Tendemos a pensar que en el mundo de hoy todo marcha muy deprisa, si bien, a poco que lo pensemos, en realidad ésta es una afirmación profundamente relativa. Así, las cosas van en efecto muy rápido si comparamos el ritmo de avance tecnológico con el de hace, por ejemplo, 100 años… de la misma forma que van enormemente despacio si las comparamos con como irán, por ejemplo, dentro de 10 años. La principal razón por la que este fenómeno sucede se explica por una ley que ha venido a llamarse de “los retornos exponenciales”, en base a la cual, cada nueva tecnología que engendramos sirve, además de para resolver un problema inmediato, para generar nuevas y sucesivas tecnologías de forma cada vez más rápida, en una especie de círculo virtuoso. Esa es la razón por la que, al mirar a la Historia del desarrollo tecnológico, observamos cómo casi todo lo que hemos hecho, lo hemos hecho últimamente.
Así, como en una espiral, cada nuevo ordenador, sirve a su vez y entre otras cosas, para fabricar mejores ordenadores. Dicho de otra forma, si queremos calcular el impacto de una tecnología en un periodo de tiempo determinado, tendremos que hacer el esfuerzo contraintuitivo de no proyectar nuestra expectativa en el futuro como si siguiéramos creciendo al ritmo que crecemos hoy, sino al que creceremos mañana. De lo contrario, como sucede a menudo en innovación, infraestimaremos en varios órdenes de magnitud dónde estaremos próximamente. Dicho de manera sencilla, lo relevante no es la velocidad, sino la aceleración.
En el mundo de la salud, como en muchos otros, los cambios se intensifican aún más, debido a la convergencia tecnológica; acceso a internet, robótica, biotecnología, datos,… en efecto, para que la transformación haya empezado a suceder, han tenido que combinarse diversas tecnologías exponenciales de orígenes diferentes, que ya han entrado de pleno en su curva de aceleración. Recordemos en este sentido que las tecnologías exponenciales son aquellas que, tras aparecer, tienden a pasar bastantes años (o décadas) en la parte plana de la curva, pero que, una vez despegan, presentan una aceleración imparable y a menudo inesperada. La informática, la telefonía o la secuenciación genómica son algunos ejemplos.
Matemáticas y salud digital
Al aterrizar estos hechos matemáticos sobre la cada vez más explosiva salud digital, resulta fácil darse cuenta de cómo la avalancha de nuevas soluciones y aplicaciones que van a continuar apareciendo es incalculable. En este punto nos encontramos con el inevitable dilema sobre su evaluación, sobre la dificultad para asegurar la calidad cuando el tiempo dedicado a un proceso evaluador de este tipo, con las estructuras actuales, es más lento que lo que tardan en aparecer otras diez o quizá cien soluciones similares. Algo similar a lo que ocurrió en Estados Unidos, donde su Food and Drug Administration tardó años en poder pronunciarse sobre los tests genéticos para consumidores; para cuando lo hizo, ya había millones de americanos secuenciados. En este sentido, puede resultar recomendable al menos no emplear tiempo en iniciativas demasiado simplistas, como pueden ser las que se centran en tratar de certificar las aplicaciones móviles de salud, habida cuenta de que el soporte tipo app es, al fin y al cabo, algo efímero que en cualquier momento evolucionará a otras formas de software.
En todo caso, en la Food and Drug Administration aprendieron la lección y hace un año pusieron en marcha la valiente iniciativa de evaluar a determinadas empresas una sola vez de forma exhaustiva, otorgando a las seleccionadas una especie de salvoconducto para innovar en salud digital “por defecto” -siempre que no lo estropeen haciendo algo perjudicial o lesivo-.
Por el lado de los desarrolladores, resulta necesario advertir un hecho que suele escaparse a muchos tecnólogos y que resulta importante valorar a la hora de evaluar este tipo de innovaciones. Si bien cada vez hay un mayor número de pacientes con los que resulta más cómodo emplear tecnologías de la información, no puede olvidarse la brecha digital; la mayor parte de los pacientes que entran en nuestras consultas tienen serios problemas para usar este tipo de funcionalidades por un sencillo problema de alfabetización -convencional o digital-. Sólo se tendrá éxito en este campo teniendo en cuenta el carácter humano de la delicada relación médico-paciente y la inclinación al ritual al que antropológicamente tendemos a someternos cuando estamos enfermos.
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