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Níger, Congo, Yemen, Haití… la lista de países con graves crisis humanitarias y en pleno conflicto armado en los que a sus 40 años ha estado Pablo Álvarez, pediatra de La Fe, se acumula. Habla de ello con respeto y hasta con cierta distancia profesional sin sacar a relucir casos de pacientes concretos ni noches sin dormir. “Hay un riesgo personal evidente, pero se ponen todas las medidas necesarias. ¿He sentido miedo? Antes de ir a una misión, desde luego, pero una vez allí, ya no tanto; pero sí, claro, sientes respeto como mínimo…”.
Explica que no siempre pensó en ser médico. “Pero ya desde la facultad iba a charlas de voluntariado y siempre tuve en mente, por el prestigio que tiene y su capacidad económica, unirme a Médicos sin Fronteras. Pero no puedes ir de voluntario. Tienes que haber terminado la residencia y tener dos años de experiencia para poder trabajar con ellos”.
Para trabajar en Médicos sin Fronteras hay que comprometerse a hacer dos misiones de seis meses
Por esa razón, Álvarez explica que “así que empecé con voluntariados en pequeñas ONG; uno en Etiopía dirigido por un traumatólogo infantil y otro en Camerún con una organización pequeña, y luego me fui a la India. Por aquel entonces tenía mi primer contrato, sólo de guardias, así que acumulaba las guardias y luego me iba a alguna misión en mis días de vacaciones… Pero como me empezó a gustar el asunto estudié un máster de Medicina Tropical. Luego coincidió que saqué mi plaza de pediatra en Villarreal (Castellón) y eso me dio la posibilidad de pedir permisos así que fue ya cuando me dirigí a Médicos sin Fronteras porque en las misiones que había hecho y en otras ONG que vi, aunque algunas estaban muy bien organizadas, me daba la sensación de que faltaba continuidad. Ibas allí y luego ya no iría nadie después”.
Relata que en Médicos sin Fronteras primero tuvo que hacer un curso “y después normalmente te comprometes a hacer al menos dos misiones de 6 meses. Es un cribado para evitar que alguien busque sin más unas vacaciones solidarias, porque esto es diferente. Depende mucho, pero cada misión puede tener entre 1 y 3 meses de duración y suelo ir dos veces al año desde que empecé. De momento -continúa- he estado en la India, Guinea Bissau, en Croacia con la crisis de los refugiados, Níger con la epidemia de meningitis, el Congo, Yemen y Haití”.
“Algunos sólo trabajan para Médicos sin Fronteras; yo prefiero tener también mi trabajo aquí y saqué mi plaza como pediatra”
En su opinión, “gratificante es casi todo, pero desde luego también hay momentos duros. Tal vez lo peor fue cuando fui a Yemen a reabrir un hospital que acaban de bombardear. La sensación y el recuerdo de que había sido atacado era constante. Pero siempre se hace un estudio de riesgo antes de ir”. Explica que todas las situaciones de emergencia “de catástrofes naturales, de epidemias, son difíciles, pero los conflictos armados desde luego son los más impredecibles”.
Con todo, “de momento sigo queriendo hacerlo, probablemente más que al principio”. No tiene hijos, pero tampoco quiere renunciar a seguir trabajando también en España. “Hay gente que sólo trabaja para Médicos sin Fronteras. Yo prefiero seguir teniendo mi trabajo aquí y salir porque quiero, no porque no tengo otro trabajo. Hasta hace poco tenía que pedir los permisos y había un límite o dependías de la buena voluntad de que te los concedieran -detalla-, pero desde mayo hay un decreto [en la Comunidad Valenciana] que facilita la situación y te permite estar remunerado por la organización con la que vas. El sueldo que te pagan, desde luego, es muy inferior pero cuando va pasando el tiempo se va igualando”.
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