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martes, 1 de diciembre de 2020

Actualización 23.4 del diccionario de la RAE (y IV)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mar, 01/12/2020 - 11:59
Vocablos novedosos
Diccionario de la RAE, versión 23.4
'Diccionario de la lengua española' de la RAE: versión 23.4 (noviembre 2020).

Todos cuantos hablamos español estamos muy de enhorabuena porque el martes pasado se presentó la versión 23.4 (cuarta actualización de la vigesimotercera edición) del Diccionario de la lengua española de la RAE y Asale, con más de dos mil quinientas novedades. Nuestra lengua goza de excelente salud, y nuestro diccionario normativo va actualizándose con periodicidad anual, que no está mal…, aunque también podría estar mejor. Todo el diccionario, en general, podría estar mejor.

No me refiero solo a las definiciones, que también. Ayer les ponía como ejemplo las flojas definiciones de ‘coronavirus’ y ‘COVID’; entre las nuevas incorporaciones de la versión 23.4 tenemos también ‘neutrófilo’: «Dicho de un leucocito: que interviene en la respuesta del organismo frente a las infecciones» (¿¡…?!).

Se echa en falta, ante todo, un criterio coherente y homogéneo a la hora de decidir qué palabras deben entrar en un diccionario general de la lengua y cuáles quedarse fuera. ¿Por qué acaban de entrar ‘galdosista’ y ‘berlanguiano’, mientras que calderonista y orwelliano siguen esperando fuera? ¿Por qué acaban de entrar ‘coronavírico’ sin coronaviral, ‘orquiectomía’ sin orquidectomía y ‘multivariado’ sin multivariante ni multivariable, si ‘kinésico’ entró en su momento junto a ‘quinésico’ y ‘cinésico’, y ‘kiwi’ lo hizo junto a ‘kivi’ y ‘quivi’ (pero no quigüi)? ¿Por qué acaban de entrar ‘videochat’ y ‘videollamada’, pero ciberseminario y webinario siguen en la lista de espera? ¿Por qué podemos tuitear y chatear, pero todavía no guglear, guasapear ni instagramear? ¿Por qué ‘farmacocinética’ y ‘farmacovigilancia’ sí, pero farmacodinámica y farmacoeconomía no?

Permanecen fuera el diccionario académico, sin que nadie sepa explicar bien el motivo: batamanta, bot, ciberataque, conguitos, conspiranoico, eurozona, feminazi, flexivegetariano, heteropatriarcado, infoxicación, legitimizar, ludificación, ojiplático, okupación, pelazo, perroflauta, pifostio, pitufo, poliamor, supremacismo, teletrabajar, turismofobia, visibilización y tantísimas otras voces de uso corriente. O, en el ámbito médico: ambulanciero, aminoglucósido, antihipertensor, antivacunas, autoinmunitario, bloqueante, centro de salud, citotóxico, copago, ensayo clínico, gestágeno, glucocorticoide, hidroalcohólico, inmunomodulador, interleucina, liposoluble, macrólido, murino, nolotil, omeprazol, osmolaridad, pélvico, piercing, politerapia, posvacunal, preadolescente, quimioterápico, radiofármaco, retinoide, tarjeta sanitaria, vapear y ventolín.

Desconcierto causa asimismo el diccionario cuando alguien acude a consultar en él apócopes o acortamientos coloquiales: porque encontramos ya admitidos, sí, ‘bici’ (bicicleta), ‘boli’ (bolígrafo), ‘cole’ (colegio), ‘dire’ (director), ‘peque’ (pequeño), ‘presi’ (presidente), ‘profe’ (profesor) y ‘seño’ (señorita), a los que han venido a sumarse en esta actualización 23.4 ‘crono’ (prueba cronometrada) y ‘finde’ (fin de semana); pero no biblio (biblioteca), chuches (chucherías), cumple (cumpleaños), díver (divertido), guarde (guardería), porfa o porfi (por favor), profa (profesora), resi (residencia), rotu (rotulador), uni (universidad) ni muchos más.

O, en medicina, encuentro en el diccionario ‘busca’ (buscapersonas), ‘electro’ (electrocardiograma), ‘fisio’ (fisioterapeuta), ‘fonendo’ (fonendoscopio), ‘otorrino’ (otorrinolaringólogo) y ‘quimio’ (quimioterapia); pero no cardio (cardiología), cubre (cubreobjetos), eco (ecografía), gine (ginecólogo), neo (neoplasia), porta (portaobjetos), rea (reanimación), reuma (reumatología), trans (transexual) ni trauma (traumatólogo). ¿Por qué aquellos sí y estos no? ¿Es más frecuente hacerse un electro que una eco? ¿Hay más pacientes que acudan al otorrino o al fisio que al gine o al trauma? Lo dudo mucho, la verdad.

