La creencia de que, para aprender, los alumnos deben «hacer cosas» quizá nos ha llevado a subestimar el enorme poder didáctico de una de las formas más antiguas de enseñar: contar historias. ¿Qué dice la ciencia sobre el valor didáctico de las historias? Abro hilo:
Érase una vez... un país cuyo nuevo currículum introdujo la enseñanza de la evolución biológica en 5.º de Primaria. Era la primera vez que se trataría este tema en esta etapa educativa, y unos perspicaces investigadores enseguida lo vieron como una interesante oportunidad: facilitarían la formación y los materiales necesarios a los docentes de Primaria para abordar el tema en clase; pero cada escuela interesada en su programa recibiría aleatoriamente una de dos posibles propuestas didácticas: una manipulativa o una basada en contar historias.
El estudio en su conjunto fue un magnífico ejemplo de cómo hacer investigación de calidad en el aula. Bien diseñado, con una gran cantidad de participantes (más de tres mil alumnos) y con su propia replicación.
La hipótesis de salida situó la propuesta manipulativa como la más eficaz. Pero la sorpresa ―aunque no para todos― fue que sucedió lo contrario. Los niños que se acercaron al concepto de evolución biológica escuchando las historias que les explicaron sus maestros aprendieron tanto o más que los que hicieron actividades manipulativas1. En realidad, más de cincuenta años de investigación han concluido que las historias tienen algo que las hace especiales para nuestra mente. Las historias atraen nuestra atención, nos resultan fáciles de entender y son especialmente memorables. Se dice que son «psicológicamente privilegiadas».
En primer lugar, las historias suelen resultarnos más interesantes que otro tipo de contenidos2. Podemos pasarnos horas sentados escuchando (o viendo, o leyendo) una historia, y, según cómo termine, nos podemos quedar con ganas de más (¿qué pasará a continuación?). Se sugiere que esta capacidad de atraer nuestro interés se debe a que las historias nos sitúan ante un conflicto que debe resolverse, y a nuestro cerebro lo motivan los problemas que creemos que podemos resolver. No importa el tema en cuestión; lo que importa es el reto3.
Pero, además, en las historias los conflictos se aliñan con dificultades adicionales que surgen cuando los personajes tratan de resolverlos. Estas dificultades espolean aún más nuestra imaginación sobre los posibles desenlaces, y nuestro interés por saber qué sucederá crece. Por eso, organizar las lecciones en forma de historias, partiendo de un conflicto a resolver (esto es, partiendo de la pregunta y no yendo directamente a ofrecer respuestas a preguntas desconocidas) es clave para la motivación. Oiremos menos eso de «¿y esto para qué sirve?».
Héctor Ruiz Martín
Hilo en Twitter del biólogo barcelonés Héctor Ruiz Martín (@hruizmartin), director de la Fundación Internacional para la Enseñanza de las Ciencias (ISTF)
1 L. Buchan, M. Hejmadi, L. Abrahams y L. D. Hurst: «A RCT for assessment of active human-centred learning finds teacher-centric non-human teaching of evolution optimal». NPJ Science of Learning, 2020; 5(1): 1-20.
2 Klassen S y Klassen CF: The role of interest in learning science through stories. Interchange, 2014; 45: 133-151.
3 D. T .Willingham: Ask the cognitive scientist the privileged status of story. American Educator, 2004; 28: 43-45.
Continúa en: «El valor didáctico de las historias (y II)»
Es posible que estemos subestimando la importancia de una de las formas más antiguas de enseñar: contar historias. ¿Qué dice la ciencia sobre su valor didáctico? Off Héctor Ruiz Martín Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3130Q8H
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