El 21% de la población escolar de entre 14 y 18 años realiza un consumo abusivo o inadecuado de internet, el teléfono móvil, WhatsApp y/o las redes sociales. El 2,7% de los alumnos españoles de enseñanza secundaria han hecho alguna apuesta online en el último año, y algunos estudios autonómicos elevan hasta el 8,4% la prevalencia media del juego entre los adolescentes de su comunidad, y la sitúan en el 14,2% en el caso de los varones. Estos datos, además de preocupantes, son oficiales: lo dice nada menos que la última edición de la encuesta ESTUDES del Plan Nacional sobre Drogas. Y ¿cómo afrontan esa realidad los pediatras de primaria; es decir, los profesionales que, sobre el papel, estarían llamados a detectar, prevenir y atajar el problema desde la raíz? Pues mal, porque están indefensos, o ésa es al menos la principal conclusión del seminario sobre Ciberadicciones, que se ha celebrado en el marco del 17º Congreso de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (Aepap).
“El aluvión de preguntas relacionadas con las nuevas conductas adictivas que los profesionales de primaria dicen recibir a diario nos obiga a trazar estrategias de actuación ante un problema de salud pública de este calibre”, afirma tajante Antonio Rial, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Santiago de Compostela. Y el primer paso de cualquier estrategia que se precie es disponer de medios y herramientas para llevarla a cabo, en este caso “herramientas validadas que permitan a esos profesionales realizar con absolutas garantías la detección precoz de los problemas derivados del consumo de riesgo entre los adolescentes”.
Expertos abogan por implantar en España un sistema de detección precoz validado por el Boston Children’s Hospital
Rial pone sobre la mesa una de esas herramientas: el sistema SBIRT (evaluación, intervención breve y remisión para tratamiento, por sus siglas en inglés), validado por el Center for Adolescent Substance Abuse Research (CeASAR), una unidad del Boston Children’s Hospital especializada en prevención, diagnóstico y tratamiento de trastornos relacionados con sustancias en niños y adolescentes. Implantar este sistema en España permitiría, según Rial “detectar este tipo de adicciones en sus fases iniciales y contribuiría a encauzar el problema, bien a través de un consejo o intervención breve basado en la evidencia, o bien a través de una ágil derivación a los servicios de salud correspondientes”.
La única experiencia sobre el terreno en España con el SBIRT se ha llevado a cabo en el Principado de Asturias: en los 7 primeros meses de su implantación, se han realizado unas 7.000 intervenciones en menores de entre 10 y 13 años, pero, más allá del dato cuantitativo, todavía no hay resultados sobre la efectividad del sistema, según Rial.
Signos recurrentes
A la espera de esas herramientas, el ojo clínico del pediatra y su capacidad de observación son, de momento, sus mejores armas. Lo dice Antonio Terán, psiquiatra responsable del centro de Atención a Drogodependientes del Centro Asistencial San Juan de Dios de Palencia: “En todos los casos de adicción a las nuevas tecnologías hay signos de alarma. El joven se distancia de forma progresiva de las relaciones familiares y sociales, y la pérdida de control sobre el tiempo de uso hace que el pensamiento gire de forma permanente sobre temas relacionados con las tecnologías”. A ese peligroso bucle, se suman “problemas de sueño, mentiras y manipulación a sus allegados, y síntomas como ansiedad, inquietud, agitación, ira, agresividad…”. Las pistas que el profesional tiene sobre la mesa son, pues, significativas.
En el caso de los niños más pequeños, a los problemas psicológicos se suman, según Terán, algunos trastornos físicos, como “la dificultad para conciliar el sueño, la obesidad, el trastorno de desarrollo psicomotor y lenguaje…”.
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