Por otro lado, buen número de hablantes se sienten desconcertados cuando la RAE cambia de opinión cada poco tiempo, porque esa actitud vacilante no ayuda nada a establecer criterios claros. En el año 2001, la RAE admitió simultáneamente ‘emoticono’ y ‘emoticón’ como adaptaciones válidas del inglés emoticon; en 2014, no obstante, pasó a considerar que, como derivado de icon (icono), la única forma correcta en español es ‘emoticono’, y expulsó ‘emoticón’ del diccionario académico…, para volver a incluirla otra vez como variante válida la semana pasada.

La ciudad yemení de المخا‎ se llama tradicionalmente Mocha en inglés, Moka en francés y Moca en español. Es famosa en el mundo entero por una exquisita variedad de café que en francés llaman, lógicamente, moka; y en español llamamos, igual de lógicamente, ‘moca’. Esta fue la única grafía admitida y considerada correcta por la RAE hasta… la semana pasada: desde el 24 de noviembre, las academias de la lengua recomiendan ahora la grafía ‘moka’ por considerar que la k es letra plenamente española y debe mantenerse cuando esté justificado por motivos etimológicos (pese a lo cual siguen sin admitirla en voces como *álkali*, *eskeleto*, *kanguro*, *kariotipo*, donde sería más etimológica incluso).

Estas vacilaciones con cambio repetido de criterio sobre la marcha afectan también, cómo no, a los términos médicos. Doy solo tres ejemplos:

1) El neologismo estent entró con alharaca en la vigesimotercera edición del diccionario normativo, allá por octubre de 2014; era claramente un invento de las academias, una castellanización forzada del inglés que los médicos de habla hispana no usaban ni usan en el mundo real; apenas tres años después, en diciembre de 2017, la RAE y la Asale reconocieron su error, dieron marcha atrás, expulsaron del diccionario al recién llegado para hacer como si nunca hubiera existido y admitieron en su lugar el anglicismo crudo stent, de escritura obligada en cursiva.

2) Desde 1739 hasta 1992, la RAE admitió solo la forma aguda etimológica zoster; en 1992 incorporó también la variante llana zóster, aunque siguió recomendando la acentuación aguda; en el año 2001, pasó a admitir únicamente la forma llana ‘zóster’ (¡y a considerar incorrecta la forma ‘zoster’!), y desde octubre de 2014 admite de nuevo las dos formas, pero ahora recomendando la acentuación llana.

3) En cuanto al nombre del elemento químico de número atómico 74 (W), entre 1925 y 1970 la RAE únicamente admitió las formas volframio y tungsteno, con preferencia por la primera de ellas (neologismo acuñado en español por sus descubridores: Juan José y Fausto Delhuyar); entre 1970 y 1992, admitió también las variantes wólfram y wolframio, pero seguía recomendando usar ‘volframio’ (con v); desde 1992 ha seguido admitiendo como válidas las cuatro variantes, pero entre 1992 y 2001 pasó a recomendar ‘tungsteno’; entre 2001 y 2014, optó por recomendar ‘wolframio’ (con w); en octubre de 2014, reculó y volvió a recomendar ‘tungsteno’ en español. Así figura ahora mismo en la vigente versión 23.4 del diccionario académico, pero parece que la RAE sigue sin tenerlo muy claro, porque en febrero de 2017 firmó un acuerdo con la Real Sociedad Española de Química para pasar a recomendar nuevamente ‘wolframio’ (¡ay si los hermanos Delhuyar levantaran la cabeza!) a partir de la vigesimocuarta edición del diccionario normativo. Así es muy difícil, la verdad, que los hablantes consigan aclararse alguna vez.

Un diccionario nunca se termina, en fin, y sigue siendo mucho lo queda por hacer en la docta casa. Deseo a los académicos mucho ánimo, suerte y al toro: ¡larga vida al Diccionario de la lengua española!

Fernando A. Navarro

La versión 23.4 del 'Diccionario de la lengua española' de la RAE, recién publicada la semana pasada, sigue manteniendo lagunas importantes y disparidad de criterios que afectan tanto a la lengua general como al lenguaje especializado de la medicina. Off Fernando A. Navarro Off

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