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sábado, 11 de enero de 2020

La temperatura corporal media ha bajado cinco décimas desde 1800

La medición de la temperatura corporal es uno de los parámetros básicos para sondear la salud de una persona tanto en los hogares, cuando sobreviene alguna calentura, como en los hospitales, para controlar las variables constantes vitales. En España y otros países, la mayor parte de la gente sabe que una temperatura normal está entre 36,5 y 37 ºC. Pero en Estados Unidos, el estereotipo popular es de 98,6 grados Fahrenheit equivalente a 37 grados Celsius. Esa cifra estándar la estableció hacia 1860 el médico alemán Carl Reinhold August Wunderlich tras recoger numerosas mediciones con un rudimentario termómetro que tardaba 20 minutos en registrar la temperatura. Los estudios posteriores con miles de pacientes han ido rebajando esa cifra hasta los 36,5 ºC (97,8 ºF), con algunas décimas de margen.

¿Se equivocó entonces el gran Carl Wunderlich y muchos otros que siguieron sus pasos? Es la pregunta que se hizo Julie Parsonnet, profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford en California, y que intenta responder, junto con su equipo, en un artículo que publica en el último número de la revista eLife.

Su respuesta resumida es que Wunderlich no erró en sus apreciaciones, sino que desde que se empezaron a controlar las temperaturas corporales hace más de siglo y medio, éstas han ido disminuyendo ligeramente. Es decir, los cambios de temperatura desde la época de Wunderlich reflejan un patrón histórico verdadero, en lugar de errores de medición o sesgos derivados de los termómetros utilizados o de los lugares corporales de medición. Serían resultado de cambios en nuestro entorno durante los últimos 200 años, que a su vez habrían impulsado cambios fisiológicos.

Parsonnet y sus colegas analizaron las temperaturas de tres conjuntos de datos que cubren distintos períodos históricos. El primero, compilado a partir de registros militares, médicos y de veteranos de la Guerra Civil del Ejército de la Unión, que abarcan de 1862 a 1930 e incluyen personas nacidas en Estados Unidos a principios del siglo XIX. Otro conjunto de datos procede de la Encuesta de Salud y Nutrición de EE UU con datos de 1971 a 1975. Y el tercero corresponde a la base de datos integrada de investigación traslacional de Stanford, con datos de pacientes adultos que visitaron el Stanford Health Care entre 2007 y 2017.

Compilaron así 677.423 mediciones para desarrollar un modelo lineal que interpolara la temperatura con cada periodo histórico. El modelo confirmó las tendencias que se conocían de estudios anteriores, incluida una temperatura corporal algo mayor en personas más jóvenes, en mujeres, en cuerpos más grandes y en los momentos finales del día, así como tras hacer ejercicio o en situación de ingravidez en el espacio como indica un estudio publicado hace un año en Scientific Reports. Un metanálisis aparecido en Scandinavian Journal of Caring Sciences en junio de 2002 ya confirmó variaciones debidas al lugar donde se coloca el termómetro: boca, recto, axila u oído. Y en agosto de 2018, Journal of General Internal Medicine publicaba otro estudio de 329 personas que hallaba 0,2 ºF más en las mujeres que en los hombres. En dicho estudio, Jonathan S. Hausmann, reumatólogo del Hospital Infantil de Boston, invitaba a redefinir la fiebre en consonancia con las últimas observaciones. La mayoría de los médicos usan 38 ºC (100,4 °F) como umbral, pero si la temperatura “normal” es más baja, entonces el umbral de fiebre también debería serlo; también animaba a tener en cuenta el variable patrón diario y la fisiología de cada individuo: “Un niño con 37,2 ºC a las 4 de la mañana puede no estar bien, pero a las 4 de la tarde estaría dentro de los límites aceptables”.

El equipo de Parsonnet observó que la temperatura corporal de los hombres nacidos en la década de 2000 es en promedio 1,06 ºF o 0,6 ºC más baja que la de los hombres nacidos a principios de 1800; y la temperatura corporal de las mujeres nacidas en la década de 2000 es en promedio 0,58 ºF más baja que la de las nacidas en la década de 1890. Estos cálculos corresponden a una disminución en la temperatura corporal de 0,05 ºF cada década.

Como parte del estudio, los autores investigaron la posibilidad de que esta disminución simplemente reflejara mejoras en la tecnología de los termómetros, pues los actuales son mucho más precisos que los utilizados hace dos siglos. Para evaluar si las temperaturas realmente han disminuido con el tiempo, verificaron las tendencias en cada conjunto de datos y en cada grupo histórico y detectaron una disminución similar para cada década, consistente con las observaciones realizadas utilizando los datos combinados.

Al margen de las oscilaciones derivadas de la edad, la hora del día, el sexo y otros factores, la disminución en la temperatura corporal promedio en los Estados Unidos, extrapolable a otros países desarrollados, podría explicarse por una reducción en la tasa metabólica o la cantidad de energía que se utiliza. Los autores plantean la hipótesis de que esta reducción en la tasa metabólica podría obedecer a una disminución de la inflamación en toda la población: “La inflamación produce todo tipo de proteínas y citocinas que aceleran el metabolismo y elevan la temperatura”, como ocurre contra las infecciones, los tumores o las heridas. Sería consecuencia de la mejora de la salud pública en los últimos dos siglos gracias a los avances en los tratamientos médicos, en la higiene, en la mayor disponibilidad de alimentos y en niveles de vida más elevados; asimismo, temperaturas ambientales acogedoras gracias a calefacciones y aires acondicionados contribuirían a una tasa metabólica más baja. Los rigores climáticos del siglo XIX conducirían a un mayor gasto energético para mantener una temperatura corporal constante.

“Somos diferentes de lo que éramos en el pasado”, medita Parsonnet. “El entorno en el que vivimos ha cambiado, incluida la temperatura en nuestros hogares, nuestro contacto con microorganismos y los alimentos a los que tenemos acceso. Todas estas cosas significan que, aunque pensamos en los seres humanos como si fuéramos monomórficos a lo largo de la evolución humana, no somos invariables; en realidad estamos cambiando fisiológicamente”.

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