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sábado, 8 de febrero de 2020

Coronavirus: ¿son eficaces las cuarentenas masivas?

En octubre de 2014, la enfermera Kaci Hickox, tras regresar a Estados Unidos después de haber atendido a pacientes con Ébola en Sierra Leona como voluntaria de Médicos Sin Fronteras, fue puesta en cuarentena en Nueva Jersey durante tres días antes de regresar a su hogar en Maine; su aislamiento se produjo en medio de cierta histeria mundial y poco después de que un médico que había regresado de Guinea se convirtiera en el primer paciente con Ébola en Estados Unidos. Un año después, Hickox presentó una demanda en un tribunal federal contra el gobernador Chris Christie y los funcionarios de salud de Nueva Jersey, alegando que la cuarentena violaba sus derechos civiles y que los funcionarios carecían de la autoridad para ponerla en cuarentena porque no representaba un riesgo significativo de transmisión. Como escribía Robert Gatter en The Hastings Center Report, “su demanda planteaba preguntas importantes sobre el riesgo de transmisión de enfermedades, la incapacidad de la ciencia para descartar ciertos riesgos teóricos y el poder del Estado para poner en cuarentena”. También mostraba que la salud de la población depende del respeto a la libertad individual y el uso de los mejores datos epidemiológicos disponibles para establecer la política de salud pública.

En The Conversation, Vageesh Jain, profesor de Salud Pública en el University College de Londres, comenta que la cuarentena establecida en China por el nuevo coronavirus, que se ha extendido a 17 ciudades y casi 50 millones de personas, “no es mejor que la respuesta habitual de aislar casos y contactos de alto riesgo. Ir más allá puede calmar el miedo público y proporcionar la ilusión de intervención, pero no puede considerarse una práctica basada en la evidencia”. Explica que el argumento a favor de la cuarentena masiva, con toda su buena intención protectora y quizá como respuesta contundente del Gobierno chino a las acusaciones que recibió por su deficiente gestión sanitaria de brotes anteriores, se basa en la peligrosa suposición de que el riesgo de infección de una persona es el mismo que el de otra, simplemente porque viven en la misma región. “Sabemos que este no es el caso, particularmente en una etapa temprana de un brote, y que hay grupos de mayor riesgo que pueden ser identificados y atendidos primero antes de considerar estrategias radicales que interfieran con las actividades habituales”. Y añade que la parálisis socioeconómica, la desolación urbana, puede generar “un escenario de apocalipsis zombi que no ayuda en la coordinación operativa de actividades complejas de salud pública”.

Con una mortalidad algo superior al 2% y una tasa de contagio de 1,4 a 2,5 personas por cada infectado, frente a por ejemplo de 12 a 18 personas por cada caso de sarampión, la gran mayoría de la población atrapada en la región es poco probable que se infecte si hay una respuesta adecuada de salud pública. Un bloqueo geográfico de esa magnitud, concluye Jain, “no solo es superfluo, sino que también introduce nuevos problemas. La primera semana de cuarentena ha conducido a hospitales abarrotados, escasez de alimentos y economías  estancadas (en un país con escasas protecciones sociales). Y además, no está claro cuándo sería posible levantar tal bloqueo”.

Consecuencias negativas

Este dictamen coincide con las medidas más prudentes, de aislamiento razonable de los enfermos y sus contactos, implantadas en la veintena de países que también han registrado casos, y con los juicios de otros expertos. “Con la información disponible -escribe Andreu Segura, ex presidente, entre otros cargos, de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, en el blog Salud, dinero y atención primaria-, establecer cuarentenas a poblaciones de varios millones de personas es difícilmente justificable en base a la potencial eficacia de tal medida… Tampoco han demostrado nunca utilidad las medidas de control de temperaturas en fronteras y aeropuertos. Actuaciones, eso sí, muy espectaculares y que por sí mismas generan miedo y desconfianza… Las consecuencias negativas de tales procederes no se limitan a las derivadas de las injerencias e interferencias en el trabajo, la economía y la vida cotidiana de las personas, sino que distraen el funcionamiento habitual de los servicios públicos, incluidos los sanitarios, que se someten a un estrés innecesario… Y desde luego, no fomentan la confianza en las autoridades sanitarias. Lo que puede conducir a desacreditar de tal forma las alarmas que cuando estén realmente justificadas no sean adecuadamente respetadas, como en la fábula de Pedro y el lobo”. Al declarar esta epidemia como emergencia internacional de salud pública, el director general de la OMS matizaba que tal categoría no justifica “la adopción de medidas que interfieran innecesariamente en los viajes y el comercio internacionales, ni tampoco limitar el movimiento de personas”.

