La contaminación del agua de consumo humano, fuente de transmisión de enfermedades como la diarrea, el cólera, la disentería, la fiebre tifoidea o la poliomielitis, puede estar causando más de 502.000 muertes por diarrea al año en todo el mundo.
Las Naciones Unidas reconocieron en 2010 "el derecho al agua potable limpia y segura y al saneamiento como un derecho humano”, que es algo que está muy lejos de garantizarse cuando más de 80% de las aguas residuales del mundo se vierten en el medio ambiente sin tratamiento (95% en el caso de los países menos desarrollados) y cuando solo el 26% de los servicios urbanos y 34% de los servicios rurales de saneamiento y aguas residuales previenen efectivamente el contacto humano con las excretas (heces o materias fecales).
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (también conocidos como Agenda 2030) se incluyen estas dos metas: “Poner fin a las epidemias del sida, la tuberculosis, la malaria y las enfermedades tropicales desatendidas y combatir la hepatitis, las enfermedades transmitidas por el agua y otras enfermedades transmisibles”, y “reducir sustancialmente el número de muertes y enfermedades producidas por productos químicos peligrosos y la contaminación del aire, el agua y el suelo”.
Pero este colosal problema tiene una cara B, mucho menos conocida: las aguas residuales son un recurso valioso del que pueden recuperarse elementos como agua limpia, energía y nutrientes.
Un informe del Banco Mundial (Wastewater: From Waste to Resource, Aguas residuales: De residuo a recurso), insta a tomar medidas para gestionar las aguas residuales de una manera más inteligente destacando que pueden utilizarse para reemplazar el agua dulce para riego, procesos industriales o fines recreativos; para mantener el flujo ambiental, y, productos derivados como los nutrientes y el biogás, pueden aplicarse a la agricultura y utilizarse para la generación de energía. Los ingresos por todos esos procesos pueden contribuir a sufragar costes operativos y de mantenimiento de los servicios públicos de calidad de las aguas de consumo humano. Este es un buen ejemplo de lo que se llama economía circular.
Ahí encaja también la vigilancia microbiológica de las aguas residuales como indicador epidemiológico. Esta herramienta ha vuelto a demostrar su utilidad en la pandemia de covid-19, incluso cuando ha habido niveles bajos de circulación del SARS-CoV-2.
Usarla en esta crisis sanitaria ha sido posible porque ya había mucha experiencia previa (incluso se usa para controlar el consumo de drogas en la comunidad). El Gobierno central (Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico) y las administraciones autonómicas le han dado poca publicidad, pero el proyecto Vigilancia microbiológica en aguas residuales y aguas de baño como indicador epidemiológico para un sistema de alerta temprana para la detección de SARS-CoV-2 en España (VATar covid-19) ha resultado una buena muleta, con múltiples puntos de muestreo por toda la geografía nacional. La gráfica nacional muestra en este momento un aumento significativo en las aguas negras de Madrid.
La herramienta es útil gracias a que un gran volumen de personas infectadas (sintomáticas diagnosticadas o no, asintomáticas, presintomáticas, postsintomáticas) excreta en sus heces partículas víricas que se vierten a la red de saneamiento. Las muestras recogidas de estas aguas residuales (o negras) se llevan al laboratorio, donde se determina la cantidad de virus presente analizando el material genético (ARN en este caso) y los niveles detectados permiten saber si el número de infectados en la comunidad aumenta o disminuye. Con este sistema se han encontrado también variantes del coronavirus; recientemente compatibles con la nueva ómicron.
Seguramente esta herramienta epidemiológica no sea al 100% perfecta -“Ciencia es aquello sobre lo cual cabe siempre discusión” (José Ortega y Gasset, Madrid, 1883- 1955; filósofo y ensayista)-, pero bien dotada, gestionada y utilizada puede permitir, incluso, adoptar medidas anticipadas para tratar de minimizar la repercusión de futuras pandemias y enfermedades emergentes.
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