Esta noche, miles de familias se reunirán alrededor de una mesa para compartir una opípara cena, vivencias y calidez. Pero nada, ni siquiera la Navidad, detiene a las unidades de cuidados intensivos (UCI). Mientras fuera se encienden las luces y se repiten los rituales, dentro de la UCI el tiempo sigue otro compás, marcado por monitores, turnos de guardia y una atención que no conoce festivos. Sin embargo, desde hace años, algo ha cambiado en estos espacios tradicionalmente cerrados: cada vez son más las unidades que abren sus puertas a las familias, también en Navidad, convencidas de que acompañar es parte del cuidado.
“Lo ideal es que no haya diferencias por ser Navidad, sino que ese acompañamiento forme parte del día a día de una UCI”, explica Sara Alcántara, vicecoordinadora del grupo Semicyuc-Humaniza e intensivista en el Hospital de La Princesa, en Madrid, que recuerda bien cómo eran las visitas hace apenas dos décadas. “Cuando empecé, las familias podían entrar una hora al día. Hoy trabajo en unidades donde acompañan doce horas seguidas, e incluso durante la noche”. Para ella, el cambio ha sido profundo y, aunque persisten excepciones, la tendencia es clara: las UCI españolas avanzan hacia modelos abiertos, en los que el familiar deja de ser un visitante para convertirse en un aliado.
Ese giro no responde solo a una sensibilidad distinta, sino a la evidencia. La implicación de la familia forma parte del conocido paquete de medidas ABCDEF (iniciales que en inglés corresponden a evaluar y tratar el dolor, pruebas de respiración y despertar, elección de sedantes, reducción del delirio, movilización y ejercicio precoz, y familia) para mejorar el pronóstico del paciente crítico, recuerda Alcántara. “La F habla de empoderar a la familia, de escucharla, de hacerla partícipe”. Cuando los familiares están presentes, no solo acompañan: ayudan a orientar al paciente, aportan información clave sobre sus hábitos y colaboran en pequeños cuidados que cambian por completo la vivencia del ingreso. “No es lo mismo para el familiar estar sentado mirando sin poder hacer nada, que ayudar a asearle la cara o hablarle de su vida cotidiana. Eso también ayuda a la familia en su propio proceso”.
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