Esta es una historia de generosidad y conexión humana, no la típica de Navidad, sino de las que toca los corazones durante todo el año. En realidad, no es una historia única, es la historia de muchas personas más, por eso Manuel Millán, nuestro protagonista, no quiere "florituras" hacia su persona, como él mismo insiste, y menciona constantemente a toda la gente que le ha ayudado en el camino, a la que está muy agradecido. Como buen médico de Familia, ha dedicado su vida a la comunidad, la más cercana (en Guadalajara) y la que está en otro continente, para devolverle un poco al mundo la deuda que cree que tiene por haber tenido una vida afortunada.
Lo cierto es que Millán no ha tenido la vida más fácil, tampoco más difícil que otras personas en esa época, recalca. Nació en Maella (Zaragoza) y, como muchas otras familias en ese entonces en España, no siempre disfrutó de electricidad y agua corriente. No fue al colegio hasta los 8 años, pero reconoce que luego ha tenido "una trayectoria que tampoco es muy normal en personas que no han tenido una formación muy de base. Tengo que agradecer, por supuesto, y quizá eso me haya forjado también mi carácter de ayuda en estos momentos". Las habilidades de supervivencia que adquirió Millán durante sus primeras etapas han sido clave sin duda en su vida como médico rural y en la cooperación en África.
"Yo soy médico porque fui cantante", dice Millán en una afirmación bastante llamativa. Y es que durante su adolescencia se ganaba un dinero cosiendo balones para una famosa marca deportiva que ayudaban a la economía familiar, pero no le alcanzaba para estudiar Medicina. "Me gustaba Medicina, Arquitectura o Magisterio, pero Arquitectura no había en Zaragoza y tenías que ir a Madrid o Barcelona, así que estaba descartada. Medicina eran 6 años y no tenía posibilidades de mantener seis 6 años de colegio, así que iba a hacer Magisterio, pero ese mismo año me pidieron debutar como cantante en la tuna del distrito y empezamos a cantar en locales y a ganar dinero". En verano el grupo de música iba cantar por Europa, la Costa Azul, Suiza, Austria, Alemania… y en esos meses ganaba lo suficiente para poder sufragarse los estudios. "De hecho, 9 años después de marcharme de mi casa llamé a mi madre para decirle que era médico y casi no se lo podía creer porque éramos una familia humilde. Sabían que estaba estudiando Medicina, pero nunca hubieran pensado que yo hubiera podido llegar a ser médico".
Aunque le ofrecieron una estancia en el hospital, prefirió la Medicina rural. "Nunca me gustó la medicina hospitalaria, así que elegí la Medicina rural y he sido muy feliz. Tienen que buscar un millón de médicos que hayan sido más felices que yo trabajando en un medio rural". En febrero de 1980 se fue a Guadalajara, donde ha ejercido 36 años. "Mi primer destino oficial fue en el valle del río Badiel, que está pegado a Hita. Cañizar, Heras y Ciruelas, tres pueblecitos que hay ahí". De ahí pasó a Mondéjar, donde estuvo 17 años. "Mi mujer trabajaba ahí como maestra y estuvimos allí viviendo". En 2004 pasó a Brihuega, 11 años, donde se jubiló en noviembre de 2015. Siempre en el mundo rural, donde ha sido una referencia para el grupo de Medicina Rural de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc), de la que formaba parte. También de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen) porque se "encontraba a gusto en las dos".
Fue al jubilarse, cuando ya no tenía que 'robarle tiempo' a sus pacientes, cuando comenzó su labor como cooperante. "Siempre he considerado que la medicina es un oficio de servicio. Creo que cuando un médico vocacional, como es mi caso, y que ha trabajado con tanto gusto se queda sin eso, por supuesto puede seguir atendiendo a los amigos y a quien le pide ayuda, como a los que han sido tus pacientes y te llaman con la confianza que se tiene con el médico del mundo rural: 'me gustaría que usted me viera o usted me diera su opinión'. Eso a mí nunca me ha molestado, todo lo contrario, para mí es una satisfacción y una alegría que una persona siga confiando en ti, pero cuando dejas de trabajar en un trabajo de servicio, lógicamente, eso se echa mucho en falta".
Para no echarlo tanto en falta, Millán cree que una de las formas es esta, con la cooperación. "Puedes trabajar aquí en España, por supuesto, contactar con cualquier organización que pueda ayudar en tareas médicas o de curas o de atención a ancianos. Pero salir fuera, ver otro mundo, ver que ahí hay muchísima más necesidad que aquí es algo que te engancha, de hecho, al final acabas por pensar que no sabes si das tú más a África o África te da más a ti. Y luego la visión del mundo cambia: cuando te metes en una sociedad tan pobre y tan necesitada como esa, ves el mundo de otra manera; cuando vuelves aquí, casi todo te parece bien, y yo creo que esa reflexión, ese cambio filosófico de vida es una cosa muy importante para la colaboración".
Su primera misión con la organización Ambala le llevó dos meses al hospital de Ebomé, en la costa sur de Camerún, donde atienden a parte de la población Bagyeli (pigmeos de Camerún). Después, a través de una compañera -que era una de las fundadoras- entró en contacto con la Fundación Ilumináfrica, con la que lleva colaborando todos estos años y viajando a la República del Chad (salvo los dos años del covid que no se hicieron viajes). "Chad engancha porque ves la pobreza tan enorme y sobre todo en la zona donde vamos, Dono Manga, que es una zona muy rural, muy alejada y es un viaje muy complicado. Verdaderamente te ilusiona ir porque sabes que claramente lo que estás haciendo es de muchísima ayuda; también por ver y ayudar a las personas y a las religiosas que están allí y atienden el Hospital de Saint Michel".
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