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domingo, 5 de mayo de 2019

Chispazos restauradores

La agencia estadounidenses de medicamentos (FDA) la aprobó en 1997 para tratar el Parkinson grave; progresivamente se han ido extendiendo sus efectos a la distonía, el trastorno obsesivo-compulsivo y la epilepsia, y está siendo estudiada en ensayos clínicos como tratamiento potencial para dolor crónico, síndrome de Tourette y depresión grave. Otros neurocientíficos y neurocirujanos sondean su eficacia en autismo, anorexia, esquizofrenia y otros trastornos psiquiátricos.

Frente a las antiguas lobotomías y las más recientes palidotomía y talamotomía, la estimulación cerebral profunda tiene la ventaja de que respeta la integridad del cerebro, y es un remedio reversible. Uno de sus inconvenientes es que no se conoce bien su mecanismo de acción: se barajan como hipótesis el bloqueo de despolarización neuronal, la inhibición sináptica, la desincronización de la actividad oscilatoria anormal de las neuronas y la activación antidrómica, activando/bloqueando neuronas distantes o bloqueando los axones.

Aunque la cartografía encefálica ha avanzado notablemente en las últimas décadas, el órgano pensante y consciente oculta todavía muchos misterios. De ahí que los neurocirujanos se muevan un poco a tientas cuando implantan los electrodos estimuladores y en ocasiones se sorprendan con efectos colaterales inesperados, como alucinaciones, hipersexualidad, euforia o depresión. Pueden parecer intromisiones arriesgadas, pero la medicina avanza muchas veces en la penumbra, mediante ensayos controlados hasta donde sea posible y en los que no se descarta el error.

Ante las posibilidades manipuladoras que brinda la estimulación cerebral profunda, de control de una persona, algunos expertos han advertido sobre su uso para propósitos distintos al de tratar una enfermedad y han reclamado estándares éticos sólidos a fin de respetar y preservar la privacidad e identidad personales.

Junto con los interfaces mente-máquina, aún muy experimentales pero que pueden restaurar parálisis corporales, los neuroestimuladores están abriendo una vía de límites desconocidos en la que han de confluir no solo neurocirujanos sino ingenieros e informáticos. En un escenario clínico cada vez más multidisciplinar, la física del electrón está complementando a la química tradicional en el órgano más complejo y enigmático. Como otros avances, no será la panacea pero sí una nueva arma contra la enfermedad, chispazos de vida contra el dolor y el temblor.

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