, lo que les hace más vulnerables tanto en la niñez como en la edad adulta”, explica Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental (IPSMarañón) del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid, y catedrático de la Universidad Complutense.
Durante su intervención en el XVIII Seminario Lundbeck, sobre La huella del acoso en la salud mental, Arango ha dicho que estamos ante “un problema de salud pública, por carga y por prevalencia, y habría que visibilizarlo, hablarlo, como se está haciendo con las víctimas de violencia de género o de accidentes de tráfico”. Defiende la implantación de una estrategia nacional de prevención del acoso escolar porque en España habría unos 1.000 niños y adolescentes que sufren agresiones físicas o amenazas en la escuela que les llevan a cuadros de ansiedad, depresión e incluso suicidio.
En el llamado bullying se da un comportamiento agresivo (en chicos suele ser físico, verbal y relacional, mientras que en chicas se asocia más con el aislamiento por parte de otros escolares) de forma repetida por parte de un individuo o de un grupo, siempre entre iguales, entre los que se crea un desequilibrio o desproporción de poder. El acosado es carne de cañón por “ser diferente”, bien en lo físico, en lo psíquico o en actitudes peculiares. Las diferencias que implican mayor riesgo son ser inmigrante, tener alguna discapacidad o enfermedad crónica, tener sobrepeso u obesidad, el desempleo parental o una orientación sexual incongruente.
Celso Arango: “Los trastornos psicóticos infantojuveniles se multiplican hasta seis veces por bullying”
Rosa Gutiérrez: “El mobbing no es estrés laboral: implica deseo de socavar la personalidad del acosado”
Arango advierte de que hay que tratar tanto a la víctima como al que lo acosa. “Hay que trabajar con todos porque el acosador a veces lleva detrás una patología mental, mucho sufrimiento, abuso físico o maltrato en su entorno familiar. Y no basta con un cambio de colegio porque detrás puede haber psicopatología”.
Los efectos en el acosado pueden resumirse en aumento de depresión y ansiedad, de problemas físicos y trastornos psicosomáticos, así como de experiencias psicóticas y riesgo aumentado de autolesión y suicidio. Pero además de daños en salud mental se percibe peor calidad de vida, con aumento de enfermedades orgánicas (obesidad, diabetes…), peores resultados académicos y mayor abandono escolar.
El psiquiatra recalca que la relación entre el bullying y la depresión es muy evidente y que la posibilidad de trastorno psicótico se multiplica hasta seis veces a corto/medio plazo y también puede tener consecuencias para toda la vida. Hay un estudio sobre secuelas 40 años después del acoso.
En estudios neurobiológicos se observan cambios cerebrales estructurales y funcionales, desregulación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, cambios epigenéticos en el transportador de serotonina, acortamiento acelerado de telómeros (indicador indirecto de menor esperanza de vida) y aumento de la inflamación, junto a los estilos cognitivos depresivos.
No es estrés laboral
El acoso en el trabajo afecta de forma similar en la edad adulta, pero tiene sus notas distintivas. “No es estrés laboral, ni burnout, ni siquiera el ejercicio arbitrario del poder empresarial, porque requiere una intención de socavar la personalidad del trabajador”, aclara Rosa Gutiérrez, jefa del Servicio de Salud Mental de Alcobendas (Madrid), del Hospital Infanta Sofía.
El llamado mobbing no se da solo entre iguales. En un 68% viene de los jefes; en el 18% de los compañeros, y hasta un 12%, de los subordinados. “No estamos preparados para ser dañados sin motivo”, asegura la psiquiatra, lamentando que pocos trabajadores acosados, un 10%, pidan ayuda ante los primeros síntomas clínicos de cefaleas o insomnio.
Gutiérrez ha recalcado el papel de los médicos de empresa para detectar la depresión y favorecer la recuperación funcional hasta la remisión completa. “Es primordial detectar los síntomas precoces de la depresión pero también los síntomas residuales, que se mantienen ante una mejoría inicial y pueden dificultar el trabajo”. De hecho la baja asertividad, falta de confianza en sí mismo y una tendencia a la autojustificación repercuten en la vida laboral del acosado, con conductas de absentismo y presentismo.
Un hilo invisible que une cuadros depresivos
Prevenir el acoso escolar es de alguna forma prevenir el acoso laboral, ambos fenómenos están estrechamente ligados por un hilo invisible que puede sostener cuadros depresivos durante décadas si no se actúa en estadios iniciales. “Es fundamental que exista un plan de prevención de acoso en las escuelas, lo mismo que hay extintores o un plan de seguridad”, comenta Celso Arango, director del IPSMarañón, recalcando que el acoso está muy ligado a la educación y los valores recibidos en la infancia. De hecho, se ha demostrado que el acoso escolar es menor en familias que cenan juntas.
Según el psiquiatra, hay estrategias eficaces y coste-eficientes para prevenir el acoso escolar que lo reducirían en un 20%. Y aunque las actuaciones principales deben hacerse a nivel escolar y comunitario, apela a las familias y a los profesionales de la salud para que también ejerzan la prevención, detección precoz y promoción de la resiliencia en niños y adolescentes.
“En todos los colegios hay que estimular la tolerancia cero a la violencia y el respeto a la diversidad, el entrenamiento en habilidades sociales y la empatía, el aprendizaje colaborativo… Y como prevención secundaria, la detección y cese precoz de acoso y el manejo de dificultades y síntomas específicos”, reitera Arango, que apunta a reducir la patología psiquiátrica previa en menores como estrategia prioritaria, aunque matiza que “no es compatible con que haya listas de espera de cinco o seis meses para un niño con depresión”.
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