El test de estrés que la pandemia de la covid-19 ha generado en los sistemas sanitarios de medio mundo ha evidenciado la capacidad de respuesta de esos sistemas, pero también las costuras que era preciso reforzar, y el Sistema Nacional de Salud (SNS) no ha sido, claro, una excepción. "Bajo las alfombras" del sistema sanitario público español había "graves problemas que la pandemia evidenció, pero quizás lo más frustrante es que parecemos abocados al más de lo mismo".
El diagnóstico lo hace José Camilo Vázquez, psiquiatra del Plan de Atención Integral al Profesional Sanitario Enfermo (Paipse) de la Comunidad de Madrid, que ha desgranado su experiencia durante los meses de la pandemia en la Unidad de Valoración y Orientación de un programa que ha diferenciado del Paime (Programa de Atención Integral al Médico Enfermo), y que no ha dudado en calificar de "afortunada anomalía" en el panorama autonómico. Vázquez ha intervenido en la primera Jornada sobre la Relación Médico-Paciente, organizada por el Foro de la Profesión Médica.
La "ruptura de la rutina" que supuso para el sistema la eclosión de la crisis sanitaria hizo, según Vázquez, que muchos sanitarios albergasen la esperanza de que las carencias del sistema no sólo asomasen bajo la alfombra, sino que se subvertieran algunas de esas peligrosas inercias, "para lograr, por ejemplo, un control más efectivo de la demanda o una racionalización de la burocracia".
La esperanza, no obstante, pareció pronto estéril, y de esa esterilidad nace, según el psiquiatra, una generalizada sensación de frustración. "Lo que hemos detectado en las consultas es que la percepción de muchos colegas es que se han enfrentado a un reto sanitario brutal, con los medios materiales y humanos que había disponibles, y que, ahora, muchos de los cambios que detectaron que era preciso abordar no están en la agenda, ni desde luego en el capítulo de prioridades del sistema. Es muy desmoralizador intuir que estamos en el más de lo mismo, con el agravante de que tanto los profesionales como los pacientes y sus familias están mucho más cansados".
O relatado en forma de secuencia temporal: "Del derroche de energía, entrega y creatividad de la que hicieron gala muchos profesionales al inicio de la crisis -cuando a la administración y al sistema aún les costaba reaccionar-, se pasó al enfado de una segunda fase, cuando ese mismo profesional veía que su dejarse la piel se traducía en conductas insolidarias o poco responsables por parte de algún sector de la población; y de ahí, a la frustración y desmoralización de ver que nada cambia en la estructura y funcionamiento del propio sistema", resume el psiquiatra del Paipse.
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Puestos a romper esquemas preconcebidos, Vázquez cuestiona el que ve al médico como un mal paciente, o al menos peor que la población en general: "No se trata de que sean malos pacientes, sino, quizás, de que evidencian más su desacuerdo con el médico cuando no están convencidos de lo que se les dice". Lo que sí admite el representante del Paipse es que "probablemente, los médicos tardan más en permitirse ser pacientes". Y esa renuencia tiene que ver, según él, con factores como "el miedo a las consecuencias que el hecho de tratarse pueda tener para su desarrollo profesional posterior; el miedo a una baja laboral, de la que uno no pueda o no quiera volver, e incluso el miedo a sobrecargar a un colega con una carga de trabajo adicional".
Humanizar el cuidado
La saturación y el consiguiente derroche de estrés y energía del que los sanitarios hicieron gala en las primeras semanas fue, en algunos casos, según Vázquez, "una sobreimplicación tendente a ejercer casi de parapeto mental: se doblaban o triplicaban turnos, se echaba una mano en cualquier unidad o servicio, apenas se dormía y casi ni se descansaba como una forma de no pensar".
Desde la Unidad de Medicina Intensiva del Hospital Universitario de Torrejón (Madrid), su jefa de Servicio, María Cruz Martín Delgado, comparte el dibujo de una situación que, además, ha tenido un impacto directo sobre la comunicación médico-paciente: "Hemos vivido situaciones de enorme presión asistencial, incertidumbre y escasez de recursos que, además de ser inusuales en nuestras unidades, han minado una relación bidireccional fundamental: es difícil comunicarse con el paciente o su familia cuando no sabes el pronóstico y la evolución previsible de una enfermedad". Y cuando, además, las obligadas restricciones hicieron que "muchas veces el profesional tuviera que asumir el papel del acompañante, o incluso del familiar, de pacientes graves".
La conclusión derivada de ese contexto es casi inevitable: "Nunca me he sentido tan identificada con un paciente como durante la pandemia", confiesa la expresidenta de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc), que entiende la adopción de políticas restrictivas, pero aboga por "racionalizar" esas restricciones en la medida de lo posible, "porque las políticas de humanización, máxime en unidades como las nuestras, son esenciales".
Martín Delgado reconoce que la pandemia "ha tirado por tierra" el Proyecto Humaniza la HUCI (con "h" de humano), una iniciativa del Hospital de Torrejón tendente, precisamente, a facilitar la presencia de familiares en estas unidades, "y eso es algo que tenemos que revitalizar cuanto antes, porque su utilidad ha sido manifiesta". Intensivistas de toda España se han adherido, de hecho, a la llamada Declaración de Torrejón, un manifiesto enfocado a la humanización de los cuidados intensivos que fomenta una relación activa entre profesionales, pacientes y familiares.
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