Hace tres años, Antonio Campos, catedrático de Histología de Granada, escribía en la revista Educación Médica que un profesor universitario debe aunar tres condiciones básicas: aptitud, actitud y vocación intelectual. “Sin la suma de estos tres componentes cualquier empeño en ejercer un magisterio de excelencia será vano”.
Desde la enseñanza elemental a la universitaria, transitan numerosos profesores: aburridos, tiránicos, pasotas, eruditos, entusiastas y sabios. Más que conocimientos, que se le supone, como el valor al militar, un buen profesor debe transmitir pasión y curiosidad: ha de “despertar en el estudiante deseos de saber, de observar, de preguntarse, o de quedarse perplejo ante un mundo nuevo que es casi siempre desconocido para él”, continuaba Campos.
Punto de partida
En un campo tan cambiante como el médico, una asignatura es un punto de partida, una base sobre la que construir una carrera clínica o investigadora y, a ser posible, una conjunción de ambas. La Medicina tiene además la particularidad de aunar conocimientos técnicos y humanísticos, teóricos y prácticos; trasciende la clásica dicotomía de Ciencias y Letras; y ahora se pide además que el médico sea un gestor de los recursos tan costosos que maneja. Un inmunólogo, un cardiólogo o un médico de atención primaria se enfrentan no solo a un misterio patológico, a un acertijo fisiológico, sino a una persona afligida. En La medicina actual, Laín Entralgo establecía los cuatro grandes rasgos que la caracterizaban en el último tercio del siglo XX y que siguen siendo válidos: tecnificación, socialización, personalización y prevención.
Las nuevas tecnologías, desde la inteligencia artificial y la PET-TC a la robótica, los modelos en 3D y los secuenciadores genónimos, están aportando sin duda ayudas inestimables, y complicando la carga curricular si se quiere orientarla al futuro, y las aulas se han enriquecido con simuladores y anatomías holográficas. Pero no hay que olvidar que la formación en Medicina pasa obligatoriamente por la integración de la docencia en los hospitales.
El empleo de vídeos, libros y clases magistrales queda en nada si no se enseña a aplicar esos conocimientos a la práctica clínica. Y esa formación práctica requiere profesionales vinculados a la asistencia, docencia e investigación. Una multitarea nada fácil dada la rigidez de muchas estructuras universitarias y hospitalarias, agravada por la presión asistencial, la falta de incentivos y la necesidad de una formación permanente y evaluada.
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