“Espina que ha de pinchar, desde chica tiene punta”. A tenor del Plan Ministerial #coNprueba, se han levantado en armas muchos de los previsiblemente afectados por la búsqueda de cierto orden en esta casa Pepe actual. Si se siguen los criterios científicos, sus esfuerzos serán vacuos, pero no venderán barata su piel: asociaciones de usuarios, falsas fundaciones, preciosas webs y denuncias varias son el contraataque de quienes detentan negocios basados en fraudes sanitarios. Varios de ellos, por desgracia, médicos.
Uno de los grupos más combativos, el de los acupuntores, está de enhorabuena por varios motivos. El más sonado, la apertura de piernas de la OMS a los intereses chinos de introducirles la Medicina Tradicional China como una más entre las propuestas terapéuticas, y el más reciente, la sentencia judicial que obliga al ICOMEM a reabrir su vergonzosa sección de acupuntura (y esperamos se recurra con éxito).
Va siendo hora de repasar en esta columna los motivos que convierten a la acupuntura en un fraude sanitario, recomendando encarecidamente la lectura de los artículos de José Ignacio Landa al respecto del problema general de la MTC, en especial el titulado: “¿Deberemos aceptar la Medicina Tradicional China?” .
Desmenucemos el argumento clásico: “Es una propuesta milenaria que usan millones de personas”. La llamada falacia de antigüedad nos indica que eso no implica necesariamente que sea válida (otras propuestas como la videncia son tan antiguas o más y no lo son). En salud, el hecho de que algo sea muy antiguo significa, de hecho, que es una propuesta ampliamente desfasada por todo el conocimiento moderno sobre salud. Tampoco que mucha gente lo consuma implica que sea beneficioso (pensemos en el tabaco, por ejemplo). En el caso de la acupuntura, nos encontramos con varios factores extra a tener en cuenta.
Un detalle que muchos ignoran sobre los conocimientos chinos acerca de la salud es que, durante una enorme parte de su historia, tuvieron prohibidos so pena de muerte todo contacto con cadáveres, por considerarlos impuros. De ahí que la mayoría de sus propuestas no pasen de “trasteos superficiales”, haciendo suposiciones tan erradas sobre la fisiología que llegaron incluso a inventarse órganos inexistentes. Tampoco está de más señalar que las agujas de precisión actuales distan mucho ya no de las de hace milenios (burdos punzones de madera), sino de las de la revolución industrial, por lo que poco tenían que ver sus tradicionales sesiones con las de hoy en día.
En su cosmovisión, la distinción entre un ser vivo y uno inerte radica en que en el primero fluiría una energía vital (el qi o chi), flujo que en el ser humano se transmitiría por unos “meridianos” y sobre el que se influiría manipulando agujas clavadas en ciertos “puntos de acupuntura” para restablecer el supuesto desequilibrio Yin/Yang que para ellos es el origen de las enfermedades. Un detalle curioso sobre el tema es que existen varias escuelas de acupuntura que ni siquiera coinciden entre sí sobre la posición exacta de lo anterior.
Tener un corpus basado en supersticiones y creencias desfasadas tampoco vuelven necesariamente inválida a una propuesta. ¿Qué dice la ciencia acerca de la acupuntura? Dejemos de lado que en China la esperanza de vida media al nacer no ha superado los 40 años hasta la introducción de la medicina moderna. Hay una profusión de publicaciones sobre acupuntura, dado que el gobierno chino tiene gran conveniencia en su promoción; un sesgo de publicación plagado de artículos con conflictos de interés y escasa calidad metodológica que, al replicarse fuera de sus fronteras, no se acercan ni remotamente a los fabulosos resultados positivos que ellos obtienen. Esto último se entiende mejor al conocer que en China puedes ser encarcelado por traición por hablar en contra de la MTC.
La pobreza metodológica de la acupuntura es intrínseca a su aplicación. Hasta hace apenas unos años no había forma de conseguir un cegado simple del tratamiento (y a día de hoy, ni siquiera hay un cegado doble), con los sesgos que esto comporta. Pero incluso sin el cegado simple, los ensayos han podido comprobar que da igual el grado de conocimiento o preparación del acupuntor ni el lugar donde se pinche la aguja: sus efectos son los mismos que al llevarlo a cabo canónicamente. Tras la invención de agujas retráctiles, los resultados obtenidos en ensayos rigurosos han ido obteniendo resultados cada vez más compatibles con el placebo. A mayor escala, la compilación de la treintena de metaanálisis de la Cochrane sobre el tema no deja lugar a dudas: la acupuntura no tiene mayor validez que el placebo para sus propuestas clásicas.
A cambio de un placebo, no son pocos los problemas que confronta un usuario de estas técnicas; desde oblitus a neumotórax, de transmisiones de ETS o hepatitis por deficiente esterilización del instrumental a dolorosísimas neuritis al pinchar sobre nervios. O la letal pleuritis.
En resumen: imaginen que estuvieran al cargo de mil millones de personas sin recursos suficientes para acceder a la medicina actual. Una opción sería ser francos con el asunto y confrontar las probables revueltas. Otra, una huida hacia delante haciéndoles pensar que tienen sus propias propuestas patrias ancestrales igualmente válidas y mucho más baratas. Por de pronto, este engaño ha colado al más alto nivel. ¿Hasta cuándo? Quizá haya que empezar por pedirles a los profesionales sanitarios que la apoyan que hagan mejor sus deberes.
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