¿Por qué no se establecen medidas similares con la gripe o el sarampión? Los coronavirus, explica Segura, “fueron descritos por primera vez en la década de 1960 al aislarlos de las cavidades nasales de pacientes con un resfriado común. Se llaman así por sus puntas en forma de corona en la superficie. Hasta la fecha se han registrado 39 especies. Algunas afectan a animales, pero otras -siete hasta el momento- pueden afectar a los humanos. La mayoría de las personas se infectan con estos virus en algún momento de su vida. En la mayoría de los casos levemente, como en los resfriados comunes, pero el coronavirus SRAS, identificado por primera vez en Asia en febrero de 2003, se considera responsable de 8.098 casos y 774 muertes (una mortalidad del 19%). Todavía parece más patogénico el causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) atribuible a una cepa de coronavirus identificada por primera vez en Arabia Saudita en 2012”, y con una mortalidad del 34% (la del Ébola es del 44%).

Los expertos no discuten cuarentenas circunscritas a grupos con potenciales contactos o a cruceros, como se ha hecho durante cientos de años con los leprosos o los barcos con apestados. Durante el brote de SRAS de 2003 en China continental, Hong Kong, Taiwán y Singapur, se impuso la cuarentena a gran escala a los viajeros que llegaban de otras áreas afectadas, contactos laborales y escolares de casos sospechosos y algunos complejos de apartamentos con altas tasas de SRAS; en China, pueblos enteros en áreas rurales fueron puestos en cuarentena. Y en agosto de 2014 se estableció un cordón sanitario alrededor de algunas de las áreas más afectadas por el brote del virus del Ébola en África Occidental. El gobierno liberiano puso así en cuarentena la totalidad del barrio de West Point, en Monrovia, y emitió un toque de queda en todo el país.

Medidas clásicas

Pero la efectividad de las cuarentenas masivas es dudosa, pues, como indican Carlos del Río y Preeti Malani, de las universidades de Emory y Michigan, en el último número de The Journal of the American Medical Association, “estas medidas no han funcionado en brotes anteriores, como el de la influenza A (H1N1) de 2009 (con una mortalidad del 17%) o las pandemias de Ébola de 2014, y son contrarias a las medidas de salud pública previamente comprobadas y a las regulaciones de Salud Internacional”. A falta de vacunas, “las medidas básicas de salud pública, como quedarse en casa cuando se está enfermo, lavarse las manos, cubrirse la boca y la nariz durante los estornudos y toses, fueron efectivas para controlar el SRAS”.

En teoría, acordonar al máximo, por tierra, mar y aire, puede parecer lógico y eficaz, si bien a un coste económico desproporcionado; ¿se volverá a aplicar el aislamiento masivo cuando surja otro brote? Lo normal es que, con las medidas tradicionales, el brote se vaya apagando. Quizá en el futuro este coronavirus se convierta en estacional o periódico, como la gripe y otros coronavirus; los esfuerzos urgentes que se están haciendo ahora para validar fármacos eficaces o diseñar vacunas serían muy útiles en tal supuesto. También se ha barajado una posible mutación o recombinación, aunque la experiencia con los coronavirus indica que tales cambios suelen mitigar, no agravar, la virulencia de estos patógenos. Pase lo que pase, es un nuevo virus que, como tantos otros, algunos mucho más peligrosos, habrá que seguir vigilando, mientras la siguiente amenaza se oculta agazapada en espera del caldo de cultivo o de murciélago que le permita saltar a otra especie para multiplicarse febrilmente, su inquietante oficio. 

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